sábado, 1 de octubre de 2011

Vivir es insólito

La muerte no es algo que le ocurre a la vida sino que es la vida la extraordinaria, rara, excepcional.

Un grupo de turistas recorrían el zoológico poblado por las más exóticas especies.

En este caso, un grupo de turistas japoneses se detuvo extrañado ante una jaula donde dormía un perro común y corriente.

A los guías turísticos siempre le preguntaban por qué un animal que se lo encuentra suelto en cualquier lugar estaba ahí encerrado como si fuera una fiera. Por eso explican casi mecánicamente: se trata de una especie de perros con dos cabezas. Este ejemplar es una rareza porque tiene una sola.

La anécdota precedente cumple dos funciones:

— Tranquilizarme porque la muerte me pone muy nervioso, y

— Comentarles una teoría que se parece bastante a la historia del zoológico.

Efectivamente, la vida es un fenómeno excepcional, raro, escaso (como el perro digno de exhibición porque tenía una sola cabeza). Lo normal y absolutamente mayoritario es la muerte, lo inerte, lo inanimado.

Los humanos somos seres vivos que poseemos la reflexión, esto es, la posibilidad de vernos a nosotros mismos.

Se juntan en nuestro intelecto esa autoobservación y el fuerte deseo de conservar la vida.

Nos vemos actuar y por eso creemos que la vida es un fenómeno dominante aunque en realidad estamos escapados de la muerte, de lo inerte, de lo inorgánico.

Si vamos al caso, estar vivos es algo insólito.

La normalidad, lo más lógico, lo que ocurre en mayor medida con cada una de las sustancias que conforman nuestro cuerpo (sodio, carbono, agua), es que pertenezcan al reino mineral y no al reino animal (o vegetal).

Nuestra existencia es como el extraño perro que parecía normal, es decir, parece normal que estemos vivos aunque realmente es rarísimo, extraordinario y, para los creyentes, milagroso.

●●●

viernes, 30 de septiembre de 2011

El sufrimiento por «saciedad extrema»

Aunque cuesta creerlo, el «fenómeno vida» tanto puede ser estimulado mediante el sacrificio como mediante una «saciedad extrema».

El mensaje que recibimos de la moda, la moral, la cultura, es algo así como «si no disfrutas de la vida, algo estás haciendo mal».

Nuestra principal fuente de estímulos educadores, formadores de valores, principios, criterios, es la publicidad.

Esta no sólo aparece en forma explícita en los anuncios comerciales, sino también en los libros que más se venden, en los programas de televisión con mayor rating, en las campañas proselitistas de los políticos, en el boca-a-boca, a través del cine.

Lo inteligente, acertado, aprobado por la cultura, es no sufrir, pasear, comprarse artefactos o servicios que hagan las tareas más pesadas, incómodas, desagradables.

Nada sustancial ha cambiado respecto a épocas anteriores en las que la política consistía en ser disciplinados, esforzados, trabajadores, resistentes, ahorrativos, severos.

Repito esta idea porque es el núcleo del artículo: antes recibíamos consejos para ser resistentes a los sacrificios que nos imponía la vida y ahora recibimos el consejo opuesto: es de tontos padecer.

¿Por qué mensajes y criterios opuestos funcionan de la misma manera?

En un blog que contiene artículos donde fundamento por qué el «fenómeno vida» depende de los estímulos naturales de dolor y placer (1), comento con ustedes por qué estamos presionados por el hambre, el cansancio y la angustia, que nos obligan a buscar los alivios correspondientes.

Sin embargo, en otros artículos (2) les comento cómo la saciedad, el hastío, el aburrimiento, la falta de necesidades y deseos, constituye también un conjunto de estímulos tan penosos como los clásicamente dolorosos (hambre, angustia, etc.).

En suma: El «fenómeno vida» fue estimulado antiguamente con dolor (privaciones, sacrificios, etc.) o es estimulado actualmente «sufriendo» la falta de necesidades y deseos (hastío, aburrimiento, desgano, apatía, depresión, pánico).

(1) Blog Vivir duele

(2) La tolerancia a la saciedad
El aburrimiento cerebral

●●●

jueves, 29 de septiembre de 2011

El espíritu en realidad es la sexualidad

Efectivamente tenemos una parte inmortal, pero no es el espíritu según propuso Descartes sino nuestra sexualidad.

Copio y pego algo publicado en otro artículo (1)

«Quienes tenemos la vocación de jugar con el pensamiento, encontramos ideas interesantes, divertidas, graciosas, paradojales.

Muy frecuentemente lo absurdo ubicado dentro de un razonamiento es lo que le da ese rasgo atractivo a la idea original.

En este caso les comento una idea curiosa que cuenta con méritos suficientes como para ser razonable y, en el mejor de los casos, también útil.»

La idea de este artículo refiere a que la inmortalidad existe para quienes cambien su punto de vista.

Necesitamos una definición de Wikipedia (2):

«En atletismo, las carreras de relevos o postas son carreras a pie para equipos de cuatro componentes o más, en las que un corredor recorre una distancia determinada, luego pasa al siguiente corredor un tubo rígido llamado testigo y así sucesivamente hasta que se completa la distancia de la carrera. El pase del testigo se debe realizar dentro de una zona determinada de 20 metros de largo y sin que el mismo caiga al suelo.»

Pues bien, los humanos somos corredores de relevos porque estamos llevando de un punto a otro nuestra capacidad reproductiva que se expresa mediante la sexualidad.

Cada uno lleva de una generación a la otra esa esencia vital para que la especie no se extinga (3).

La sexualidad es nuestra parte inmortal. Casi todo nuestro cuerpo es el vehículo, el medio de transporte que sí es mortal. Todos poseemos la inmortalidad en tanto portadores de lo que permita reproducirnos.

En suma: Cuando Descartes propuso que los humanos tenemos una parte material mortal y otra espiritual inmortal (4), habló metafóricamente, quizá porque en su época la represión sexual era máxima. Nuestro espíritu es la sexualidad.

(1) El remordimiento sin delito
(2) Wikipedia: Definición de carrera de postas o relevos
(3) Nuestra única misión
(4) El dogma del dualismo cartesiano
Pienso, luego ... sigo pensando

●●●

miércoles, 28 de septiembre de 2011

El remordimiento sin delito

La angustia propia del «fenómeno vida» puede ser interpretada como un sentimiento de culpa provocado por una falta imaginaria.

Quienes tenemos la vocación de jugar con el pensamiento, encontramos ideas interesantes, divertidas, graciosas, paradojales.

Muy frecuentemente lo absurdo ubicado dentro de un razonamiento es lo que le da ese rasgo atractivo a la idea original.

En este caso les comento una idea curiosa que cuenta con méritos suficientes como para ser razonable y, en el mejor de los casos, también útil.

Todo estamos convencidos de que primero está el pecado y luego aparece el sentimiento de culpa.

Dicho de otro modo: primero nos complacemos a pesar de cometer una transgresión y luego recibimos un castigo doloroso que nos lleva al arrepentimiento y eventualmente a evitar futuros apartamientos de la ley.

La idea extraña pero razonable dentro de la teoría psicoanalítica que quiero presentarles dice que no necesariamente los hechos tienen que presentarse en este orden (pecado, culpa).

Es posible que la angustia existencial, el dolor de estar vivos, esa dosis de malestar inherente al «fenómeno vida» y que funciona como un estímulo imprescindible (1), siempre está ahí, molestando, provocándonos para que hagamos algo (comer, descansar, cambiar de oficio), para que superemos la natural resistencia al cambio.

Una de las soluciones para tratar de aplacar ese dolor inespecífico, propio del «fenómeno vida», es imaginarlo como una culpa.

Para lograr que esa solución sea efectiva, aprovechamos la imprecisión que caracteriza a nuestra inteligencia y nos imaginamos que dicha angustia existencial es en realidad remordimiento.

Una vez convencidos de que es remordimiento, tenemos que encontrar su origen: algo habremos hecho para sentirnos tan culpables.

Sólo nos falta inventar un protagonismo donde seamos víctimas de una causa noble, que nos llene de orgullo, por ejemplo, «me siento culpable porque soy demasiado egoísta».

(1) El blog Vivir duele está dedicado al dolor propio del «fenómeno vida».

●●●

martes, 27 de septiembre de 2011

La lógica del pesimismo

El pesimismo surge de una cierta lógica según la cual todo bienestar es de mal presagio en tanto será seguido de un malestar.

Nuestras percepciones son por contraste: negro sobre blanco, frío sobre calor, dulce sobre salado.

Todos estos temas son estudiados por la teoría de la Gestalt (1).

Una vez aceptado que nuestros sensores de qué está pasando dentro y fuera nuestro funcionan por contraste, sería interesante saber qué hacemos con esa información.

Puede ser interesante para nuestra calidad de vida averiguar con nosotros mismos cómo evaluamos el fenómeno perceptivo gestáltico cuando de felicidad se trata.

Está claro que cuando percibimos una figura blanca sobre un fondo negro, también ocurre lo mismo al revés: vemos nítidamente una figura negra sobre un fondo blanco.

Podríamos aceptar entonces la idea de «reversibilidad» de nuestro esquema perceptivo: lo que es fondo puede transformarse en figura y viceversa.

Y cuando de felicidad se trata estaremos de acuerdo también en que el dolor se percibe cuando aparece, es decir que sobre un fondo de alivio (o anestesia) se recorta la figura del dolor y que por lo tanto, la felicidad es percibida sobre un fondo de tristeza, desdicha, pesar.

En esta línea de pensamiento podemos suponer que nuestro razonamiento ha llegado a la conclusión que alguien es feliz cuando deja de estar infeliz, que siente el bienestar del alivio cuando estuvo dolorido, que disfruta de la alegría después de haber estado triste.

Teniendo en cuenta la reversibilidad del fenómeno perceptivo, es posible pensar lo contrario: después de la felicidad sigue la infelicidad, después del alivio sigue el dolor, después de la alegría sigue la tristeza.

En suma: cuando este razonamiento está instalado, toda buena noticia (situación o estado de ánimo) no presagia nada bueno, logrando así que nunca existan momentos placenteros ¡que provoquen una desgracia!

(1) Los enemigos benefactores

Artículo vinculado:

Pesimismo en defensa propia

●●●

lunes, 26 de septiembre de 2011

Las órdenes de las leyes naturales

Los humanos no escapamos al orden natural que determina todo lo que ocurre, aunque nos creemos protagonistas, responsables, causantes, autores.

Este tema tiene miles de excepciones, casos, posibilidades: No por eso queda prohibido hacer alguna mención en 300 palabras.

Si fuera cierto que las hembras humanas convocan a los machos como cualquier otro mamífero en celo, es posible que lo haga con una cierta variante respecto a las otras mamíferas (felinas, equinas, caninas).

«Las animales» no humanas excitan a los machos mediante un olor específico (feromonas) (1), quienes concurren a disputarse la copulación: el ganador es premiado con ese trofeo.

Por su parte, «las animales» humanas se diferencian de las no humanas en que están en celo todo el año, eligen directa e intuitivamente a los varones mejor provistos genéticamente y sin que estos necesiten tomarse a golpes.

Sin embargo, la condición menos humana de nuestra especie hace que a veces sí haya competencias, enfrentamientos, luchas.

En las clases sociales menos educadas, es probable que algunos jóvenes tengan luchas que no excluyen la ultimación mortífera porque otro varón «miró» de cierta manera a su novia.

En términos más generales, ellas seleccionan, eligen, determinan y luego seducen mediante técnicas sutiles al varón preferido. Todos los demás quedan fuera de su campo visual (es decir: ni los miran).

Claro que el afán de protagonismo de ellos los inducirá a creer que fueron los habilidosos conquistadores. Les costará admitir que fueron condiciones orgánicas propias —constituidas en el momento en que fueron gestados por sus padres—, las que determinaron que fueran elegidos.

Pensarán que el éxito fue logrado porque aprendieron a bailar, usan ropa vistosa, se peinan con elegancia, son inteligentes.

Ellas también pensarán que son lindas, inteligentes, glamorosas.

Sin embargo, estos futuros padres sólo obedecen órdenes de la naturaleza.

(1) «A éste lo quiero para mí»
«Soy celosa con quien estoy en celo»
«La suerte de la fea...»

●●●

domingo, 25 de septiembre de 2011

La pasión en el cine

Margarita y Armando se miraron en el hall del cine sin prestarse atención.

Cuando el portero solicitó el ingreso de los espectadores, cada uno entró por puertas diferentes y quedaron en filas distantes.

Después de media hora de comenzada la película, ella fue a sentarse al lado de Armando y le preguntó al oído:

— ¿Eres tan romántico como Bécquer o usas esa barbita por otro motivo?

— La uso porque mi novia es diseñadora y utilizando un software que tiene en su peluquería, me demostró que sienta bien a mi cara.

Margarita se sintió inhibida por la mención de esa novia, pero continuó atendiendo su impulso. Le dijo:

— Sabes que según lo que siento, mi cuerpo te necesita y, aunque te parezca un poco fuera de lugar, me gustaría que intimáramos ahora.

Armando tuvo la remota impresión de que algo extraño le estaba ocurriendo, sin embargo le restó importancia a su pensamiento y girando hacia ella, la tomó por la nuca con la mano derecha y la besó en la boca, mejillas, nariz, frente, ojos, pera.

Margarita entendió que efectivamente era Armando lo que su cuerpo precisaba y se dedicó a observar los acontecimientos.

Armando aumentó su fogosidad y —siempre con la misma mano—, le acarició el hombro izquierdo, el seno, para finalmente levantar la remera y acariciarle el tórax, el costado y parte de la espalda.

Margarita se desabrochó el jean y constató que la vulva se había humedecido, confirmando así que todo su cuerpo estaba predisponiéndose eróticamente hacia un coito que la fecundara.

Lo tomó por la mano izquierda y lo condujo tras un cortinado próximo al cartel para salidas de emergencia, debajo de la pantalla y los potentes parlantes.

Una vez ahí, se bajó el pantalón girando para darle la espalda. Él la penetró y antes de que ella comenzara a tener sensaciones voluptuosas, descargó en su interior una abundante dosis seminal.

Ella se subió el pantalón y acariciándole juguetonamente la espalda, lo besó en la mejilla.

Armando volvió a su butaca mientras que Margarita se retiró de la sala, masajeándose el vientre con emocionada ternura.

●●●