jueves, 30 de abril de 2009

Tenemos libertad condicionada

La palabra sujeto es interesante aunque cuando la usamos no seamos conscientes de lo que estamos danto a entender.

Los psicoanalistas pensamos que todos hablamos sin saber exactamente qué estamos comunicando. Conocer algunas significaciones menos evidentes puede servir para mejorar nuestra forma de comunicarnos y de perfeccionar los vínculos con los demás y con nosotros mismos.

Sujeto alude a sujetado, atado, prendido. Si estamos sujetados entonces no somos libres.

Siempre que hablamos estamos aludiendo a un sujeto que por lo tanto no está libre sino que está sujetado a algo.

El sujeto de una oración es de quien se dice algo: «Juan camina rápido». El sujeto de esta oración es «Juan», de quien digo que realiza la acción de caminar y que además lo hace rápido.

¿A qué está sujetado Juan? Para empezar al uso de un lenguaje que no le pertenece sino que es de todos. Está preso del idioma. No puede liberarse de él. Sólo puede pensar dentro de su idioma (algunos adquieren la destreza de pensar en otros idiomas, pero siempre en relación de dependencia a ellos).

Como habrán observado, el idioma tiene una cierta estructura, una cierta lógica. Las oraciones incluyen sujeto, verbo y predicado, algunas palabras modifican el verbo (adverbios), otras modifican sustantivos (adjetivos), existe una sintaxis que dice en qué orden se ubica cada palabra y como éstas, existen muchas leyes gramaticales que nos obligan a hablar y pensar de una manera y no de otra.

En suma: la libertad de pensamiento es relativa y nunca es absoluta porque estamos sujetos al lenguaje.

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miércoles, 29 de abril de 2009

¿Ser o no ser? ¡Qué pregunta!

Nuestra mente huye de la duda y de la incertidumbre. Todos desearíamos saber la verdad sobre todo; estar seguros.

Una pregunta inicial es sobre si nos quieren o no nos quieren, puesto que al ser tan débiles al nacer, tenemos mucho miedo de ser abandonados por quienes tendrían que ayudarnos hasta que podamos valernos por nosotros mismos.

Dada esta inmadurez inicial, comenzamos suponiendo que formamos parte de un todo hasta que en cierto momento (entre seis meses y un año), comenzamos a darnos cuenta de que no estamos fusionados con el resto de universo sino que sólo estamos vinculados, conectados pero que somos individuos.

Cuando nos damos cuenta de que somos individuos, empiezan a aparecen los problemas propios de la independencia. Los que nos ayudaban incondicionalmente, nos piden control de esfínteres, dormir solos, guardar los juguetes, ir a la escuela y así, más y más exigencias que debemos cumplir bajo amenaza de ser castigados de alguna manera (golpes, gritos, prohibiciones, desamor).

A medida que nuestra vida se vuelve más compleja, vamos desarrollando funciones imprescindibles para resistir y además conseguir una buena calidad de vida. La formación de un «yo» (la sensación personal de que pensamos y actuamos por nosotros mismos) se vuelve imprescindible. Un «yo» fuerte sirve para estar menos dudosos, más seguros, menos vulnerables, menos angustiados.

Como nuestra percepción depende en gran medida de los contrastes (1) (vemos mejor el color blanco sobre el color negro) y de poder discriminar (2) entre «yo» y «no yo», es probable que muchas veces nos pongamos agresivos (discutimos, nos peleamos, nos rebelamos) al solo efecto de poder reafirmar la sensación de que nuestro «yo» existe, que contamos con él, que podemos seguir viviendo.

(1) – Ver La indiferencia es mortífera
(2) – Ver Obama y yo somos diferentes

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martes, 28 de abril de 2009

Felizmente existen los feos

Gran parte del bienestar anímico se logra viéndonos bien o, al revés, quizá cuando estamos anímicamente bien nos vemos agradables.

Sea como sea, la autopercepción puede ser buena o mala y en concordancia con esto, nos sentimos bien o mal.

Varios alemanes elaboraron una teoría a principios del siglo XX que llamaron Gestalt. En castellano podría significar forma, figura, configuración o algo parecido (no existe una palabra exacta).

Así como nuestra visión ve mejor una figura blanca sobre un fondo negro que sobre un fondo amarillo pálido, también percibimos mejor los contrastes de todo tipo, inclusive conceptuales.

Es por todos conocida aquella frase que dice «En el país de los ciegos, el tuerto es rey». Esta afirmación ratifica los postulados de la Gestalt.

¿Qué puedo hacer para verme bien y así, sentirme bien? Además de todo lo que pueda mejorar en cuanto a la silueta, la prolijidad, la vestimenta, el aroma, la postura, la actitud, es de gran ayuda qué hacen los demás para que yo parezca mejor, más atractivo, etc.

No les voy a describir lo evidente (vestirnos con ropa exclusiva que nadie más pueda tener, por ejemplo) sino más bien los deseos inconscientes que puedo tener.

Por esto, en el fondo de nuestro corazón podemos desear que a los demás les vaya mal, que se empobrezcan, que sean encarcelados, que se enfermen y otras desgracias perjudiciales de su imagen, para que de esta manera podamos percibir más nítida e intensamente que nos va bien, que somos ricos, que somos libres, que estamos sanos, y otros rasgos que mejoren nuestra autoimagen.

Nota: este artículo está vinculado temáticamente con otro titulado Mejor no hablemos de dinero.

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lunes, 27 de abril de 2009

La desconfianza de supervivencia

Está ampliamente difundida la norma de convivencia que dice: «Los derechos de una persona terminan donde empiezan los derechos de los demás».

Una norma tan clara y evidente sin embargo no es fácil de entender y mucho menos de aplicar.

La misma idea puedo expresarla así: «Tus derechos empiezan donde terminan los míos» y lo que ahora estoy estableciendo es que el otro se debe conformar con los derechos que yo no utilice.

La desconfianza hacia los demás es un sentimiento que se nutre de nuestro instinto de conservación. Entre los humanos existe una fuerte necesidad de convivencia junto a la posibilidad de que sea un semejante quien nos provoque las peores pérdidas (inclusive de la vida).

Cuando esa desconfianza es un sentimiento predominante, hablamos de paranoia. En este caso la desconfianza está presente en casi todos los vínculos.

La paranoia es una característica que aísla a quien la posee. La división «derechos propios» y «derechos ajenos» está marcada prácticamente por un muro que entorpece y hasta imposibilita la construcción de vínculos.

La antigua receta de Maquiavelo «divide y reinarás» continúa vigente. Muchos operadores del poder (políticos, sindicatos, fabricantes, comerciantes) tratan de que las personas se vinculen solamente con ellos pero no entre sí.

Gran parte de su anhelada rentabilidad depende de nuestra paranoia.

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domingo, 26 de abril de 2009

El pájaro rebelde

Vivimos con mi madre en un departamentito pequeño. Ella decidió que yo duerma en el único dormitorio y su cama es un sofá convertible ubicado en el comedor.

Tiene 52 y yo 29 años. No tenemos más remedio que vivir juntos porque nuestras economías funcionan sólo si se complementan los magros ingresos que tenemos (pensión jubilatoria de ella y salario de hambre el mío).

Sólo la educación jesuita de ambos nos permite tener una conducta civilizada en sólo 38 metros cuadrados.

Dentro de mí corre una procesión de malos pensamientos hacia ella y supongo que por su parte hará lo mismo.

Para que tengan una idea, les cuento:

Ella es insoportablemente dominante y echa a todas mis novias. Quizá tengo tan bajos ingresos porque además sabotea mi capacidad para ganar más dinero asustándome con que «más vale malo conocido que bueno por conocer», y ahí me quedo vegetando como vendedor de una mísera tienda.

En la primavera apareció un pájaro que cantaba muy bien. Es gris de pecho amarillo, pero para mí son todos iguales. Como los chinos.

Me enfurecí cuando logró quitarle la libertad para que sólo le cantara a ella. Mi deseo más intenso fue que se le muriera. Ese acto agregó combustible al odio que le tengo por castradora.

Pero la naturaleza fue más inteligente que yo: el pájaro dejó de cantar. Al verlo con esa rebeldía que a mí me falta, ahora desearía que no se muera nunca.

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sábado, 25 de abril de 2009

“Obama y yo somos diferentes”

Las comparaciones ¿son odiosas?

«Él es más popular que yo»; «Ella tiene un cabello que siempre luce maravilloso»; «A él le va mejor porque tiene mucha suerte»; «La primera vez que lo intentaron, ella quedó embarazada»; «En los países desarrollados es más fácil ser pobre»; «Antes había más respeto por las personas mayores».

Los individuos nos reconocemos por las diferencias. Podemos reconocer a los demás porque son diferentes a nosotros. Esto es discriminar.

Aunque la acción de discriminar está asociada a una conducta antisocial, es imprescindible discriminar en tanto mucho peor es no darse cuenta de que los demás son personas individuales, singulares, con sus propios cuerpos, intereses, deseos, necesidades, preferencias.

Hasta la edad de seis meses o un año, los seres humanos no nos damos cuenta (por la inmadurez de nuestro sistema nervioso) de que estamos separados de los demás ejemplares de nuestra especie. Hasta esa etapa de maduración no sabemos que existe un «yo» y uno «no yo», un adentro nuestro y un afuera de nosotros. Creemos que todo está fusionado, como si el universo fuera un único cuerpo del cual formamos parte.

Comparar y discriminar son dos acciones imprescindibles para poder actuar según la percepción de que somos individuos aislados (aunque formamos parte de una sociedad, de un grupo, de una familia).

Por esto acepto que a usted no le guste lo mismo que a mí; por eso estoy convencido de que esta computadora es sólo mía; de esta manera me siento en el colectivo donde no hay otro ya sentado; así acepto que algunos son policías, otros médicos, otros estudiantes; sólo puedo convivir comparando y discriminando.

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viernes, 24 de abril de 2009

Según la zorra, las uvas están verdes

El psicoanálisis cree que existe una parte desconocida del ser humano que influye en nuestra vida de forma determinante: el inconsciente.

Aceptar su existencia, implica realizar —a partir de ahí— ciertas deducciones.

Un dato de la realidad es que todas estas teorías —que no se pueden demostrar en un laboratorio—, cuando son utilizadas por un analista producen cambios favorables y permanentes en el bienestar de sus pacientes.

Estos resultados son una forma razonable de asignarle validez al tratamiento.

El complejo de Edipo dice que todos deseamos tener sexo con algunos familiares consanguíneos. La prohibición de este incesto nos lleva a procesar la dolorosa frustración de alguna manera. Cada uno lo hace a su manera. Algunos tienen suerte y la resuelven bien. Los desafortunados caen en que «es peor el remedio que la enfermedad».

Un ejemplo de resolución desafortunada es el caso de un conocido que por años sufrió de impotencia sexual. Según él la resolución surgió por algo que también puede sucederle a las mujeres que padecen algún tipo de frigidez.

Este hombre había logrado (en su fantasía inconsciente) no tener erecciones para no tener sexo con su madre. Su inconsciente prefirió la impotencia a tener que aceptar la prohibición del incesto o el rechazo de la madre.

El pensamiento de él podría haber sido: «No tengo sexo con mamá, no porque la sociedad me lo prohíba ni porque ella se oponga, sino porque mi pene no se endurece. Cuando se cure, entonces fornicaré con ella».

Al poco tiempo de haber descubierto esta idea con la ayuda del analista, comenzó a tener erecciones normales, como si nunca le hubieran faltado.

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