martes, 7 de diciembre de 2010

Los psicosomáticos dolores del parto

Hay un conjunto de creencias que nos arruinan la vida, pero atención: nuestra vida depende del sufrimiento.

Efectivamente, el fenómeno natural «vida» cuenta con las acciones que realizamos para aliviarnos del hambre, del cansancio, de la evacuación de los desechos digestivos, del deseo sexual (1).

Una de esas creencias ruinosas dice que estamos formados por una parte física, que se puede tocar (tangible), más otra parte espiritual, que no se puede tocar (intangible).

A esta creencia se la denomina dualismo cartesiano porque hemos elegido al filósofo francés René Descartes (1596-1650) como su inventor o descubridor, a pesar de que muchos pensaron lo mismo, pero necesitábamos un abanderado para darle mayor fuerza, difusión y credibilidad a la idea.

Como les comento en algunos artículos (2), las creencias tienen una fortísima influencia en lo que percibimos. Casi podríamos decir que no vemos de afuera hacia adentro sino exactamente al revés: lo que no creemos, no lo percibimos.

Otra creencia muy arraigada entre nosotros es que, si bien podríamos aceptar que somos animales, no solo somos diferentes sino que además somos los mejores, los más perfectos.

Esta idea es tan ridícula como la que sostienen algunos de nosotros de que somos los más bellos, los más inteligentes o los infalibles.

Con estas premisas, podemos ir pensando que los dolores de parto son una respuesta psicosomática que, en lo esencial, es patológica.

En otras palabras, no es necesario que el parto sea penoso. La naturaleza puede perfectamente terminar el proceso de gestación sin que las mujeres sufran.

Efectivamente, las hembras de estos animales, pueden ser fecundadas por un macho, luego pueden gestar sin la ayuda de nadie (parientes, médicos, enfermeras), y parir sin dolor ni asistencia.

Claro que, como Dios dijo «parirás con dolor», ¿quién se anima a desobedecerle?

(1) Ver blog especializado en el sufrimiento como inherente a estar vivos, titulado Vivir duele

(2) La obediencia debida

Nos comportamos como perros y gatos

La inteligencia es optativa

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lunes, 6 de diciembre de 2010

Los estrógenos consumistas

Una mayoría creemos que las mujeres son más gastadoras que los hombres.

Por «gastador» podemos entender alguien que con frecuencia encuentra necesidades y deseos, propios o ajenos, que pueden y deben ser satisfechos gastando el dinero o el créditos disponibles.

No cuento con estadísticas sobre este tema como para decir, por ejemplo, algo que deleita los oídos de los racionalistas y creyentes en datos como el siguiente:

«The Massachusetts Institute of Technology, (MIT) reveló la semana pasada, que el 83,39 % de las mujeres, son proclives a agotar sus ahorros o el cupo crediticio de sus tarjetas de créditos, comprando objetos para el hogar, vestimenta para ellas o sus familiares, mientras que 16.61% de los hombres son ahorrativos, procuran andar siempre con la misma vestimenta ruinosa, excepto en lo que refiere a la compra de televisores, computadoras o Play Station».

Pues bien, este dato que figura en el párrafo anterior, es falso, acabo de inventarlo, es tan irreal y poco creíble como cualquiera de los otros datos que, con similar formato, se ofrecen como verdades irrefutables.

Comienzo otra vez: si usted cree, tiene la sensación, supone, que las mujeres gustan comprar cosas nuevas en mayor medida que los varones, entonces siga leyendo porque le diré por qué esto, que (efectivamente) les ocurre, tiene una explicación que sólo el psicoanálisis, con su maravillosa capacidad de percibir lo que acontece en lo más recóndito de nuestra psiquis, puede descubrir y en el siguiente párrafo, develar.

Existe un correlato entre la renovación celular que se produce cada mes lunar en el útero (menstruación) y el deseo de comprar cosas nuevas.

Efectivamente, puede dar por seguro que la relación menstruación-consumismo existe, aunque una minoría no la manifieste.

Agrego: el fenómeno ocurre independientemente de que la mujer sea menstruante o no.

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domingo, 5 de diciembre de 2010

La intriga sobre quién soy

Con los colegas que tengo un trato más amistoso —cuatro mujeres y dos varones—, estuvimos cerca de dos meses pensando en reunirnos en mi apartamento, con hora de comienzo pero sin hora de finalización, para trabajar, confraternizar y divertirnos.

Una hora después de lo convenido, estábamos los siete reunidos.

Les recordé a las colegas que se olvidaran de que eran mujeres y que abandonaran esa patética costumbre de ser amas de casa y maternales. Por lo tanto, nada de colaborar en picar los alimentos sólidos, ni alcanzar vasos y botellas a los demás.

Uno de ellos había conseguido abundante marihuana y eso nos provocó ansiedad. Especialmente entre los tres que nunca la habíamos probado.

La única Coca-cola, quedó sin abrir. Bebimos casi exclusivamente whisky y medio litro de cerveza.

Rápidamente la conversación ingresó en temas personales, luego en muy personales y finalmente en peligrosamente íntimos.

Alguien se dio cuenta de la tendencia y quiso traer a colación el caso de un paciente anónimo, pero la más agresiva y vehemente lo hizo callar, interpretando esta actitud como evasiva, irresponsable y cobarde.

Todos estuvimos de acuerdo, pero sin hacer leña del árbol caído.

Otra se puso de pie, pidió silencio y cuando lo obtuvo, dijo: «Ustedes son la humanidad para mí y les confieso que quiero a mi marido, que estoy furiosa porque me abandonó y que todo el destrozo económico y público que le estoy haciendo, me duele más a mí que a él».

El silencio siguió un rato más, intercambiamos miradas hasta que alguien arrancó con un tema trivial que se extinguió enseguida.

Como el formato teatral tuvo éxito, el colega más tímido también se puso de pie. Sólo levantó los brazos y callamos:

— «Tengo 58 años, hace años que me divorcié, me va muy bien como analista, quizá sea quien más pacientes atiende y el que más honorarios cobra mensualmente, pero me siento un fracasado».

Así siguió la ronda, pero del tercero o tercera en adelante, ya no recuerdo qué se dijo.

Recién me llamó una de ellas, muy risueña y me dijo: «¡Así que con que esas teníamos, eh! ¿Quién lo hubiera dicho de ti?», pero no me dio más pistas y sé que no me las dará.

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sábado, 4 de diciembre de 2010

Los orgasmos de mamá

Imaginemos por un momento un escenario de ficción, surrealista, fantástico, ...

El elemento esencial en este mundo distinto, es que los humanos tendríamos una opinión totalmente favorable hacia el placer físico.

Imaginemos que algo nos modifica el pensamiento a todos y que a partir de ahora, sentimos la misma devoción por el deseo sexual que por el amor platónico.

Tanto glorificaremos la generosidad, la tolerancia, un infinito deseo de ayudar a los demás, como el placer físico de ser acariciados, de penetrar o ser penetrados, de besar todo el cuerpo, abrazar con total desnudez, disfrutar de los perfumes, la suavidad, la pasión, lo locura frenética de los orgasmos sísmicos.

Repito: convertiremos en dignos del mayor respeto, valoración y aprobación, tanto el amor incondicional al prójimo como las relaciones sexuales.

Si usted pudo instalarse en este escenario, podrá imaginar cosas muy extrañas, además de las propias de la misma situación (desaparición de la pornografía, las vestimentas sólo serán necesarias para protegernos del frío o del sol, el vocabulario obsceno perderá sentido).

Una transformación importantísima que ocurrirá, tendrá que ver con la relación madre-hijo.

Es real que las mujeres sienten un enorme placer físico cuando su hijo succiona la leche de sus senos. La situación es realmente erótica, sexual, apasionada.

Como nuestra cultura nos ha inculcado la idea de que el sexo es pecaminoso, sucio, condenable, la madre que amamanta a su cría, no puede sentir plenamente este placer y sólo lo interpreta como una mínima gratificación por todo lo que ella hace sacrificadamente por sus hijos.

Puesto que ellas no pueden reconocer (asumir) que el sólo goce físico que provocan la maternidad y la lactancia, constituye suficiente gratificación por todo lo que hacen por sus hijos, se instala la disparatada creencia en que los hijos estamos en deuda con nuestras madres.

Artículos vinculados:

La inteligencia es optativa
La obediencia debida
Nos comportamos como perros y gatos

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viernes, 3 de diciembre de 2010

Maqueta de una psiquis

Pensemos en una casa donde viven tres personas.

1) Una vive en la parte trasera y jamás sale a la calle;

2) Otra vive en la parte superior de una torre, con grandes ventanales que le permiten ver todo lo que ocurre en la casa, tanto en el fondo como en el frente.

3) La tercera, vive en las habitaciones del frente y es la única que se comunica con el mundo exterior, con los que pasan por la puerta, con los que llaman por teléfono, se conectan por Messenger o envían e-mails.

Ese que vive en el fondo, en realidad es alguien que fue juzgado hace años y que fue condenado a cadena perpetua, pero con arresto domiciliario.

Su conducta está prohibida por todas las normas: las jurídicas y las buenas costumbres. No siente asco, no tiene vergüenza, carece de límites, desea gozar permanentemente, no tiene escrúpulos.

En lo alto de la torre vive un abogado que además es un juez bastante severo. Por su formación y por su vocación, está permanentemente observando qué hace el presidiario del fondo y qué hace el habitante del frente.

Señala, reclama, advierte, denuncia, se enoja y grita. Es capaz de provocar mucho dolor con sus recriminaciones.

En el frente vive quien interactúa con el resto de la sociedad.

Tiene que mantener al desquiciado del fondo sin que se escape, tolerar los regaños del hombre de la torre, procura llevarse bien con los vecinos y trata de que las tensiones entre los tres se mantengan bajo cierto control, sin que nadie se sienta maltratado, procurando que todos se hagan los gustos.

En suma: el delincuente del fondo es el inconsciente, el juez de la torre es el superyó, y la cara visible de esta familia de tres integrantes, es el yo.

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jueves, 2 de diciembre de 2010

¿Qué desea mamá?

Los juegos de palabras suelen parecer actos de inteligencia superior.

A veces lo son y otras, son simples enredos que la compulsión interpretadora de los oyentes pretende entender sea como sea.

Por ejemplo: «Un buen profesional no es quien sabe lo que tiene que saber sino quien sabe dónde está lo que tiene que saber».

Este nudo lingüístico significa que lo que tenemos que saber es dónde preguntar, consultar, buscar.

Otro ejemplo: cada vez necesitamos saber menos de matemáticas y más sobre cómo usar las calculadoras que hacen el trabajo pesado de sacar cuentas.

Sócrates, el filósofo griego del siglo quinto antes de Cristo, exageró diciendo «Sólo sé que no sé nada».

En realidad la ambición de saber obtiene la energía que la dinamiza, en la angustia.

Efectivamente, quienes no paramos de buscar datos, información, explicaciones, teorías, hipótesis, ideas, sugerencias, descubrimientos, inventos, somos personas angustiadas desde los primeros días de nuestra existencia.

Y esa angustia es una determinada, específica, concreta: nuestra madre nos estimuló profundamente para saber cuál era su deseo.

En otras palabras: cuando éramos muy pequeños y vulnerables, estuvimos hondamente preocupados por saber qué quería, qué haría, como actuaría, cómo reaccionaría ante nuestras vicisitudes (hambre, incontinencia, insomnio).

Esta no era una característica sólo de ella. Por el contrario, los que no paramos nunca de estudiar, leer, informarnos, investigar, buscar, no estábamos seguros de estar en buenas manos, desconfiábamos de que ella

— supiera qué hacer ante cada necesidad nuestra,
— tuviera ganas de ayudarnos.

Lo digo de otra forma: quienes somos muy estudiosos a lo largo de la vida, temíamos ser abandonados por nuestra madre.

Y usted se preguntará, ¿qué relación existe entre el temor al abandono y la actitud eternamente estudiantil?

Los estudiantes apasionados, buscamos en los libros la respuesta a la gran pregunta: qué deseaba ella realmente.

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miércoles, 1 de diciembre de 2010

La prepotente prohibición del lesbianismo

Es probable que yo tenga un desmesurado afán de protagonismo, como me dicen algunas personas conocidas.

No solamente supongo que tienen razón sino que además estoy conforme con mi libertad para pensar, escribir y proponer ideas que no están en los diarios, revistas y libros de difusión masiva.

Claro que los amantes de Caperucita Roja, Pinocho y La Cenicienta, no quieren saber nada con mis ideas tan apartadas de lo que siempre se dijo, se opinó y se tomó como verdad incuestionable.

En un artículo ya publicado (1), repetí algo que dijo Jacques Lacan (simplemente porque nació antes que yo): «heterosexual es cualquiera que desee a las mujeres».

Si hombres y mujeres pudiéramos abandonar el machismo, es probable que terminemos considerando que el valor, utilidad y significación de ambos sexos es totalmente diferente.

En caso de que se hiciera una evaluación descontaminada de intereses sexistas, desapasionada y sin prejuicios, tendríamos que reconocer que

1º) Si consideramos que las únicas cosas que tenemos que hacer los seres vivos es cuidarnos como individuos y como especie (reproducirnos) (2);

2º) Entonces, las mujeres, con su increíble cuerpo, capaz de gestar y alimentar, valen mucho más que el hombre.

Como desde hace milenios nos venimos organizando en base a la fuerza bruta, la violencia y la agresividad, casi todos somos más o menos machistas.

Somos machistas porque es el sexo que manda, gobierna, dirige y castiga a los desobedientes.

Cuando este régimen de dominación bestial caiga en desuso, entonces las mujeres podrán expresar libremente su preferencia por las demás mujeres y disfrutarán de los varones sólo como alternativa necesaria para embarazarse.

Hasta ahora ellas dicen preferir a los varones, en base a una costumbre que comenzó siendo miedo (por lo mismo que somos machistas).

Algún día las dejaremos salir del placar.

(1) «Si señora, voy corriendo»

Sabemos mucho de gays pero poco de lesbianas



(2) Ver blog La única misión

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