La neurosis cultural nos obstaculiza el consumir libremente todo el amor que necesitamos tanto como respirar, comer y beber.
He dicho muchas veces, pero nunca demasiadas,
que los seres humanos somos grandes consumidores de amor. Quizá dependemos del
aire, los nutrientes y el amor. Este tercer puesto parece razonable.
Por lo tanto, sentir que nos aman es algo
fundamental.
Este tercer puesto pasa a ser el primero
cuando de reprimir los deseos amatorios se trata.
Efectivamente: podemos respirar y alimentarnos
casi libremente.
El «casi» corresponde a la limitante que tantas personas supuestamente bien intencionadas nos interponen
imaginando componentes dañinos en los alimentos.
El control
estricto de la alimentación es una de las tantas consecuencias de la neurosis
cultural. Vivimos esquivando de mil formas los intentos profesionales por
convertirnos en hipocondríacos (enfermos imaginarios).
Las
personas más sugestionables caen como moscas ante las amenazas demoníacas
referidas a los alimentos cárnicos, a las manipulaciones genéticas, a los
agrotóxicos y demás peligros.
La
prohibición más fuerte sobre el imprescindible consumo del amor recae sobre el
placer físico.
Las
caricias, abrazos y las relaciones genitales, están limitadas a ciertas
condiciones sociales que tienden a imponer la monogamia, la heterosexualidad,
la intimidad.
La mayoría
no sabemos si rechazamos el amor polígamo, homosexual y público, porque no nos
gusta o porque lo tenemos bloqueado por la mencionada neurosis cultural.
Pero lo
real es que necesitamos respirar, comer y recibir amor.
¿Cómo
resolvemos esa falta de amor físico que la neurosis cultural se encarga de
inhibirnos?
Las soluciones
son variadas:
— pagarle a
un trabajador sexual;
— contratar
los servicios de masajistas, peluqueros, podólogos;
— acceder a
hidromasajes (termas, spas, gimnasios);
— organizar
una vida clandestina y promiscua en la que podamos encontrar las dosis de amor
que realmente necesitamos;
—
enfermarnos para que las manipulaciones médicas nos permitan imaginar que son
amorosas.
(Este es el Artículo Nº 1.767)
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11 comentarios:
Muy buenos el artículo y el videocomentario.
Si sus artículos no generaran tantas resistencias, los compartiría con mis amigas.
Me interesó lo que dijo con respecto a las necesidades de respirar, comer y amar. Y que la necesidad de amar pasa al primer puesto cuando las otras están satisfechas y esta última reprimida. Creo que la represión inconsciente del deseo de ser amado y de amar puede saltar, expresarse, en conductas que nada parecen tener que ver con ese deseo. Se actúa el deseo de ser amado, por ejemplo, rompiendo las reglas, para que otro venga de afuera a ocuparse de vos. En la medida que se ocupa, te demuestra existente; te ama.
Cuando el deseo de amor se reprime conscientemente es porque encontramos en esa conducta, alguna soluciòn a nuestros conflictos internos.
Déjeme copiar este párrafo: ¨la mayoría no sabemos si rechazamos el amor polígamo, homosexual y público, porque no nos gusta o porque lo tenemos bloqueado por la neurosis cultural¨.
Lo copié porque me parece en extremo cierto. Lo que no sé es si se puede vivir por fuera de esa neurosis cultural.
Hay montones de formas de sublimar el amor que no recibimos, cantidad de formas de fantasearlo metafóricamente a través de hábitos, conductas, rituales.
No me gusta la vida clandestina y promiscua. Me gusta la libertad.
Cada vez que tenía que dar examen justo me enfermaba. Eso de tener que bancarte que te bochen, que te digan usted no está aprobado, se parece a un: ¨ya ve, usted no recibirá la recompensa, inténtelo otra vez¨.
Me pregunto por qué la palabra orgía -donde todo puede ser legalmente público, homo y/o heterosexual, plural, concomitante- nos remite, tan habitualmente a asociaciones vinculadas al asco, rechazo, sordidez, mugre, inmoralidad.
Depende de cada cultura la distancia y el roce que se considera adecuado entre los cuerpos.
Se exige el amor espiritual y se le ponen trabas al amor físico, como si nuestro espíritu y nuestro cuerpo caminaran por veredas diferentes.
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