domingo, 30 de noviembre de 2008

Adoptar una adopción

— No soporto la mentira. ........ me hace mucho daño............... me pone furiosa y siento un odio muy profundo por quienes mienten.

Cuando velábamos el cuerpo de mi padre, mi hermano, entre sollozos oí que le contaba a un primo que ni él ni yo éramos hijos de nuestros padres. Que los dos habíamos sido adoptados cuando todavía éramos muy chicos.

Estuve sufriendo en silencio durante meses hasta que para curar la herida que me había provocado aquella revelación, me puse con una amiga a investigar cuál era mi verdadera historia.

Los pocos tíos que quedaban vivos estaban todos casualmente olvidados de cómo fue el trámite de adopción, dónde había nacido en realidad. Lo más importante para mí era conocer por lo menos a mi madre para preguntarle porqué me había abandonado.

Mi madre era 19 años más joven que mi padre y ambos habían nacido en el interior del país pero se conocieron y se casaron acá en la capital.

Yo los adoré hasta que me enteré de la adopción. Ella murió mucho antes que él a pesar de que era muy joven, pero le vino una de esas enfermedades que te llevan en poco tiempo.

¿Por qué tenían que mentir justo en ese tema tan importante para cualquiera?

— ¿Hubiera preferido no escuchar el comentario que hizo su hermano en el velorio de su padre?

— Nooo! Gracias a haber escuchado eso fue que comencé a investigar, investigar, investigar, hasta que pude saber qué fue lo que pasó en realidad.

Mi madre quedó embarazada siendo soltera pero los padres (mis abuelos) que tenían mucho prestigio y no querían quedar mal, en cuanto se enteraron de su embarazo se la llevaron lejos diciendo que haría un viaje de estudios pero lo que en realidad hicieron fue llevarla a una ciudad del país vecino, permitieron que diera a luz y donaron la bebita a una gente que deseaban adoptar.

Al poco tiempo ella se enamoró de otro hombre y con éste sí se casó. Una vez que le contó lo que le había pasado con su novio anterior y la bebita, él se dispuso a ayudarla para que intentara recuperar a su hija.

Así fue como volvieron a la ciudad donde había dado a luz y luego de un juicio muy agresivo de ambos contra la familia adoptante, lograron recuperar a la hija y volvieron triunfantes a comenzar una nueva vida, con una mujer que cada vez quería más a aquel hombre que le había devuelto algo tan preciado para ella.

Pues bien, esa bebita era yo. El que realmente es adoptado es mi hermano.

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sábado, 29 de noviembre de 2008

Las buenas palabras

El psicoanálisis lacaniano se caracteriza por entender que el lenguaje es determinante del pensamiento. El lenguaje (el idioma castellano en nuestro caso) le da un cierto formato a nuestro pensamiento.

En algunos relatos de este mismo blog he incluido fragmentos de sesión de psicoanálisis en los que el paciente descubre una idea inconciente a partir de lo que expresa sin saber que lo está expresando.

Por ejemplo, en el relato ¿Mi mamá me ama?, Aníbal nombra a una tal «Ana María» en un cierto contexto, con lo que la analista puede sugerir que quizá él no se «Ani-maría» a comunicar su amor a una vecina por confundirla inconcientemente con su propia mamá que tiene ese nombre.

Me parece interesante compartir con ustedes la importancia que en nuestras vidas tienen las «malas palabras».

Una sobrecarga emocional provocada por una frustración sorprendente, es rápidamente atemperada cuando es posible enunciar estas frases tan injustamente condenadas por nuestros usos y costumbres.

Usted seguramente conoce varias de las más usadas y estará de acuerdo conmigo en que producen un cierto alivio con un mínimo esfuerzo.

En general aluden a cosas (excrementos, residuos) o características (homosexualidad, lentitud, etc.) despreciables de la condición humana.

Cuando una inesperada frustración nos hace sentir inferiores, con la mágica fuerza del idioma conjuramos mediante un insulto el fenómeno que nos agravia y podemos sentir un eficaz restablecimiento de nuestra autoimagen.

En suma: El lenguaje determina nuestra forma de pensar y las «malas palabras» no son tan malas como parecen.

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viernes, 28 de noviembre de 2008

Ladrones solidarios

El sentimiento de solidaridad nos hace pensar que la desdicha de un semejante es y debe ser también nuestra.

El sentimiento de solidaridad nos hace pensar que la felicidad de un semejante es y debe ser también nuestra.

Habrán observado que el primer punto de vista es el popularmente aceptado mientras que el segundo, igualmente válido, no es reconocido.

Como la naturaleza siempre busca equilibrios, esta omisión de nuestra cultura (no reconocer como válida la solidaridad con quienes están mejor que uno) tiende a corregirse por vías indirectas. Es lo que hacen los ladrones, estafadores y demás delincuentes que atentan contra el derecho a la propiedad.

Por supuesto que no estoy diciendo que este derecho deba ser desatendido. En nuestro estilo de convivencia el derecho a la propiedad privada es quizá tan importante como el derecho a la conservación de la salud y de la vida.

Sólo me interesa señalar que este derecho está permanentemente siendo vulnerado porque corre con viento en contra dado que el sentimiento de solidaridad instalado entre los que nos sabemos semejantes, incluye el envidiar, desear y hacer lo posible por compartir aquello que tiene mi vecino y que a mí me haría tan feliz.

Podríamos llamarla «la otra cara de la solidaridad»... que también existe, aunque prefiramos no tenerla en cuenta.

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jueves, 27 de noviembre de 2008

«Ayúdote que me ayudarás»

En el artículo publicado hace unos pocos días y titulado «Necesito que te vaya un poco mal» señalo que el amor dentro de una pareja incluye un sentimiento que parecería ser moralmente reprobable, esto es, desear que el otro quede en deuda con nosotros para que nunca nos abandone y para lo cual puede hacer falta que padezca algún trance que nos permita ayudarlo para generarle una deuda de gratitud hacia nosotros.

Agrego ahora que esta actidud —que la mayoría de las veces es inconciente— incluye a los hijos pero con una particularidad y es que éstos inevitablemente pasan por un período en el cual los padres son siempre imprescindibles porque están muchos años sin poder valerse por sí mismos.

Antiguamente esta situación se generaba explícitamente y todos la aceptaban. Los padres tenían varios hijos para que ayudaran a las tareas de la casa y para que cuando el envejecimiento ya no les permitiera seguir produciendo, alguno de los ellos oficiara de «jubilación y asilo».

Los padres sabían que esta costumbre debía ser inculcada a todos los hijos, no solamente en sus aspectos prácticos sino —y fundamentalmente— en la motivación. Era muy frecuente que al niño se le hiciera ver que todo eso que se estaba haciendo por ellos (cuidarlo, alimentarlo, hacerle regalos), algún día lo debería pagar haciéndose cargo de los padres ancianos.

Hoy en día, cuando aquella costumbre parece haberse extinguido pues los padres cuentan con algún seguro de vejez, de asilo y hasta de entierro, igualmente continúa la intención (ahora sí, inconcientemente) de que los hijos estén en deuda moral porque lo que no hay forma de resolver en una economía capitalista es el abandono afectivo.

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miércoles, 26 de noviembre de 2008

¿Recuerdas qué día es hoy?

Les invento una historia para explicar algo que sucede a cada momento pero que no se tiene en cuenta.

El vino más caro del mundo se llamaba Petrus (de Burdeos - Francia) y se vendía a 2.200 euros la botella, sin embargo este precio fue ampliamente sobrepasado por otro, de origen catalán y que fue embotellado cuando se casaron los Príncipes de Asturias Felipe de Borbón y Letizia Ortiz. Su precio es de 6.000 euros la botella.

Un trabajador con buen salario porque ha escalado a los puestos de dirección de una gran compañía, compró una de estas botellas para demostrarle a su amada cuánto la quería.

Pasado cierto tiempo consideró adecuado preguntarle a ella si había podido disfrutar de tan preciado caldo, a lo que ella respondió que no le interesaba mucho el vino pero que la botella le había parecido hermosa.

Tradicionalmente tenemos la creencia que lo más importante siempre es el contenido, sin embargo no es así en todos los casos. El protocolo puede ser esencial para las relaciones públicas ... aunque algunos se dedican a considerarlo ridículo.

Cuando se reunen personas importantes (porque coyunturalmente sus decisiones afectan los intereses de muchas otras), los expertos en esta disciplina saben con precisión milimétrica quién debe saludar primero, dónde deben sentarse en torno de una mesa, que frases se habrán de decir obligatoriamente y cuáles estarán terminantemente prohibidas.

Cuando nos vinculamos con personas importantes (porque son muy apreciadas por nosotros), deberíamos tener en cuenta qué formalidades serán más valoradas que los afectos mismo. Las fiestas navideñas, los aniversarios y los días de (la madre, etc.) pueden ser más importantes que un sentimiento sincero, sólido y honesto discretamente exhibido durante todo el año.

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martes, 25 de noviembre de 2008

¿Cuál es mi hijo?

El varón no tiene cómo estar seguro de que los hijos que está ayudando a criar sean suyos. Puede suceder que el hijo tenga un parecido físico que disipe las dudas que pudiera tener. También tenemos las confrontaciones genéticas (estudio y comparación del ADN), aunque por ahora éstas sólo son usadas en casos de litigios complejos. Sin embargo, en la mayoría de los casos la duda puede ser permanente.

Esta inseguridad del varón deriva en que puede no ser un fiel cumplidor de su responsabilidad paterna. Estoy mencionando el delito de infidelidad.

La sobrecarga que la naturaleza ha depositado en el cuerpo de la mujer nos obliga a todos a tomar medidas compensatorias pues de lo contrario ella podría ser ineficiente, produciendo nuevos ejemplares que por su incapacidad pongan en riesgo la preservación de la especie. La medida compensatoria más importante es la de coaccionar al varón de quien se supone que son los hijos.

Como se puede ver, la situación es confusa, no cuenta con una solución perfecta y es preciso caer en la violencia de la coacción.

En suma: como el macho humano puede no sentirse responsable de los hijos de su esposa y dado que ésta no puede encargarse sola de la crianza de sus hijos, las sociedades creamos normas por las que el hombre se convierte en una especie de esclavo de la mujer madre de sus (supuestos) hijos.

A partir de este estado de cosas, surgen efectos secundarios ideseables, propios de la coacción y de la esclavitud, que se manifiestan en infidelidades, reacciones violentas, evasiones, ineficacia económica, pobreza, cardiopatías, adicciones, etc.

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lunes, 24 de noviembre de 2008

«Necesito que te vaya un poco mal»

Sobre ciertos temas sería preferible no pensar demasiado porque se corre el riesgo de llegar a conclusiones desagradables.

A pesar de eso siempre me dirijo a aquellas personas que prefieren conocer todas las opiniones para después elaborar las propias.

Mis artículos están pensados para quienes piensan por sí mismos y no para quienes prefieren comprar las opiniones de otros.

Para cumplir con la misión humana número dos (reproducirnos) necesitamos a otro y para cumplir con la misión humana número uno (conservarnos) también necesitamos contar con la colaboración de otros (proveedores y prestadores de servicios, honorarios o rentados).

La prohibición del incesto nos obliga a buscar compañía fuera del núcleo familiar.

En este emprendimiento, buscaremos a alguien que se adecue a nuestros gustos y que esté dispuesto a darnos lo que nos falta (el compromiso afectivo de que estará junto a nosotros “en las buenas y en la malas” ... sobre todo “en las malas” que es cuando más necesitamos compañía y que es cuando más difícil se hace acompañarnos).

Quizá sea más difícil acompañarnos cuando estamos mal, por el trabajo y las privaciones que le impondremos a quien nos acompañe, pero simultáneamente, esa difícil situación nos volverá más dependientes de ella y ésta podrá entonces sentirse más segura de nuestra compañía mientras estemos mal.

Su colaboración generará una deuda que nuestra responsabilidad y gratitud hará que una vez superado el trance, sigamos en deuda durante todo el tiempo por venir.

La necesidad que todos tenemos de que no ser abandonados incluye el deseo —y en algún caso también tomar las acciones que fueran necesarias— de que el otro en algún momento esté lo suficientemente mal como para que esa responsabilidad y gratitud lo obliguen moralmente a no abandonarnos.

Por lo tanto, las relaciones de pareja incluyen aspectos sobre los que sería mejor no tener información porque arruinan la ilusión de que los motivos que conservan los vínculos tan necesarios son generosos, desinteresados y de que nunca incluyen el deseo de que nos vaya mal.

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