viernes, 7 de noviembre de 2008

½ masivo

Cuenta Miguel de Cervantes Saavedra en su libro "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha" que un señor normal, muy apasionado por la lectura de novelas de caballería, un día decidió abandonar la ficción y vivir realmente las aventuras que durante años habían afiebrado su imaginación.

Con esta decisión, su nombre Alonso Quijano pasó a ser Don Quijote y luego de conseguir todo lo necesario para empezar semejante emprendimiento (caballo, escudero, armas, estar muy enamorado de una jovencita), salió a rectificar el mundo.

Todos, incluidos Sancho y el autor, pensaban que Don Quijote estaba loco, pero quienes leyeron la obra con criterio clínico aún no han alcanzado una conclusión definitiva.

Una persona normal es alguien que piensa como la mayoría. Si partimos de esta condición de normalidad, entonces la mayoría de los genios son enfermos. También se dice que una persona es normal cuando pasa desapercibida sobre todo porque no molesta a los demás.

La normalidad es una cárcel de máxima seguridad en la que tenemos que estar recluidos los que no queramos llamar la atención y preferimos pasar desapercibidos no molestando a los demás.

La mayoría de los que usamos el idioma aún no aceptamos que “normalidad” sea un sinónimo válido de mediocridad y subdesarrollo.

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jueves, 6 de noviembre de 2008

Los antojos son sagrados

En el artículo publicado hoy con el título «Necesito un bombón» comento que un niño puede pedirle un bombón a la madre cuando en realidad lo que está necesitando es que la madre le confirme por millonésima vez cuánto amor le tiene.

¿Por qué el niño no se lo pregunta directamente en lugar de hacer todo este rodeo de pedir un bombón? Acá está una de las claves del psiquismo: el deseo.

Ni un niño ni un adulto escapan al particular funcionamiento del deseo, consistente en ser reconocido como deseante.

Me explico mejor: el niño lo que en realidad quiere es que la madre reconozca, intuya, comprenda, acepte, convalide, entienda, asuma que su hijo desea.

Veamos qué le dice Miguel a su compañera: «Matilde, tengo la imperiosa necesidad de que aceptes mis aspiraciones, mis caprichos, mis antojos. Para mí es fundamental que tu estés convencida de que mis anhelos son legítimos, válidos, respetables, sagrados, incuestionables. Si puedes satisfacerlos me alegraré pero recuerda que lo más importante para mí es que los reconozcas como sagrados».

El deseo de Miguel es que Matilde haga todo eso con sus gustos, aspiraciones, etc. Si Matilde hace eso, entonces Miguel se sentirá gratificado por ella.

Lacan lo dijo así: «El deseo del hombre es el deseo del Otro».

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miércoles, 5 de noviembre de 2008

Dejad que los adulones vengan a mí

Imaginemos a un gobernante recluido en su palacio presidencial que permanentemente está tomando decisiones que afectarán los destinos de sus gobernados, basándose en la información que recibe de sus múltiples asesores.

Los asesores son personas que reciben variadas manifestaciones de afecto (fiestas, invitaciones, regalos, halagos verbales, dinero en efectivo) de parte de los poderosos empresarios que habitan en ese país imaginario.

A poco de instalado este gobierno, es claro que los asesores acomodan la información que suministran al presidente como para que éste siempre tome decisiones convenientes para los generosos empresarios que hacen tan hermosos regalos.

La educación en valores cívicos y religiosos de esos ilustrados asesores influye para que nieguen la hipótesis de que son simples corruptos y prefieren suponer que los regalos responden a su natural atractivo. Imaginan ser amados por lo que son (gente linda, simpáticos, amables) y no por lo que tienen (poder transitorio).

Cuando somos presidentes de nuestro hogar y nos dejamos asesorar por noticieros y publicaciones que nunca ponen en duda nuestra inteligencia, que siempre se cuidan de no ofendernos, que permanentemente dicen lo que queremos escuchar (o leer), nos comportamos tan estúpidamente como el presidente imaginario.

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martes, 4 de noviembre de 2008

El amante que quiero para mi esposa

Empecé a estudiar psicoanálisis cuando sentí que la creatividad de los novelistas empezaba a flaquear. He leído miles de novelas y puedo asegurarles: llega un punto en el que inevitablemente es necesario ingresar en la realidad para encontrar historias realmente originales.

Habrán observado que los relatos más atractivos incluyen alguna traición amorosa con el mejor amigo. Siempre me pareció éste un recurso literario efectivo pero muy gastado.

Fue estudiando psicoanálisis que encontré conexiones con la realidad.

Es técnicamente entendible que un hombre procure (inconcientemente) un amante para su esposa porque su erotismo crecerá en forma exponencial.

La esposa suele representar a la madre por quien se tuvo un intenso deseo sexual que la prohibición del incesto canceló con prepotencia. Sin embargo el deseo nunca muere y cuando él hace el amor con su esposa, inconcientemente se complace pensando que ella es su mamá. Repito: inconcientemente. No tiene ni noticias de que eso le esté sucediendo. Es más, si está leyendo esto, no me creerá.

Cuando el deseo por la esposa empieza a decaer, el esposo preocupado tiene que hacer algo. Una solución consiste en procurar que ella tenga un romance con su mejor amigo (del esposo) y así poder fantasear con que el amante-mejor amigo es el padre. De esta manera el deseo edípico reverdece y el amor entre los cónyuges también.

Este amante de la esposa tiene que ser uno en particular (su mejor amigo-papá) porque si ella hiciera el amor con otro hombre que no fuera el mejor amigo del esposo-hijo, entonces mamá se convertiría en una puta (por no tener sexo exclusivamente con papá-mejor amigo).

Si mamá-esposa tuviera sexo con un amante no elegido (inconcientemente) por el hijo-esposo, entonces nuestro personaje, el esposo aburrido que incita sutilmente a su esposa a serle infiel, se convertiría en un hijo de puta, lo cual tratará de evitar en salvaguarda de su autoimagen.

Por esto último es que el esposo que entrega a su esposa a su mejor amigo es simultáneamente muy celoso de que ella no se vincule con otros hombres.

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lunes, 3 de noviembre de 2008

El talón o el oído de Aquiles

La Ilíada es la obra literaria más antigua de la cultura occidental. Se supone que la escribió un tal Homero hace más de 2.800 años. Más que el asedio a la ciudad de Troya, el tema central gira en torno a la cólera del personaje principal: Aquiles.

Éste también es el primer gran personaje de la literatura occidental. Se dice de él que era muy bello, que era el más veloz de lo humanos, que era muy amigo (o demasiado amigo) de un tal Patroclo y que era invulnerable en todo el cuerpo excepto en el talón.

En esta única parte vulnerable (el famoso «talón de Aquiles») fue donde lo hirieron con una flecha envenenada que le causó la muerte.

Ahora voy a defender a ese único punto vulnerable de un personaje envidiable por su impenetrabilidad.

Aunque parezca mentira nuestra cultura, 2.800 años después, sigue promoviendo que seamos lo más impermeables posible a cualquier ataque externo. Para lograrlo apelamos fundamentalmente a tener un férreo control de nuestros afectos, tratando de no ser crédulos, confiados, receptivos de las nuevas ideas. Nos enseñan a escuchar lo menos posible, a leer sólo aquello que repite lo que alguna vez aceptamos como válido y a no leer nada que lo contradiga.

Quienes tengan la suerte de ser tan impenetrables serán doblemente felices si cuentan con un «talón de Aquiles» que les permita mantener aunque sea un mínimo contacto con la realidad, para no perderse en el autismo que nos convierte en dogmáticos, intolerantes, repetitivos, carentes de creatividad, mentalmente sordos.

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domingo, 2 de noviembre de 2008

El florista

— ¿Podemos compartir la mesa?

— Si.

— Mozo, ¿sírvame un café con leche con tres galletitas saladas? ¿Usted quiere algo?

— Si. Un vaso de agua.

— Parece que el frío se está yendo de a poco ¿no?

— Ajá... De a poco.

— ¿Usted es de por acá? Nunca lo había visto.

— Si. Vivo a unos diez kilómetros de acá.

— ¡Ah! ¿Vende flores por lo que veo?

— Si.

— Acá tiene su agua. ¡Gracias mozo! Es complicado el cultivo de flores ¿no es así?

— Yo las consigo en un pantanal que tiene una señora que vive sola a unos veinte kilómetros de acá. Nacen solas, las corto, las ato con alambre, las traigo, las vendo y ya está.

— ¡Qué interesante! ¿y cómo descubrió esa forma de vida?

— Entré a la iglesia una mañana en que estaba desocupado, tenía frío y mucho hambre. El cura decía que Dios cuida a los pájaros y a los lirios del campo dándoles de comer. Salí a buscar lo mío y encontré esto.

— Ah, sí, es una parábola dicha por Jesús.

— ¿Una qué?

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sábado, 1 de noviembre de 2008

Un traspié no es caída

Es popular el rechazo a la consulta psiquiátrica. Muchas personas la evitan alegando que no están locos para tener que hacerlo.

La angustia puede llegar a ser muy dolorosa. Por ejemplo, el ataque de pánico es un miedo difuso y continuado que disminuye drásticamente la calidad de vida.

Los psiquíatras apoyan casi toda su eficacia en la administración de medicamentos que alteran el funcionamiento mental propiciando alteraciones que mejoren la situación del paciente.

Le pongo un ejemplo extremadamente sencillo. Una persona está haciendo la limpieza de su casa y sin querer tira al suelo un portarretrato. Lo levanta y reubica en el lugar donde siempre estuvo. Todo vuelve a la situación anterior.

Los padecimientos psíquicos suelen ser algo parecido aunque se viven con una sensación subjetiva de tragedia. Por ejemplo, la imagen social de alguien se ve cuestionada por un error cometido en el trabajo (el portarretrato cae al suelo). La vergüenza, el miedo a perder el trabajo, la culpa y muchos sentimientos asociados, convierten el hecho en algo verdaderamente trágico (aparecen episodios de pánico).

Una consulta al psiquíatra restablece en unas cuantas semanas la tranquilidad perdida. El nuevo estado mental logrado permite al paciente relativizar la importancia de aquel error en el trabajo y así recupera su calidad de vida perdida (el portarretrato vuelve a ubicarse donde estaba).

Obtenida la reubicación mental, será posible ir disminuyendo las dosis hasta prescindir totalmente de ellas. Sólo quedará un mal recuerdo pero una buena experiencia: el paciente pudo relativizar la importancia de ciertas contingencias de la vida y pudo conocer una ciencia que le devuelve calidad de vida.

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