Los débiles son los más fuertes cuando están
alineados con la naturaleza, pero son los más débiles si se dejan llevar por
los prejuicios culturales.
Mariana sedujo a Julio
espantándose.
Julio había estudiado en
Francia, o por lo menos eso fue lo que su padre estuvo pagándole a lo largo de
cinco o seis años.
Lo que no podía dudarse es que
el muchacho-casi-adulto vestía muy bien.
Quien tuviera oído musical
podía darse cuenta que emitía sonidos franceses, aunque no se conocía a alguien
que pudiera evaluar la corrección gramatical en ese gangoso idioma.
Pero a los efectos de lo que
les contaré, no importa si Julio había aprovechado bien lo que se gastó en su
larga estadía fuera del país.
Como dije al principio,
Mariana lo sedujo porque al verlo en la calle brincó hacia un costado y se
refugió apretándose contra la pared.
Él la miró divertido. Una
mueca elegante movilizó el fino bigote, maximizó su glamur levantando una ceja.
Mariana se apretó aun más contra la pared, se tapó la boca como para no pedir
auxilio, pero Julio siguió caminando. Hubiera sido inadecuado que se detuviera
ante aquel gesto de la muchacha. Mejor dicho: nunca antes le había ocurrido
algo así y tampoco nadie lo había instruido sobre cómo reaccionar ante una
mujer inexplicablemente asustada.
Pero usted ya lo sabe: Mariana
sedujo al casi adulto. Esto quedó en evidencia por cómo la imagen y la
situación habían impregnado la mente masculina.
La Naturaleza hizo que, cada
uno a su modo, tratara de pasar nuevamente por ese lugar y a la misma hora.
Esta predeterminación hormonal no tardó en dar resultado.
La chica ya no se asustó; todo
su atuendo había sido seleccionado para atraer al caballero y él, enterado sí
de que debía tomar la iniciativa de hablarle, le dijo: «Buenos días», como
si los miles de euros gastados en enriquecer su lenguaje se hubieran evaporado.
En el tercer encuentro casual y programado, ella se le acercó y lo miró
acariciándole la solapa del impecable saco de tela costosísima. Él sintió algo
en las rodillas que lo llenó de preocupación. ¿Por qué esa repentina debilidad?
¿No era el varón quien debía tocar primero a la dama? ¿Por qué ella parecía tan
natural y él se sentía tan inseguro?
Este tercer encuentro ocurrió en un mediodía otoñal de la peatonal José
Mujica, justo cuando una obra en construcción recomenzaba su estruendosa
emisión de ruidos.
Mariana le acarició la mejilla y se puso en puntas de pie para besarlo
en la boca. Él tuvo que recordar un par de clases de yoga para evitar caer de
rodillas.
Recobró el coraje viril respirando profundamente pero sin exhibir la
falta de aire. La besó y abrazándola por los hombros, comenzaron a caminar en
la dirección que ella traía cuando se encontraron. Para seguir buscando el
esquivo control, el hombre comenzó a hablarle. Ella lo acariciaba y le sonreía.
Entraron en la pensión donde Mariana vivía, retiraron la llave que la regenta guardaba
en el bolsillo de su delantal y fueron a la habitación donde ella lo poseyó sin
perder la actitud sumisa.
Él la presentó a su familia cuando pudo asumir que la mujer de su vida
era prostituta y muda.
(Este es el Artículo Nº 2.237)
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