
Mucho peor sería si esa “mujer más bella”, a partir de que la condecoran, rápidamente comenzara a mirar a las otras que la vienen a saludarla con un gesto de soberbia, arrogancia y hasta de asco.
¿Pueden imaginárselo? ¿Qué vergüenza verdad? Suspenderían el certamen por tiempo indeterminado.
Pero reconozcamos que detrás de todo este imaginario horror mediático se esconde una verdad. Aunque «las comparaciones son odiosas», las hacemos todo el tiempo, y más aún, ¡necesitamos hacerlas!
Cada vez que nos postulamos para ocupar una vacante, necesitamos pensar que todos los demás serán peores que nosotros. Si pensáramos que los demás son mejores que nosotros, ni compraríamos el periódico para ver quién ofrece trabajo.
La lucha interior entre el principio ético «debo ser modesto» y el principio de la realidad «me contratarán sólo si los demás son peores que yo», es muy desgastante y si la lucha de ambos principios es muy intensa, puede paralizarnos y dejarnos tirados en una cama tomando un antidepresivo cada 6 horas.
El discurso interior debería ser: «Quiero ser mejor que los demás aunque tenga que disimularlo».
●●●