Admirada por su vitalidad,
los médicos no entendían por qué aquella centenaria mujer seguía siendo auto
válida a pesar de los malos resultados que exhibían los estudios clínicos.
Como era de esperar, un
día no se despertó. En el testamento había determinado como único heredero de
sus cenizas a un sobrino vago y narcotraficante.
Este maldijo a la anciana
por el chiste macabro y mezquino. Sin embargo, cambió de idea cuando constató
que el poder alucinógeno de aquel polvo gris valía una fortuna.
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