Los naufragios con mayor cobertura periodística representan el anhelado fin de la opresión paterna.
Decir que los sentimientos hacia nuestro padre son ambivalentes es redundante porque todos los sentimientos lo son.
Este «viejo desgraciado», cuya muerte lloramos sinceramente, fue quien nos consoló con magnético silencio en alguna ocasión muy dolorosa y también quien nos secuestraba la escucha y hasta las miradas de mamá que nos dejaba de lado por atenderlo.
Pero este personaje ocupa un lugar seguro en nuestra psiquis, aún cuando no haya estado tan presente en nuestras vidas como mamá. Ocupa ese lugar aunque no sepamos quién es.
El personaje (no el ser humano de carne y hueso) representa lo bueno y lo malo de la sociedad, lo que está alejado del ámbito materno.
Dada nuestra natural predisposición a desconocer lo bueno y a prestarle mucha atención a lo negativo, tanto la figura paterna como la sociedad y como lo no-materno son, en promedio, fuentes de preocupación, miedo y angustia.
Esto es así porque para nuestro instinto número uno (el de conservación), es más importante y urgente prestarle atención a las amenazas que a lo inofensivo.
Por lo tanto, la figura paterna en tanto representante de lo no-materno, tiene en promedio bajas calificaciones en nuestra psiquis, pues sus características más interesantes para nuestro instinto de conservación son las negativas.
Como nuestra mente se rige por lo idéntico y también por lo parecido (metáforas), esa figura paterna está representada por muchas cosas.
Si las historias del Titanic y del Costa Concordia llaman tanto la atención es porque además de la tragedia en sí, una mayoría asociamos la grandeza y poderío de esos barcos con aquel señor con quien competíamos en desventaja por el amor de mamá.
La noticia también es ambivalente: nos apena y nos llena de satisfacción inconfesable.
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12 comentarios:
La envidia más repugnante es la del débil, cuando el gigante se viene a pique.
De los que suponemos que siempre les va bien, guardamos rencor cada vez que nos va mal. Cuando ellos tienen problemas, nosotros creemos que se hizo justicia.
Qué paradoja! el niño cree que compite en desventaja por el amor de la madre, cuando en realidad el que empieza a perder como en la guerra, una vez que él nace, es el padre.
Creo que la satisfacción inconfesable viene por el lado de la bronca que nos generan los poderosos, cuando encima están de vacaciones.
Festejamos cuando el fuerte se hunde y los débiles salen a flote. Lo que sucede es que todo el tiempo es al revés, y a nadie le importa.
El Padre debe ser el último en abandonar la Ley.
Genera mucha inseguridad que los medios de transporte seguros, muestren su vulnerabilidad.
El fracaso de papá puede provocar mucha angustia: quizás de veras tengamos que ocupar su lugar.
La opresión paterna no tiene fin.
La mayoría de las veces tiene aldo de avergonzante lo que nos alegra. Son más las veces que zafamos, y nos alegramos por haber evitado el daño, que las ocasiones en que tenemos un logro, los momentos en que festejamos una conquista.
En el mundo no debería existir tanto lujo, mientras siga existiendo tanta miseria. La energía y los recursos deberían concentrarse en resolver los problemas. Cuando veo un crucero, recuerdo los dolorosos contrastes del mundo en el que vivo, porque el crucero representa una novedad, no se ve todos los días. Existen otras señales cotidianas de lo absurdo, que sin embargo se me pasan desapercibidas.
Los pasteles con más chocolate cobertura, representan el anhelado fin de la opresión dietética.
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