Mariana pidió un regalo especial para festejar sus
15 años. Basada en lo que había leído sobre ingeniería genética, tuvo una vida
y una maternidad diferentes a las que habitualmente tienen las mujeres
contemporáneas.
Una noche, mientras la madre
estaba en su reunión semanal con el coro, el padre de Mariana golpeó a la
puerta del dormitorio. Esta lo hizo entrar y él, tratando de ser gracioso,
intentó darle una sorpresa. Para eso no demoró en poner sobre el escritorio una
botella de güisqui.
La chica quedó perpleja hasta
que él se explicó: había comprado la primera botella de bebida para lo que
sería una gran fiesta de 15 años.
La muchacha tragó saliva y se
dio cuenta que se estaba demorando en plantear cuáles eran sus propios planes
para tal evento tradicional.
Antes de que se siguieran
haciendo gastos, Mariana juntó coraje y argumentos para comentar cuáles eran
sus aspiraciones.
Cuando las planteó, el padre
se puso serio y la madre se rió.
Nada de fiesta, ni de viajes,
ni de cirugía estética, ni de tatuajes: había decidido congelar sus óvulos.
“Sí, así como lo oyen”, les dijo con temor a una negativa y, peor aún, a que su
sueño fuera criticado.
A partir de ese primer momento
difícil, se ve que los padres dialogaron largo y tendido, que hicieron
consultas, que averiguaron precios, garantías, riesgos.
Por suerte para la futura
quinceañera, la solicitud tuvo ‘luz verde’.
A partir de esta aprobación,
la muchacha cambió notoriamente. Se puso aún más seria, más estudiosa, menos
sociable.
Luego de haber hecho los
trámites y procedimientos médicos, la jovencita atesoró el documento recibido:
lo mandó encuadrar y lo colgó en la pared, a los pies de la cama. Cada vez que
se despertaba aquel comprobante la llenaba de energía, de optimismo, de
proyectos, de sueños y hasta de poesías.
Sin embargo, se cuidaba de
hacer comentarios. La madre solía indagar sobre los planes pero la muchacha
solo daba respuestas genéricas, sin especificar nada en particular.
Tan pronto pudo, se dedicó a
estudiar ingeniería genética. Adoraba la biología y logró la amistad de los
profesionales de un laboratorio de esa especialidad. Estos la ayudaban
alentándola, sugiriéndoles sitios web, escuchándola..., sobre todo
escuchándola.
Cuando esta vida académica y
de experimentos se convirtió en algo rutinario, comenzó a frecuentar grupos de
jóvenes, buscando divertirse con el sentido del humor masculino pero también
buscando tener relaciones sexuales.
Desde un primer momento, cada
vez que hacía el amor con alguno que ella consideraba genéticamente digno de
sus óvulos congelados, le planteaba el proyecto para que se postulara como
potencial donador de espermatozoides.
La experticia sexual de
Mariana era notoria. Los muchachos no hacían ninguna resistencia a tener sexo
para que, en una maniobra muy simple, ella extrajera el semen de la vagina sin
interrumpir una amena conversación.
Sus descubrimientos en
fertilización asistida le dieron un cierto prestigio y el consiguiente dinero
que gratifica una profesión incuestionablemente valiosa.
Cuando esta científica cumplió
50 años, comenzó el segundo tramo de su plan.
Efectivamente, aplicando
técnicas de gestación fuera del útero (ectogénesis), invirtió parte de su
fortuna en acondicionar una casa, en contratar niñeras, en asegurar la
obtención de los requerimientos científicos más actuales para la crianza de
niños.
Cuidándose de no llamar la
atención de la prensa, puso a gestar 15 de sus óvulos congelados con los
espermatozoides de sus 15 amantes genéticamente predilectos.
Varias veces al día, iba a la
sala de gestación, les hablaba a los futuros niños, les cantaba acompañada de
una guitarra. Se cambiaba frecuentemente de ropa para que a ninguna incubadora
le faltara algo que portara el olor de la madre.
El amor y el rigor científicos
permitieron que todo ocurriera sin tropiezos. Los 15 pequeños nacieron con
diferencia de horas y allá se fueron a vivir con la mamá, en una casa
especialmente acondicionada para ellos.
La historia siguió con los
tropiezos normales de los recién nacidos: problemitas respiratorios,
digestivos, insomnios.
El primer año no fue
festejado, pero el segundo sí pues, según Mariana los pequeños entienden mejor
qué es un cumpleaños.
La sorpresa para esta mamá fue
organizada por dos de las niñeras. A poco de comenzar la fiestita aparecieron
los 30 hombres que habían donado su semen. El encuentro fue extraño, nadie
podía describir qué sentían. Se los notaba alegres pero desconcertados. Algunos
hombres creyeron encontrar niños que se les parecían pero los otros no les
confirmaban la deseada hipótesis de paternidad.
No sabemos cómo seguirá esta
historia, pero en principio, ni la madre ni los padres hablaron de «mi hijo» como si
estos pudieran pertenecer a alguien más que a sí mismos.
Los padres de Mariana también
estaban desconcertados. El papá trajo dos vasos con hielo, abrió aquella
antigua botella de güisqui y, para brindar, le dijo a su esposa:
— Que nos perdone Marianita,
pero estos nietos son nuestros. ¡Salud!
— ¡Salud!
(Este es el Artículo Nº 2.249)
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