lunes, 16 de noviembre de 2009

Mis moléculas aman a las tuyas

¿Existe algo que podamos hacer para cambiar el curso de los acontecimientos?

Desde mi punto de vista, no.

¿Entonces para qué escribo tantos artículos con opiniones e información si de todos modos nada podría cambiar?

La respuesta es que no puedo dejar de hacerlo, así como usted no puede dejar de leerlo y si lo que acá lee modifica algo de su vida, tampoco podrá evitarlo.

Nuestra capacidad de entender es muy escasa. Vemos los acontecimientos como a través de un tubo: la percepción visual e intelectual está recortada a un mínimo segmento de esa realidad.

Cuando terminamos de ver algo para ver el segmento siguiente, ya cambió el anterior o nos olvidamos de la mitad de lo que allí habíamos percibido.

Con esta capacidad comprensiva tan rudimentaria, no podemos entender (abarcar) la enorme cantidad de factores por los cuales en este momento no puedo evitar escribir esto.

La idea es que esta cantidad de moléculas móviles, cambian de lugar, de función y quizá hasta de forma para conformar cada situación instantánea.

Un ejemplo gráfico sería la proyección de un film «cuadro por cuadro», a gran velocidad, representándose en cada cuadro una determinada ubicación de cada molécula y por tanto una determinada situación del universo entero.

Dentro de este universo estamos usted y yo, sujetos a cómo se dispongan las moléculas que nos componen y que provocan que en este instante yo escriba esto y que usted ahora lea esto.

El resto de esta concepción de la realidad surge por simple deducción.


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domingo, 15 de noviembre de 2009

El hombre dividido

Él — Así como me ves, soy ventrílocuo.

Ella — ¿Qué es eso?

Él — Que puedo hablar por mí y por otro.

Ella — Ah, sí, como esos que tienen un muñequito que parece estar vivo. ¿Dónde está tu muñequito?

Él — Mi muñequito debe mantenerse oculto porque nuestra cultura prohibe exhibirlo en público.

Ella (riéndose) — Creo entender por dónde viene tu explicación. ¿Qué dice tu muñequito?

Él (sin mover los labios, con vos grave y tono atrevido) — Me gusta tu cuerpo.

Ella (riéndose) — ¡Oh, no se anda con vueltas!

Él — Es uno de los problemas que tengo. Dice exactamente lo que piensa.

Ella — Realmente es un problema porque eso está tan prohibido como la desnudez.

Él (sin mover los labios ...) — Quiero besarte los muslos.

Ella (alarmada) — ¡Cuidado con lo que haces!

Él (muy ruborizado por la vergüenza) — Tranquila, no podrá escapar.

Él (sin mover los labios ...) — ¿De qué hablas estúpido reprimido? Si te mueres de ganas de estar con ella y hacerle el amor.

Él - No le hagas caso, es medio psicópata.

Ella — ¿Eres gay?

Él — ¡No,no! ¡Nada de eso!

Ella — Creo que tienes un problema psicológico. Estás disociado. Deseas una cosa y dices otra.

Él (sin mover los labios ...) — ¡Bien dicho! ¡Así se habla! Quiero besar todo tu cuerpo.

Ella (molesta) — ¿Pero qué es todo esto? Tu estás un poco loco. Me asustas.

Él — Tranquilízate, es una situación difícil para mí también. Compréndeme.

Ella (más tranquila) — Aunque reconozco que me sorprendes. Nunca me habían abordado de esta manera tan original.

Él — No sé cómo disculparme contigo pero te confieso que a mí también me gustas mucho.

Ella (con una sonrisa pícara) — ¿Que tal si nos reunimos los tres en algún lugar más discreto?

Él — ¡Aceptamos!

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sábado, 14 de noviembre de 2009

El cuerpo espiritual

Desde principio del siglo pasado existe una progresiva preocupación por el cuidado corporal.

— La conversión del deporte en hábito social,
— el creciente aprecio de la salud individual y colectiva, tan abrumadoramente manifiesto en lo que gastan los pueblos para conservarla y mejorarla,
— la consideración a un tiempo estética y ética de la alimentación,
— el estilo casi religioso de los movimientos ecológicos,
— la amplia difusión del yoga y otras técnicas de meditación,
— los variados rituales de acicalamiento, protección, decoración (tatuajes, pearcings), estimulación con masajes

¿no procura convertir a nuestro cuerpo en algo casi místico (y por lo tanto espiritual, sagrado, venerable)?

A un artículo publicado en febrero pasado con el título La cenicienta y los psicofármacos lo concluía con el siguiente párrafo:

« Nosotros necesitamos creer en la inmortalidad porque no aceptamos la muerte definitiva, las religiones toman este imperativo que le imponemos y prohíben suponer que la psiquis es orgánica, las neurociencias avanzan con ese palo puesto en la rueda y por eso la psiquiatría es la cenicienta de la medicina.»

Ahora es oportuno mencionar que desde principio del siglo pasado también espiritualizamos el cuerpo con lo cual estaríamos ganando la posibilidad de imaginar que, no solo el espíritu es inmortal sino que también podría serlo este cuerpo divinizado, híper cuidado, endiosado junto a la ecología, embellecido para que su aspecto sea lo más IDEAL posible (recordemos que «las IDEAS no mueren»).

En suma: es probable que eso que hacemos desde que nacimos (porque ningún lector nació a principio del siglo pasado) y que para todos es tan natural, no deja de ser algo estimulado por una fantasía: la de volvernos inmortales a toda costa.

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viernes, 13 de noviembre de 2009

¡Cuidado que llegué yo!

Les decía en el artículo titulado El valor de lo que se puede robar que los fabricantes de celulares (y muchos otros objetos) se aseguran de que haya ladrones interesados en robarlo para aumentar su cotización (comercial y afectiva).

Otro día les decía en el artículo titulado «Me robaron el segundo iPhone» que un cónyuge fiel se desvaloriza y hasta puede resultar aburrido.

Una de las tantas humoradas famosas de Groucho Marx (1890 - 1977) dice: "No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socio a alguien como yo".

Agrego otro ejemplo que es tan paradójico como los anteriores: Cuando consultamos a un experto, necesitamos no entenderle lo que nos dice.

Efectivamente, si lo que él nos dice es de fácil comprensión, nos ataca un tsunami de escepticismo, desconfianza y hasta paranoia.

Parafraseando a Groucho Marx, nuestra inteligencia quizá diga: «No confió en alguien que yo pueda entender».

Estos ejemplos señalan nuestra vocación por realizar selecciones adversas, nuestra predilección por lo menos conveniente.

En otro artículo anterior titulado Mala puntería les decía que el efecto óptico llamado refracción (por el que un objeto sumergido en el agua lo vemos en un lugar distinto al que ocupa realmente) es un buen ejemplo de cómo necesitamos corregir aquello que vemos y de modo similar, aquello que pensamos (o elegimos) cuando somos influidos por estas equivocaciones que cometemos con total naturalidad.

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jueves, 12 de noviembre de 2009

¡Mírame por favor!

La ciencia suele ser cruel y puede no tener escrúpulos a la hora de saciar su curiosidad.

Los experimentos con animales no pueden ser dados a conocer porque se generaría una conmoción pública. Menos aún pueden ser confesados los experimentos con seres humanos.

El mayor pesar que sufren los padres de niños que nacen ciegos es que nunca podrán ser vistos por sus hijos.

Claro que este sentimiento tan mezquino no podrán confesárselos ni a sí mismo. Pero es así.

No es esta una acusación ni mucho menos. Es una simple constatación de cómo somos los seres humanos (científicos o no) y cuánto necesitamos recibir el regalo de una mirada.

Las redes sociales se forman con personas que agregan su perfil a un sistema informático que posibilita conexiones entre los usuarios.

La mayor y más importante actualmente es FACEBOOK.

Sus administradores informan que ya son más de 300 millones los conectados.

Hasta donde he podido observar, el gran éxito de estas comunidades virtuales tiene una explicación en nuestra necesidad de ser mirados.

Efectivamente, en promedio cada ciudadano de esta comunidad ha subido 17 fotos cada uno para que los demás las miremos.

Se produce un fenómeno aún más particular y es que el placer de pertenecer a FACEBOOK no consiste en ser mirado sino en imaginar que uno es mirado.

Ponemos nuestras imágenes en esa vidriera virtual y creemos que alguien nos mirará pero no constataremos que eso ocurra.

El éxito de las comunidades virtuales del tipo FACEBOOK está motivado por la ilusión que tenemos de que alguien nos obsequiará esa mirada que tanto necesitamos. Nos alcanza con suponer que ocurrirá pero no tendremos la certeza.

Conclusión: necesitamos creer que nos miran.

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miércoles, 11 de noviembre de 2009

«Me robaron el segundo iPhone»

Las personas somos coherentes pero no somos lógicas. Tenemos armonía pero no somos racionales.

Es un prejuicio suponer que la única coherencia es la lógica, matemática, universal.

Que funcionemos bien no significa que lo hagamos apegados a lo razonable.

En síntesis: somos seres emocionales que racionalizamos.

Con el artículo titulado El valor de lo que se puede robar intento comprender por qué los teléfonos celulares son tan robables.

Ahí propongo la hipótesis de que si estos aparatos no pudieran ser usados por quien los robe serían menos valorados por los usuarios porque se sentirían seguros de su propiedad.

Entonces, según nuestra particular forma de pensar y actuar, necesitamos que algo propio corra el riesgo de ser usado por otras personas para que realmente sintamos interés por él, lo cuidemos, lo valoremos, estemos dispuestos a pagarlo mucho dinero.

Muy probablemente quienes razonan de esta manera para mejorar la rentabilidad de sus inventos copiaron sin saber lo que sentimos por otras personas.

Efectivamente, cuando nuestro cónyuge nos tiene tensos porque tememos que nos abandone, estamos asignándole o reconociéndole un valor que lo halaga, lo prestigia, aumenta su autoestima.

Y acá aparecen los celos, que según la dosis pueden ser convenientes o imprescindibles.

Tanto nuestro cónyuge (amante, concubino, partenaire sexual) como el celular son importantes para nosotros (de diferente manera, lo reconozco) y aumenta su valor en la medida que otros también deseen poseerlo (y disminuye su valor en la medida que nadie desee poseerlo).

Porque somos coherentes pero ilógicos, armónicos pero irracionales, emocionales pero racionalizadores, es probable que en muchos órdenes de nuestra vida optemos según los mismos criterios.

Por ejemplo, elegimos un amante codiciable al mismo tiempo que nos compramos un iPhone.

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martes, 10 de noviembre de 2009

El salvajismo de los mansos

En un artículo publicado hace unos meses con el título Consuelo con secuelas les comentaba que la costumbre de acariciar a un niño que llora diciéndole «¡Pobrecito mi niño!» puede instalar en él la creencia en que «ser pobre atrae algún tipo de consuelo amoroso».

El razonamiento terminaba comentando que ésta puede ser una causa de la pobreza patológica de algunas personas.

Esta hipótesis en manos de algunas filosofías de la curación puede hacer creer que lo mejor es evitar consolar a un ser querido diciéndole «¡pobrecito!».

Incorporar la rutina de evitar decir o hacer ciertas cosas es una forma de utilizar un recursos muy sencillo que todos sabemos manejar y que se llama «represión».

La represión psíquica es tan sencilla y económica como la represión policial o militar para resolver algunos problemas (personales o colectivos respectivamente).

De hecho es lo que hace la naturaleza a su modo: cuando algo nos hace mal sufrimos intensos malestares. Sus anuncios son algo violentos, agresivos, desconsiderados.

En un intento por copiar los métodos de nuestra Jefa Suprema (la Naturaleza), los humanos hacemos algo similar: cuando alguna conducta es impropia para los intereses de la sociedad, entonces la prohibimos y le asociamos algún tipo de castigo para los incumplidores.

El psicoanálisis es más impopular porque es más considerado. En vez de reprimir y castigar las conductas impropias, les busca las causas y se pone a trabajar con cada paciente para encontrar otra forma de ser más eficiente para sí mismo y para los demás.

Y repito: el psicoanálisis es impopular porque es más considerado. Esto lo reafirmo porque los humanos somos drásticos para con los errores ajenos aunque decimos y creemos ser tolerantes, justos y equilibrados.

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