
Más recientemente (2), les decía que, si bien los celos son un sentimiento que nos protege, a partir de cierta sensibilidad exagerada, se vuelven contraproducentes y que, las personas que se imaginan que todos son o deberían ser como ellos, caen en la trampa de pensar que su cónyuge también es —o debería ser—, de todos.
En la suposición de que los seres humanos no somos el resultado de sumar un cuerpo mortal más un espíritu inmortal como tan seductoramente nos propuso Descartes (3), sino que somos un todo completo, que funciona armónicamente, que es todo materia, y que las supuestas inmaterialidades (fantasía, inspiración poética, sentimientos), aparentan serlo por causa del insuficiente avance científico, ahora les propongo la siguiente reflexión:
1) No deberíamos esperar que animales humanos dotados de cuerpos tan diferentes (hombres y mujeres), tengan sentimientos iguales. Deberíamos esperar que nuestros sentimientos sean tan diferentes entre sí como lo son nuestras respectivas anatomías y fisiologías (funcionamiento);
2) Si bien conocerse a sí mismo favorece entender a los demás (y que no conocerse a sí mismo, lo dificulta), no es un buen método creer que nuestros sentimientos son y deben ser los sentimientos de los demás. Ni a nivel individual y mucho menos entre hombres y mujeres. Es decir: las mujeres no pueden esperar que los hombres sientan como ellas, ni viceversa.
3) Algún fenómeno químico nos lleva a que la unión entre hombres y mujeres tenga momentos de placer infinito, alternados con angustiantes desencuentros, como he fundamentado en todos los artículos del blog Vivir duele.
(1) Nadie es mejor que mi perro
Ya sé por qué no me entiendes
Ser varón es más barato
(2) Los amantes de mi cónyuge
(3) El dogma del dualismo cartesiano
Pienso, luego ... sigo pensando
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