miércoles, 7 de mayo de 2008

El sistema planetario interpersonal

En el intento de encontrar puntos de vista diferentes para entender esta existencia y ver hasta donde podemos agregarle calidad de vida, les propongo otra sugerencia bastante interesante.

La idea consiste en tomar como dato definitorio de «perfección humana» el simple hecho de conservar la vida. Si una persona está viva, está equilibrada, compensada. Dejamos de lado ciertas condiciones de vida como por ejemplo si está postrado en una cama o si es un deportista de alto rendimiento. Propongo partir de un supuesto mínimo: Quien está con vida, está en un punto de equilibrio. La falta de equilibrio es la muerte.

Si ubicamos en este punto el criterio de equilibrio, podríamos decir que todos los seres vivos son perfectos, aludiendo a que están «en perfecto equilibrio».

Este punto de partida es legítimo así que podemos instalarnos en él para pasar al segundo punto interesante.

Éste consiste en determinar que lo que hacen los seres vivos puede afectarme de alguna manera o no. Pueden perjudicarme o beneficiarme. Cuando observamos a los semejantes desde el punto de vista de nuestra conveniencia, cambiamos de actitud. Antes los observábamos objetivamente pero ahora los observamos subjetivamente.

Teniendo en cuenta las consideraciones expuestas hasta aquí, la observación subjetiva podría expresarse por ejemplo así: «Fulano es perfecto (porque tiene vida) pero el ladrido de su perro no me deja dormir».

Con esta mentalidad las cosas se encararían de otra manera muy diferente. Trataríamos de modificar un problema acústico que nos afecta y no como hacemos ahora que tratamos de alterar algo (la conducta o forma de ser del vecino) que está funcionando en armonía lo cual cuenta con las mismas resistencias que tendría quien quisiera modificar el equilibrio gravitacional que conservan los planetas y el sol desde hace millones de años.

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martes, 6 de mayo de 2008

Busco escribano sádico

Si tenemos la convicción de que no se puede ganar dinero si no es con sacrificio, a la corta o a la larga nuestro trabajo comenzará a resentirse porque a disgusto se puede estar un tiempo pero no demasiado.

Cuando la fuente de ingresos no es divertida, cuando la tarea no tiene algún componente lúdico, cuando en esa área de nuestra vida no la pasamos bien, la productividad caerá irremediablemente.

Sé que es difícil de creer, pero existe la convicción de que lo mejor es pasar mal trabajando para que uno le demuestre a todos y a sí mismo que es trabajador. Imagínese diciéndole a sus conocidos que se divierte muchísimo cuando trabaja. O que desearía quedarse un rato más porque está pasándola divinamente bien. O que está deseando que llegue el lunes y que lamenta que haya llegado el viernes.

Excepto ese pequeño grupo de los masoquistas, la mayoría de los seres humanos obtienen de la diversión su mejor energía. Si quiere realmente progresar y estar mejor, tiene que evitar las tareas que le exigen esfuerzos de voluntad y debería buscar tareas que le den mucha satisfacción. No es un deseo infantil de jugar, es que el insumo «energía» es imprescindible y si a usted le escasea o le sale demasiado caro, no hay producción que salga adelante con una ecuación deficitaria.

Si asumió algún extraño compromiso con alguien que no sabe bien quién es, por el cual está obligado a ser una persona permanentemente sacrificada y que sólo se divertirá excepcionalmente porque para ser responsable hay que estar siempre serio, preocupado, quedar extenuado, amargarse, conseguirse alguna úlcera si fuera posible, trate de ubicar quién fue ese sádico y plantéele de recontratar su actitud frente a la vida, salvo que usted pertenezca al selecto grupo de los masoquistas. En este caso no tiene nada para recontratar.

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lunes, 5 de mayo de 2008

El deseo inapelable

El deseo de un ser humano es la presión interior que recibe para hacer ciertas cosas y que generalmente termina haciendo. Quizá debí decir: siempre termina haciendo, excepto que las condiciones exteriores se lo impidan.

Ese motor del que estamos dotados funciona siempre que estemos vivos. Después deja de funcionar. O porque deja de funcionar es que morimos. Realmente no sé si algo de esto sucede primero, si alguno es consecuencia del otro, si son simultáneos. Sólo sé que el deseo está y que, empuja, incentiva, promueve, estimula, nos conmina a realizar ciertas acciones.

Muchas personas no están enteradas de que en realidad están motorizadas por más de un deseo. Al propio –infaltable- se le agregan: el de la madre, el del padre, el del maestro, el del profesor, el del cónyuge, el del gobierno, el de los organismos internacionales de crédito y un extenso etcétera.

Si la persona no se da cuenta cómo lo están empujando a realizar ciertas cosas, no se entera que su cuerpo está siendo usado para dar curso a deseos ajenos. Algo parecido a la esclavitud pero mucho más disimulado.

A veces esas personas se sienten excesivamente cansadas, doloridas, desmotivadas, extrañas consigo mismas y ésta puede ser una explicación muy válida. Así como en algunas ciudades hay robo de energía eléctrica, de impulsos telefónicos, de gas por cañería, de señal de televisión por cable, de agua potable sin que los que la pagan se den cuenta que están pagando el consumo de otros, muchas veces sucede que nuestro cuerpo está siendo usado para dar curso al deseo de otras personas y eso nos produce una pérdida que la sentimos pero no la registramos. La padecemos sin darnos cuenta.

Ejemplos aclaratorios: Estudiamos medicina porque es el deseo de papá, nos vestimos con ropa oscura porque es el deseo de mamá, votamos al partido XX porque es el predilecto del profesor de filosofía, vamos los domingos a visitar a un par de ancianos aburridos porque es el deseo de nuestro cónyuge, y así, otro extenso etcétera.

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domingo, 4 de mayo de 2008

Swinger si, incestuoso no

Una tarde de verano con mucha lluvia estábamos encerrados en nuestra casa del Balneario Las Gaviotas y no tuvimos mejor cosa que hacer que jugar al juego de la verdad.

No estoy seguro pero creo que el único que estaba a disgusto con esta propuesta era yo, pero no dije nada porque me sentía en minoría y porque estábamos tan aburridos que en cualquier momento se produciría algún estallido de malhumor de consecuencias irreversibles.

Fue gracias a este cruel juego de salón que terminé de entender qué es un dilema. En determinado momento a alguien se le ocurrió preguntarle a mi madre: Si estás en un naufragio y sólo podés salvar a uno solo de tus hijos, ¿a cuál salvarías, a Miguel o a Rosana?

Ahí se terminó el juego porque mi madre se puso muy nerviosa, casi gritando amonestó al de la pregunta y terminamos jugando al fútbol en la calle y bajo agua.

Prefiero no considerar que ella tenía una respuesta para dar porque para mí que siempre prefirió a mi hermana por ser más compradora que yo, sin embargo me quedó como moraleja que existen alternativas que no son opcionales y que su resolución sólo se logra a costa de algún renunciamiento.

Rosana se terminó casando con un egipcio con quien se fue a vivir a Panamá y ahí nos quedamos mi mamá y yo viviendo en aquel caserón del barrio La Providencia.

El dilema se me planteó cuando quisimos vivir juntos con mi novia. ¿Nos íbamos a vivir dejando sola a mi madre o nos acomodábamos en alguna parte de la casa para vivir todos juntos?

A pesar de no ser su hijo preferido opté por la solución más humanitaria hasta que las conversaciones íntimas con mi novia tuvieron que tocar el espinoso tema de que nuestra convivencia había entrado en una escalada de inconvenientes, malestares, agresiones, peleas, gritos, portazos, mutismos y hasta algún empujón inconcebible.

Imaginando aquel frustrado juego de la verdad, la pregunta inconveniente ahora habría sido: Si quieres formar una familia con tu novia, ¿dejarías a tu madre sola viviendo en un caserón lleno de recuerdos?

Mi respuesta ahora que sé lo que es convivir entre los tres es un categórico SI.

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sábado, 3 de mayo de 2008

Apoyemos a quien menos lo necesite

Los bancos le prestan dinero a los que tienen dinero y no le prestan a quienes realmente lo necesitan.

Dicho así suena paradójico, injusto y hasta perverso.

La palabra clave para desarmar la paradoja es el verbo «prestar».

Aunque parezca poco creíble este concepto está prendido con alfileres, inclusive en gente que tiene un amplio conocimiento del idioma.

Una persona para que pueda recibir un préstamo (ser sujeto de crédito) debe poseer la suficiente solvencia como para asegurarle a quien le prestó que es casi imposible que no lo devuelva.

Una de la condiciones más importantes es la voluntad de pago que tenga una persona. Muchos necesitados de dinero consideran que el que presta tiene mucho y si tiene mucho no necesita tanto que se lo devuelvan porque si no se lo devuelven igual tiene otros recursos para seguir viviendo y pueden preguntarse «¿Qué problema puede tener un banco si yo no le devuelvo el préstamo? ¿Acaso va a quebrar por eso? Sin embargo para mi pagarlo es un sacrificio enorme y eso no es justo. El mío sería un esfuerzo innecesario ¿Para qué hacerlo entonces?»

Si un banquero detecta que el que pide un préstamo puede poseer este criterio de justicia distributiva, seguramente resolverá que esa persona no puede ser jamás un «sujeto de crédito» porque no conoce cómo funciona el sistema. Lo comparo con una rentadora de autos que nunca podría alquilarle un vehículo a alguien que no poseyera licencia para conducir.

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viernes, 2 de mayo de 2008

Luto

Confieso que lamento que exista un día de los trabajadores porque eso me da la pauta de que todos los demás días no lo son y además que ellos, al conmemorarlo, están de acuerdo con este estado de cosas.

Si la fecha se eligió como evocación de «los mártires de Chicago» entonces también debo pensar que los trabajadores no la pasan bien trabajando y que el hecho de pertenecer a la clase obrera los convierte en víctimas de algo o de alguien.

Son todas malas noticias para mi forma de ver. También me apena que exista un día de la mujer y así sucesivamente con todos los «el días de».

Expreso mi más sentido pésame.

jueves, 1 de mayo de 2008

Busco raptor con buenas intenciones

Cuando les digo que el “sentido común” no existe, por algo se los digo.

Releyendo archivos me encontré nuevamente con unas pocas líneas referidos al «efecto Estocolmo».

Esta denominación surgió cuando en una toma de rehenes que duró 5 días, uno de los asaltantes al banco de Estocolmo donde sucedió el hecho, terminó casándose con una de las víctimas.

Es bastante conocida la sentencia popular que dice: «cuando no puedas vencer a tu enemigo, únetele».

En las fantasías de muchas mujeres está el rapto. Quizá Olivia, si no fuera por los esfuerzos que hace Popeye con su ingesta de espinacas, ya se habría ido con Brutus.

En las fantasías de los hombres también está el rapto cuando ve que las técnicas de seducción no dan el resultado esperado. Pero la legislación es un freezer que congela cualquier intento romántico y verdaderamente varonil. La cultura termina disolviendo las diferencias entre los géneros y quitándole pasión a lo único que probablemente valga la pena de ser vivido: La conservación de la especie por los métodos tradicionales.

Nota: El artículo que reencontré aún está en la web en http://www.clarin.com/diario/2002/11/02/s-02904.htm .

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