lunes, 7 de junio de 2010

El amor es bello (a veces)

En varios artículos anteriores (1) postulé que, por algunas dificultades que tenemos en la relación de los hombres con las mujeres, deberíamos pensar —como hipótesis de trabajo—, que ambos sexos pertenecemos a especies distintas. Como si fuéramos perros y gatos, golondrinas y flamencos.

Más recientemente (2), les decía que, si bien los celos son un sentimiento que nos protege, a partir de cierta sensibilidad exagerada, se vuelven contraproducentes y que, las personas que se imaginan que todos son o deberían ser como ellos, caen en la trampa de pensar que su cónyuge también es —o debería ser—, de todos.

En la suposición de que los seres humanos no somos el resultado de sumar un cuerpo mortal más un espíritu inmortal como tan seductoramente nos propuso Descartes (3), sino que somos un todo completo, que funciona armónicamente, que es todo materia, y que las supuestas inmaterialidades (fantasía, inspiración poética, sentimientos), aparentan serlo por causa del insuficiente avance científico, ahora les propongo la siguiente reflexión:

1) No deberíamos esperar que animales humanos dotados de cuerpos tan diferentes (hombres y mujeres), tengan sentimientos iguales. Deberíamos esperar que nuestros sentimientos sean tan diferentes entre sí como lo son nuestras respectivas anatomías y fisiologías (funcionamiento);

2) Si bien conocerse a sí mismo favorece entender a los demás (y que no conocerse a sí mismo, lo dificulta), no es un buen método creer que nuestros sentimientos son y deben ser los sentimientos de los demás. Ni a nivel individual y mucho menos entre hombres y mujeres. Es decir: las mujeres no pueden esperar que los hombres sientan como ellas, ni viceversa.

3) Algún fenómeno químico nos lleva a que la unión entre hombres y mujeres tenga momentos de placer infinito, alternados con angustiantes desencuentros, como he fundamentado en todos los artículos del blog Vivir duele.



(1) Nadie es mejor que mi perro
Ya sé por qué no me entiendes
Ser varón es más barato

(2) Los amantes de mi cónyuge

(3) El dogma del dualismo cartesiano
Pienso, luego ... sigo pensando

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domingo, 6 de junio de 2010

El destino de Laura

Laura acusó a Mario, convencida de que estaba estafando a su padre en la empresa que habían fundado antes del casamiento.

Ella sabía que le exigía demasiado y que él estaba tan enamorado, que no podía negarse a ninguno de sus caprichos.

Cada pocos meses le regalaba alhajas muy costosas que, cuando Laura pudo razonar, se dio cuenta de que él nunca podría haberlas comprado con los retiros mensuales declarados.

La noticia voló de boca en boca y casi todos opinaron que ella no tendría que haberlo denunciado a la justicia. «La ropa sucia se lava en casa», decían.

Hasta el mismo padre le hizo ver que todo el dinero robado lo tenía ella convertido en joyas de muy buen gusto, pero Laura era implacable y para peor, se enorgullecía de serlo.

Mario fue condenado a dos años de prisión y los trámites para el divorcio comenzaron casi enseguida.

La hija de ambos, de 13 años, se enojó mucho con su madre. Eso plantó la semilla de una longeva enemistad.

El anciano alquiló un confortable apartamento para que ambas vivieran sin que les faltara nada.

La arrogancia de Laura subió un poco más, al notar que los familiares y amigos la criticaban pero sin animarse a enfrentarla.

Todo transcurría relativamente mal, hasta que apareció Renato.

Por primera vez en sus 36 años, Laura se dio cuenta de que no era tan omnipotente y que un desaliñado amante de la poesía, dientes amarillos y cuatro años más joven, podía conducirla al enamoramiento más subordinante.

La anestesia que tenía de nacimiento, se evaporó. Lo que sentía la hacía canturrear o llorar varias veces por día.

Renato y su hija tenían un vínculo preocupante. Se enviaban mensajes de texto de un dormitorio a otro y se reían sin incluirla. Así conoció en llaga propia, «los celos de la gente cursi».

Este infierno paradisíaco duró hasta que él desapareció llevándose las joyas que le había regalado Mario.

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sábado, 5 de junio de 2010

Los amantes de mi cónyuge

Que los celos existen, no es una mera creencia.

La pérdida del amor produce miedo, inseguridad, furia por impotencia.

Es muy probable que necesitemos ser celosos para conservar nuestra vida.

Si el recién nacido no arma un escándalo cada vez que su mamá sale de su campo visual, podría llegar a perderse, ser robado, quedar expuesto a peligros.

El llanto es una señal de alarma como las que hemos inventado para prevenir incendios, robos y demás accidentes.

Los celos también son una señal de alarma, que nos avisa que podemos ser abandonados.

De todos modos, las falsas alarmas terminan siendo un problema más que la prevención de un accidente.

Si alguien pasa fumando cerca de una alarma contra incendios demasiado celosa, quizá obligue a evacuar un edificio de varios pisos, innecesariamente.

La sensibilidad más adecuada está dentro de un rango que se vuelve normal porque es la que posee una mayoría de personas.

Algunas particularidades psicológicas, favorecen la existencia de una sensibilidad a-normal (fuera del rango de sensibilidad más común).

Quienes están convencidos de que sus gustos y preferencias son —o deben ser— las universales, están en problemas.

Me refiero a quienes no pueden entender cómo existen personas que —por ejemplo—, no disfrutan del fútbol, la cumbia y la carne de vacuno asada.

Estas personas necesitan suponer que sus códigos personales (gustos, ideas, creencias), son los normales, lo únicos sanos, los perfectos.

Seguramente usted conoce personas así.

Están tan seguros de esas suposiciones, que han dejado de preguntar a los demás si están o no de acuerdo con sus propuestas.

Peor aún: estas personas, no pueden imaginar que existan quienes no estén enamorados de su cónyuge.

Por lo tanto, estos individuos pensarán así: todos amamos el fútbol, la cumbia, la carne de vacuno asada y a mi cónyuge.

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viernes, 4 de junio de 2010

Los conocimientos anulan la sabiduría

Hace 25 siglos, Platón murió con 80 años de edad y eso me hace pensar que en gran medida, la longevidad no depende tanto de los avances científicos, sino de la suerte de tener un cuerpo resistente y no haber sido atacados por accidentes o enfermedades que interrumpan prematuramente nuestra existencia.

Este filósofo sigue siendo famoso porque llegaron hasta nuestros días algunas de sus ideas.

Una de ellas dice que sabemos más de lo que imaginamos.

El animal humano también tiene conocimientos básicos, que traemos incorporados a nuestra mente como el software de fábrica que traen las computadoras.

A esos conocimientos, se nos van sumando los datos concretos de nuestra experiencia.

El ejemplo de la computadora sigue siendo útil: a medida que la vamos usando, le agregamos nuevos programas que aumentan su utilidad y capacidad de procesamiento.

Cualquier hembra —que no sea la humana—, puede gestar y parir sus crías, sin asistencia.

Nosotros somos más escandalosos y dramáticos: ante un primer atraso en la menstruación, movilizamos a medio mundo.

Entre otras características nuestras, hemos creado una inmensa red de intermediarios que no hacen otra cosa que realizar gestiones que serían innecesarias si no estuviéramos convencidos de que son imprescindibles (ginecólogos, neonatólogos, parteros, etc.).

¿Qué nos priva de la sabiduría que traemos desde el nacimiento?

Aunque parezca insólito, es la memoria.

Platón opinaba que esa sabiduría, son recuerdos (él los llamaba reminiscencias) que no están disponibles porque otros recuerdos, más abundantes y (aparentemente) más importantes, los ocultan (enmascaran, eclipsan, oscurecen).

¿En qué consistiría entonces, un buen desarrollo intelectual?

Pues nada menos que en olvidar todos los datos accesorios que hemos ido acumulando a lo largo de la vida (estudio, experiencias, reflexiones).

En otras palabras, para vivir bien, tenemos que olvidar la montaña de datos que anulan nuestra sabiduría.

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jueves, 3 de junio de 2010

La deseofobia

En varios artículos les he comentado que los neuróticos suelen padecer deseofobia.

El miedo al deseo se parece a la claustrofobia (miedo al encierro) porque sus afectados temen no poder escapar de sus impulsos, anhelos, antojos.

La necesidad surge del funcionamiento corporal y su satisfacción puede diferirse por períodos breves (comer, abrigarse, defecar).

El deseo surge también del funcionamiento corporal (si aceptamos que la psiquis es orgánica), pero su satisfacción podría diferirse por períodos más largos (estudiar, amar, viajar)

Por ejemplo, que un hombre cometa locuras amorosas, puede ser un buen tema para una novela romántica, pero cuando alguien es tan violentamente agitado por el deseo, éste pasa a ser tan incontrolable como un terremoto o un huracán.

Un caso así —observado por alguien con fantasías místicas—, le haría decir que se trata de una posesión demoníaca que debe ser exorcizada.

Quien posee un deseo tan intenso, es juzgado por los neuróticos deseofóbicos como débil, promiscuo, hedonista.

Por supuesto que estos «jueces» creen en el libre albedrío y suponen que nuestro anti-héroe es capaz de evitarse esos problemas y que, por lo tanto, es culpable de todo lo que le pase.

Seguramente no es nada grato verse poseído por un deseo que conduzca nuestra existencia hacia un verdadero precipicio.

Ese deseo instalado en el cuerpo de nuestro personaje es tan extraño a él, como el feto en una mujer que quedó embarazada contra su voluntad.

Los «jueces» deseofóbicos le dirán a ella: «debiste pensarlo antes».

El deseo es una manifestación de vida y su ausencia equivale a una pobreza vital.

Los deseofóbicos necesitan condenar para negar que ellos mismos, son incapaces (tienen miedo) de desear y vivir.

Esta severidad moral les permite justificar su temor al riesgo, asegurar que los exitosos son corruptos y que el optimismo es irresponsabilidad.

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miércoles, 2 de junio de 2010

¡Cuidado, vine yo!

«El pez por la boca muere» dice el proverbio, aludiendo a que cuando intentan comerse algo que oculta un anzuelo, sus segundos están contados.

Los humanos suponemos que el pez también necesita, desea, piensa y decide como nosotros.

No está probado que eso sea así. Lo que sí está probado es que cuando queremos entender algo, no tenemos más remedio que recurrir a nuestras propias experiencias.

Y este es el caso del pez. La experiencia nos indica que las necesidades y deseos nos esclavizan y hasta pueden exponernos a daños irreparables.

¿Cuáles son esas experiencias tan didácticas que nos llevan a temerle a las necesidades y deseos?

Desde muy pequeños recibimos consejos para que no aceptemos los regalos de gente desconocida porque pueden raptarnos y llevarnos lejos.

Los padres recurrimos a esa fórmula, aunque a veces no tenemos noción de las dosis.

Para asegurarnos de la eficacia de la recomendación, podemos inducir en los niños un verdadero terror hacia la gente desconocida, convirtiendo en enemigos a todos los que no sean familiares o amigos.

Usando esta forma de entender la realidad, fue que el impopular presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, cuando Al Qaeda derribó las Torres Gemelas (11/09/2001), dijo públicamente: «El que no está con nosotros, está con los terroristas».

Pero tenemos otra experiencia mucho más influyente en nuestra filosofía de vida, respecto al temor de que otros conozcan nuestras necesidades y deseos.

La técnica que usamos para cazar a los peces consiste precisamente en saber que ellos gustan de ciertos alimentos.

El temor a los demás surge principalmente de nuestras propias intenciones.

Sabemos por experiencia que para dominar a los demás, es útil conocer sus gustos, preferencias, necesidades.

El temor a los demás tiene la dimensión de cuán peligrosos serían, si tuvieran nuestras intenciones.

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martes, 1 de junio de 2010

La familia: célula del imperialismo

Vamos a perpetrar una idea maligna, pero que nadie lo sepa.

La prohibición del incesto es algo que existe hace miles de años y ya funciona sola.

Estimularemos la formación de familias.

Para eso, contaremos con el afán femenino de tener hijos y su vocación de tenerlos reunidos en torno suyo para cuidarlos y disfrutarlos.

Haremos propaganda para que los hombres dignos y respetables, sean aquellos que mejor cuiden a su familia, los que sean capaces de trabajar con todo el esfuerzo que haga falta para que a las madres y a sus hijos, no les falte nada.

Endiosaremos a la mujer madre. La convertiremos en heroina de nuestra patria.

El matrimonio heterosexual y monógamo, será parte de nuestro escudo, de nuestra bandera, figurarán en el himno.

Para agregarle mayor brillo a la familia como célula social, pondremos la moral en su máximo nivel.

Haremos un culto a la ética, las buenas costumbres, a la salud, al deporte, a la sexualidad exclusivamente reproductiva.

Erradicaremos toda forma de prostitución, homosexualidad, drogas y aborto. Las penas serán severísimas.

Al agregarle tanto prestigio a la figura materna y a la familia, estimularemos un gran amor entre sus integrantes.

Como simultáneamente condenaremos toda forma de corrupción, promiscuidad, prostitución y amoralidad, la prohibición del incesto con el que contamos, hará que la agresividad de los nuevos ciudadanos sea máxima debido a la frustración de sus deseos sexuales (estimulados y prohibidos en la familia).

Como lo deseado y prohibido en la familia, urgirá satisfacerlo fuera de la familia (la nación), los ciudadanos se convertirán en ultra-nacionalistas, con un patriotismo exacerbado y fundamentalista, que canalizaremos hacia las fuerzas armadas, preparando un plan de invasión, conquista y anexamiento de los países vecinos.

Hitler, Mussolini y Stalin, ya lo hicieron. Volvamos a intentarlo.

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