En el Titanic viajamos muchos niños. Después del segundo día de navegación ya conocíamos todos los rincones y empezamos a aburrirnos. A una niña de mi edad le aposté la casa de mis padres a que ese buque no se hundía. Por supuesto que perdí, pero no la encontré para pagarle. Creo que se ahogó. Yo también morí, pero de frío.
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