domingo, 31 de agosto de 2014

Descubrimiento milagroso



 
Relato de ficción que reinterpreta el viaje de Colón y otro descubrimiento, como si en estos 500 años los acontecimientos se mezclaran.





Marinero joven — ¿Para dónde vamos, Cristóbal?

Cristóbal — Para allá.

Marinero joven murmura a otros dos — ¡Qué lacónico!

Marinero adulto — Para allá hay un precipicio. ¿Nos vamos a lanzar al vacío como Thelma y Louis?

Cristóbal – Quedate tranquilo que no hay ningún precipicio. Es todo agua antes de llegar a la parte de atrás de España.

Los tres marineros se miran haciendo gestos del tipo: «Cristóbal está loco», «qué me importa», «¡en qué lío estamos metidos!».

Pasan los días y las semanas, siempre avanzan hacia el oeste. El mar no se acaba, pero cuando no hay viento se aburren; juegan a las cartas; Cristóbal hace cuentas, dibujos, rayas. Cuando vuelve el viento, los cuatros hacen una exclamación como si finalizara un apagón.

Marinero joven — ¿Es cierto lo que se dice de usted y de Isabel la Católica?

Cristóbal — Si, es cierto.

Marinero joven, algo desconcertado — ¿Pero usted sabe a qué me refiero?

Cristóbal — No tengo ni la menor idea, no me interesa; pero sí, es cierto.

Los tres marineros se miran haciendo gestos del tipo: «Cristóbal está loco», «qué me importa», «¡en qué lío estamos metidos!».

Varias semanas después el viento deja de funcionar, tres, cuatro, cinco días. Los marineros comienzan a pensar que hay un error: no es que el mar se termine abruptamente, es el viento el que se termina abruptamente. ¿Entonces?

Luego de tres semanas sin viento, los víveres y el agua potable comienzan a escasear. El ceño de Cristóbal se contrae y ahí queda: congelado, inmutable. ¿Qué estará pensando?

Una mañana, cuando se disponían a comer los últimos bocados y a beber los últimos sorbos de agua, Cristóbal dijo:

— Mañana tendrá que morir uno de nosotros para que los demás sigan comiendo hasta que haya viento.

Todos se miraron aterrados. ¡No habían pensado en tan trágica posibilidad!

Marinero joven — ¿Y quién morirá para ser comido?

Cristóbal — Yo.

Los tres a coro — ¡Usted! ¡Pero eso es imposible! ¿Quién será el capitán de la carabela?

Cristóbal — Si seguimos sin viento no será importante quien gobierne un buque parado en el medio del agua.

Para la merienda, los glotones muchachos pidieron una reunión con el capitán y propusieron:

— Haremos un sorteo pero usted no podrá participar.

Cristóbal entendió la lógica del planteo y aceptó. Ahí mismo hicieron el sorteo y le tocó ser desayunado y almorzado al marinero más joven. Este comenzó a llorar, los otros dos lo consolaron abrazándolo, aunque también palpando cuáles serían sus partes más blandas y sabrosas. Por su parte, Cristóbal, también participaba. Miraba las pantorrillas para el desayuno e imaginaba los muslos para el almuerzo.

A la mañana siguiente, cuando ya estaban dispuestos a faenar al muchacho, el de mayor edad gritó: «¡Tierra, Tierra!»

—¡No puede ser!— vociferó Cristóbal, —si hace más de tres semanas que no corre una gota de viento.

Los marineros se miraron, el más joven, sin parar de adobar su cuerpo con abundantes lágrimas, atinó a decir:

— ¿No serán las corrientes oceánicas?

Los cuatro hombres cayeron de rodillas, apoyaron sus mentones sobre el pecho y juntando las manos, rezaron por el milagro: acababan de descubrir las corrientes oceánicas.

(Este es el Artículo Nº 2.236)

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