viernes, 31 de julio de 2009

Miss Universo no es tan fea

Una discusión que podría ser divertida es que alguien nos insista en que somos algo maravilloso mientras que nosotros le ponemos objeciones del tipo «Bueno, está bien, reconozco que mis habilidades están un poco por encima de lo normal, pero tampoco es para tanto. ¡Tu exageras!»

Como este juego podemos imaginarlo agradable, es probable que sutilmente estemos invitando a quienes nos rodean para que entren en él.

Una manera de invitarlos consiste en hacer las cosas lo mejor posible pero al mismo tiempo quejarnos de lo mal que hacemos todo para que los demás, irritados por nuestra «equivocación», traten de rectificarnos, contrariarnos, diciéndonos eso que tanto desearíamos escuchar: «¡Tú haces las cosas muy bien! No entiendo por qué no te aceptas un poco más».

En nuestra fantasía pensamos que en algún momento eso sucederá y como quien invierte un cierto dinero en la lotería soñando con que algún día puede obtener el premio mayor que termine con todas las privaciones, entonces invertimos en publicidad negativa («¡Qué mal hago todo!»).

Esta estrategia puede ser una repetición fuera de tiempo en este sentido: Cuando éramos pequeños y nos sentíamos amados por nuestros padres, ellos nos cuidaban más que nosotros mismos. Eso pudo fijarse en nuestras mentes como el prototipo de lo que es un verdadero amor, ése que desearíamos conservar siempre.

Igual que si quisiéramos usar la ropa de cuando teníamos cinco años, este juego no funciona. Es una absurda estrategia que sólo funcionará en sentido literal: Si decimos que somos torpes, pensarán que somos torpes... y así con cada una de las autocríticas que enunciemos buscando que los demás nos rectifiquen.

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jueves, 30 de julio de 2009

¡Ahorremos agua!

Un buen procedimiento para no martirizarse con ideas molestas es concentrarse en una gran idea no muy molesta que cubra a todas las demás.

Son ideas molestas saber que la felicidad consiste en breves momentos muy escasos a lo largo de la vida, que nuestros hijos adorados algún día se casarán con alguien desagradable, de extrañas costumbres y de una categoría inferior.

Otras ideas desagradables son que él (o ella) puede enamorarse de otra (o de otro), que la vejez no perdona, que el partido político que odiamos algún día puede llegar al gobierno, y muchas más.

Para zafar de estas realidades tan irritantes, comenzamos a preocuparnos por cosas que parecen muy graves pero que en el fondo no nos importan casi nada.

El recalentamiento global del planeta, con los cambios climáticos, el derretimiento de los casquetes polares y el aumento del nivel de las aguas, vaya si es algo que justifica estar muy preocupados.

El vicio de fumar pasó en pocos años de algo que hacíamos casi todos hasta cierta edad a ser una pandemia demoníaca. Si alguien está fumando en la casa de al lado, quizá una sola aspiración de ese tóxico sea suficiente para que todos enfermemos de cáncer.

Cada bolsa de polietileno demora cientos de años en degradarse y eso está provocándonos un problema que cuando estalle ya será demasiado tarde. Tenemos que bregar para que sólo se utilicen bolsas de papel o de tela.

Estas amenazas tremendas pero que no nos comprometen demasiado aquí y ahora, funcionan como si fueran biombos mentales: con estas ideas tapamos otras que sí nos angustiarían.

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miércoles, 29 de julio de 2009

La vejez es un post-grado

Cuando somos niños, los adultos usan su fuerza para interrumpir nuestra necesidad de divertirnos enviándonos a la escuela e imponiéndonos ciertas normas muy antipáticas como son no dejar los juguetes tirados, cepillarnos los dientes y hasta bañarnos de cuerpo entero.

¿Quién no ha pasado por estas penosas circunstancias?

Retomo la seriedad habitual para comentar con ustedes que cuando crecemos terminamos reconociendo que fue conveniente aquel aprendizaje para llegar a la edad adulta con una cierta formación, hábitos, destrezas, conocimientos.

En otras palabras: en una primera etapa protestamos contra la capacitación pero luego reconocemos (retroactivamente) que era necesaria. Por este reconocimiento es que hacemos lo mismo con nuestros hijos.

Me parece que durante la edad adulta deberíamos capacitarnos para cuando lleguemos a la vejez porque es una etapa diferente de nuestras vidas y que requiere de cierta formación, hábitos, destrezas, conocimientos.

¿Pero qué nos sucede? Como la vejez es la última etapa de la vida (porque después viene la muerte), no contamos con la ocasión de hacer ese reconocimiento retroactivo que hacemos en la edad adulta respecto a la educación de los niños.

Se agrega otro factor aún más importante para que los adultos no se capaciten para cuando lleguen a viejos: una mayoría de personas piensa que estudiar (formarse, educarse, capacitarse) es propio de gente insegura, con baja autoestima, con una personalidad aniñada.

La naturaleza es sabia porque pone la etapa más difícil al final de la vida, para que todos tengamos la oportunidad y el tiempo suficiente para aprender a disfrutarla. Por razones culturales muchas personas pierden esa oportunidad.

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martes, 28 de julio de 2009

¡Aclaren qué quieren de mí!

Hace unos meses comentaba con ustedes un experimento que se hizo con perros que se enfermaban cuando recibían señales contradictorias (1).

En otras palabras, les generaban un estado de incertidumbre.

Es interesante como «nuestro mejor amigo» también demostraban dos tipos de reacción enfermiza: Los había que se ponían irritables y otros que se entristecían.

Nuestra cultura también nos pone en situaciones de incertidumbre y favorece la conversión de personas normales en violentos o depresivos, es decir, la disfunción humana correspondiente a «irritables» y «tristes» de los perros.

1) Una situación confusa que sufrimos en nuestra cultura se refiere a los roles asignados a los hombres y mujeres.

Además del uniforme (la vestimenta) parecería ser que nos sentimos mejor si encontramos algunas responsabilidades distribuidas por género: Ciertas tareas son femeninas y ciertas otras son masculinas. El liberalismo fundamentalista ha logrado que las mujeres se parezcan a los hombres alegando la adquisición de derechos injustamente negados (aunque sobrecargándolas en extremo).

2) La incorporación de tecnología ha desplazado al ser humano de las fuentes de trabajo y por este motivo es muy grande el esfuerzo que tiene que hacer para ganar apenas lo suficiente. Además, obliga a que las mujeres también trabajen quitándole diferenciación a los géneros como dije en al párrafo anterior.

3) Quizá lo más grave es que nuestra cultura no tolera el egoísmo natural sino que lo combate, haciéndole creer al ser humano que su naturaleza individualista es una mezquindad antisocial, condenable, castigable.

Esta última idea explica por qué tantas veces invito a ustedes a que acepten su naturaleza (individualista) a pesar de la moda que la reprime.

(1) La neurosis canina

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lunes, 27 de julio de 2009

No encuentro psicoanalistas de 9 años

En la descripción de mi perfil en este blog digo: «hace años que procuro entender a Lacan para poder explicarlo como para que lo entienda un niño de nueve años, ¡Y que no se aburra! ».

Varias veces me han preguntado por qué esta propuesta y sobre todo para qué.

Los argumentos más serios que he escuchado refieren a que, si bien es cierto que el objetivo más importante del psicoanálisis es mejorar la calidad de vida de todas las personas que pudieran solicitarlo, ¿qué necesidad existe de que haya que explicarlo para que lo entienda todo el mundo mayor de nueve años?

Perplejo por este cuestionamiento pensé que saldría airoso argumentando que lo mismo se le pedía a la medicina («nunca se le entienden las recetas»; «me habla con palabras que no sé qué significan»), a la pedagogía, a la política o a la religión.

Sin embargo me retrucaron que el psicoanálisis necesita un lenguaje especial porque trata fenómenos que dejarían de entenderse si se pretendiera simplificarlos para darles popularidad.

Y para reafirmar su postura me hacen ver que nadie pretende simplificar la física cuántica, la semiótica o la biología molecular.

El tema creo tenerlo parcialmente resuelto con una explicación intermedia: Es bueno que todo lo comunicable llegue a la mayor cantidad de personas porque suele suceder que algo tan útil como es el psicoanálisis para mejorar nuestra calidad de vida, puede no aprovecharse por el temor que genera todo lo desconocido.

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domingo, 26 de julio de 2009

La escuelita del crimen

Ahora que soy viejo me doy cuenta que la escuela me enseñó a transgredir y se lo agradezco tanto como otros recuerdan con cariño lo que aprendieron.

Cuando ingresé ya tenía ocho años y sabía leer y escribir. No quería ir pero mi madre me obligaba diciéndome que mi padre a su vez la obligaba a ella.

Había aprendido con una prima que vivía con nosotros y que se llevaba muy bien conmigo. Todo empezó cuando tenía siete años y me leyó a pedido mío una novela policial.

En nuestra vida en el campo, lejos absolutamente de todo, aquella historia me drogó con tal fuerza que me volví adicto.

Ella siguió leyéndome las novelitas que ya había leído mil veces, conmigo acostado a su lado, desplazando su dedo índice sobre cada palabra.

Así aprendí a leer primero y a escribir después aunque sólo con letra de imprenta.

Además de no querer ir a la escuela cuando nos vinimos para la ciudad sucedió algo que me volvió radical en mi resistencia: en segundo año tuvimos una maestra que escribía en el pizarrón con algunas faltas de ortografía.

Recuerdo que la dejé en ridículo delante de toda la clase y ella, sin saberlo, fue una aliada en mi lucha contra la imposición de mi mamá justificada por la imposición de mi papá.

Las calificaciones que obtenía eran vergonzosas porque yo estudiaba muy poco pero sobre todo porque la maestra pensaba que así se vengaba de mí.

A partir del quinto año ya tenía el vicio de leer y había incorporado el vicio de escribir. Mis ausencias injustificadas a la escuela eran cada vez más frecuentes.

Por pura coincidencia me enamoré del puerto, que era donde mi padre había conseguido un puesto importante gracias al favor que le hizo un político que nos sacó de aquel lugar perdido en el mapa para traernos a la civilización.

Me escapaba de la escuela para ir al puerto a mirar los barcos, las grúas, el agua, las aves y sobre todo a soñar historias que después escribía.

Un día pasó lo peor y lo mejor. Vi a mi padre que caminaba hacia mí. Toda la historia de amenazas a mi madre por la escolaridad de su hijo se precipitó en mi mente y comprendí el error de ir a ese lugar, tan cerca de «la boca del lobo».

Me dijo un «¡hola!» amigable, entendió inmediatamente lo que allí sucedía porque el uniforme de la escuela yacía a mi lado, me invitó a que lo siguiera, fuimos a un restorán, me invitó a almorzar con él, permitió que tomara vino y hablamos de «hombre a hombre».

Al darme cuenta de cómo era mi padre, cambié completamente.

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sábado, 25 de julio de 2009

Amo a no importa quién

José y María hace más de 5 años que están casados y hace 12 que se conocen y se quieren.

Algo que suena muy extraño es que en realidad María y José no se conocen sino que apenas creen que se conocen.

Efectivamente, cada uno supone que el otro es de determinada manera y cuando piensa en el otro, evoca las propias imágenes mentales que tiene asociadas.

Por ejemplo, María podría decir: «José es maravilloso porque me respeta mucho y me protege. Es un hombre muy noble, cariñoso y trabajador. Es el mejor padre que puede existir para mis hijos».

Sin embargo éste no es José, es una especie de «retrato hablado» construido por María y en el que ella cree como si estuviera en lo cierto. De hecho ella está convencida de que sabe muy bien quién es su compañero.

A veces sucede que los matrimonios empiezan a funcionar mal y los cónyuges comienzan a llevarse mal entre sí.

En estas circunstancias, si le preguntamos a María cómo describiría a José, podría decir por ejemplo que era un buen hombre que en algún momento cambió. Dejó de poseer todas las virtudes que tenía y adquirió costumbres aberrantes.

Es probable que José haya cambiado pero también puede suceder que ahora María está imaginándose a José de otra forma. Por este motivo podríamos asegurar que antes no lo conocía y que ahora tampoco lo conoce.

A tal punto existe esta dificultad para conocer al otro que Lacan llegó a decir que «la relación sexual no existe», puesto que ninguno de los dos sabe con quién está haciendo el amor.

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