En esta pareja la
sexualidad es muy intensa porque no está limitada por los celos. Él se excita
viendo cómo su amada tiene apasionados encuentros sexuales con otros hombres.
Abelardo y Mariana tenían sesiones contiguas con el mismo psicoanalista.
Ella le provocaba intensos escalofríos, temblor en las
rodillas y hormigueo desde los hombros hacia arriba.
Cuando se acercaba la hora en que la paciente saldría del
consultorio, el muchacho se angustiaba tanto como quien, ubicado en un frágil
vagoncito, se asomara a la caída mayor de una montaña rusa. Mariana ni lo
miraba, pero él se sentía succionado por una especie de remolino, intangible
aunque de altísima densidad gravitacional.
Solo conocía la colección de sandalias con tacones que adornaban
unos pies vertiginosamente bellos. Por las escasas oportunidades en que se
animó a mirarle las piernas, conocía el mapa de sus poros pequeñísimos.
Apretaba una mano con la otra por temor a que se dejaran llevar por la
tentación de tocar.
El psicoanalista tenía que esperar unos minutos a que
Abelardo saliera del estupor y pudiera incorporarse para entrar, rendido, sin
escuchar el mecánico saludo del profesional.
Aunque el conmocionado muchacho informó sobre el efecto que
le provocaba aquella paciente, el técnico no alteró las horas de consulta y
permitió que la flamígera continuara horneándolo.
Abelardo decidió consultar a otro psicoanalista, pero no
como paciente sino para entender el mundo de Mariana desde un punto de vista
técnico. La conclusión, en pocas palabras, fue que la hermosa muchacha era una
seductora incansable, que solo practicaba sexo por diversión, o para probar su
poder con los hombres, o para satisfacer alguna perversión.
Ante la pregunta sobre si correspondería o no abordarla, el segundo
analista le dijo que sí, que nada malo podría pasarle. Y, entonces, ¿por qué
no?
La misma interrogante le formuló al profesional que los
atendía, pero este rehusó hacer comentarios sobre otras personas.
En la sesión siguiente, con gran temor, Abelardo salió de la
sala de espera para seguirla, le habló en el ascensor y ella lo derritió
besándolo en los labios por única respuesta.
El muchacho faltó a varias sesiones posteriores porque había
caído en una profunda postración de felicidad. Se la pasaba tirado en la cama,
mirando el techo y soñando infinitas escenas románticas, en parques, valles,
lagos.
Estas bucólicas fantasías se nublaron bruscamente. Un rayo
de duda lo hizo saltar y quedar sentado en la cama: otro hombre deseaba a
Mariana tanto como él sin que ella hiciera algo para alejarlo.
Para asegurarse el amor de ella, le propuso matrimonio y
ella aceptó radiante.
Ya en la luna de miel él entendió conveniente contratar los
servicios de un detective porque ahora tenía otras fantasías mortificantes.
Según estas, la esposa no siempre iba adonde decía que iba.
El primer sobre con varias fotos y filmaciones volvieron a
provocarle aquellas penosas sensaciones que sentía en la sala de espera.
Efectivamente, Mariana era tan audaz con los amantes como
con el esposo. Repetía los mismos gestos, los mismos actos, con idéntico
desenfreno y erotismo extremo.
El marido indignado tuvo un arranque de furia que solo duró
unos pocos segundos. Esa noche sintió con sorpresa cómo su deseo sexual
aumentaba recordando una y otra vez aquellas fotos y videos.
El éxito de este matrimonio habría provocado envidia en la
pareja más exitosa, pero antes de cumplir veinte años de convivencia, Mariana
abandonó a su esposo para cohabitar con el investigador.
………
Con un caso como este, mi esposa puede tener material para
reflexionar durante tres días con sus noches. Sin embargo se limitó a decir,
como si pensara en voz alta:
— ¡Qué suerte tienen algunas!
(Este es el Artículo Nº 2.248)
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