En este relato, Mariana
representa lo que el varón teme de la mujer. El miedo a ser castrados por una vagina
dentada está simbolizado en este relato en el que una adorable mujercita es
sospechada de cometer crímenes terribles.
En el transcurso de 1921, Mariana quedó viuda y huérfana.
Los vecinos de la granja que habitaba esperaron que llorara por tantas
desgracias juntas, pero la muchacha no sentía nada por aquellos hombres que
llegaron a su vida sin que los buscara. Había sido un accidente que fuera hija
de un productor rural apático y casi alcohólico; y había sido un accidente que tuviera
que casarse, no con el único varón que conocía, pero sí con su primo Roberto,
debilucho, de piel suavísima y sonrisa bobalicona.
Surgieron como hongos los acompañantes misericordiosos, los
consejeros repletos de buenas intenciones, los geniales inversores para la
pequeña fortuna. No aparecieron, sin embargo, vecinas.
Mariana no había vivido casi treinta años en vano. Algunas
cosas sabía, pero eran más las que desconocía, por ejemplo, a su propio cuerpo.
Siempre lo había considerado un parásito que vivía pidiéndole descanso, comida,
calmantes para los dolores menstruales.
Un día de otoño, ese cuerpo antipático se levantó de buen
talante. Ella se sintió extrañamente divertida cuando el muy vago le pidió ropa
colorida, calzado elegante, perfumes, maquillaje.
Estas nuevas necesidades la obligaron a visitar la ciudad.
Ahí encontró algo que la piel venían pidiéndole con señales confusas: un varón.
Un elegante señor de su misma edad fue el seleccionado por
aquella anatomía radiante que, como señal inequívoca, se erizó de pies a
cabeza.
El plan de dedicar unas pocas horas para hacer compras
terminó en una estadía por tiempo indeterminado. Necesitaba quedarse cerca de
aquel electrizante semental.
Como suele ocurrir, el fluido magnético envolvió al hombre;
este obedeció la inapelable atracción, y se enamoraron.
Rogelio, así se llamaba, fue muy feliz durante varios meses
pero empezó a extrañar su vida en la ciudad. Ella, comprensiva, lo alentó para
que fuera a divertirse como cuando era soltero.
En uno de estos viajes conoció a una ofídica mujer. Años
después, recordando lo sucedido, llegó a pensar que fue puesta en su camino por
alguna fuerza maligna y sobrenatural.
Lo sedujo con métodos radicales, reavivándole los rasgos
perversos que todos tuvimos alguna vez en la infancia. La situación sentimental
llegó a tal extremo que, después de cada relación sexual, se divertían
confabulando sobre cómo matar a Mariana.
El plan homicida fue ganando precisión y perfidia. Rogelio,
durante varias semanas, fue obsesionándose mientras iba y venía de la ciudad a
la granja. Llegó un momento en el que al homicidio perfecto no le faltaba nada
para ser perpetrado, excepto porque ocurrió lo único que los malévolos amantes
no habían considerado: Mariana quedó embarazada.
La alegría de la muchacha fue desbordante, el amor que
sentía por su esposo trepó a niveles místicos. El hombre, atormentado, quedó
sumido en la perplejidad. Tenía dificultad para hacer el amor con la golfa. El
pecho varonil se colmó de sentimientos amorosos y tenebrosos, dirigidos
respectivamente a la futura mamá y a la maligna instigadora.
Esta locura silenciosa fue creciendo hasta que coaguló en
una trágica resolución: mataría a la amante.
Los pensamientos afiebrados iban y venían a zancadas
delirantes. Sentado en el ómnibus que lo llevaba al lugar del crimen, extrajo
de un portafolio el puñal con el que ajusticiaría a la infame.
Le quitó la vaina de cuero, lo tomó con la primorosa
delicadeza que alguien sostiene a un recién nacido y miró el mango de plata y
oro labrado por algún orfebre que seguramente se regocijó con tanta exquisitez.
El joven militar, de vistosa vestimenta, que ocupaba el otro
asiento, carraspeó y le preguntó:
— Perdone el atrevimiento, señor: ¿podría decirme cómo llegó
a sus manos ese hermoso puñal?
Rogelio salió tropezando de sus tenebrosas cavilaciones y le
respondió:
— Es de mi esposa.
El uniformado tragó saliva y le dijo:
— Con ese puñal mi padre mató a mi madre porque una tal
Mariana le hizo creer que se casaría con él.
(Este es el Artículo Nº 2.244)
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