domingo, 21 de diciembre de 2008

Licencia neuro-dactilar

Me tomo un pequeño descanso pero no se abstengan de agregar o leer comentarios, pues algunos están muy buenos. Vuelvo el 21/01/2009. Un abrazo.

Aborto a bordo

Querido papá:

Espero que al recibo de la presente te encuentres bien. Yo la voy llevando y no me puedo quejar. Las cosas acá son diferentes a lo que estaba acostumbrado, pero como siempre me lo dijiste «Si otros pueden, ¿por qué no vas a poder vos?».

Las dificultades de adaptación me desvelan y paso muchas horas tirado en la cama mirando el techo y tratando de entender por qué todo se me hace tan difícil. Inevitablemente busco causas, culpables, responsabilidades, errores.

Siempre tuve una vida muy cómoda cuando vivía con ustedes y vos te hacías cargo de todo lo que mamá y yo necesitábamos. Nunca me faltó nada. Hasta me pasaste el auto cuando te compraste uno nuevo y te calentaste porque el concesionario te lo tomaba por muy poco dinero. Mi popularidad entre mis amigos subió mucho con ese auto porque era mejor que el de sus propias familias. Creo que a Margarita la conquisté gracias a él ... a vos debería decir en realidad.

El otro día, hablando con una compañera de facultad, ella me decía que por mis argumentos sobre ecología filosófica, le vinieron ganas de soltar el zorzal que tienen en la casa pero que se arrepintió porque la madre le dijo que, por haberse criado en cautiverio, no llegaría a la noche sin que algún gato se lo comiera.

Las meditaciones de esta madrugada me llevaron a compararme con ese pobre zorzal, que canta como Gardel pero que probablemente sea su forma de gritar por una libertad que los humanos no queremos darle para hacerle un bien.

Sería muy ingrato de mi parte decir que fuiste demasiado bueno conmigo y que me convertiste en un inútil por no privarme de nada, pero debo confesarte que tu bondad la estoy sintiendo como un grave error que, si algún día soy capaz de tener un hijo, trataría de no repetir.

Con el profesor de Arte Azteca nos llevamos muy bien y hablamos mucho. Cuando le contaba esta especie de ingratitud que tengo hacia vos y que tanto me mortifica, él me decía que a veces sucede que los padres, no es que sean tan buenos como parecen, sino que anulan a los hijos con su generosidad como forma de sacarse de encima a quienes algún día pueden disputarle su poder familiar.

Algo parecido creo que pasó con mamá. Ella me ha insinuado que se siente atrapada en una especie de chantaje porque no deja de ser un triste satélite tuyo y no tiene ni argumentos ni voluntad para salir de esa condición. Nunca me lo dijo con esas palabras —y te pido que por favor no se lo preguntes—, pero ahora que estoy lejos de ustedes, comprendo mejor su tristeza, desgano y sobrepeso.

Siempre estuviste acostumbrado a mandar y a que te obedeciéramos. Tu generosidad funciona como una varita mágica que nos maneja a todos como si fuéramos marionetas.

Es insólito que me esté quejando de algo que tantos hijos desearían para sí, pero después de darle muchas vueltas al asunto, estoy bastante seguro que mis bajas notas en todas las asignaturas que me exigen creatividad, pueden estar motivadas porque «gracias a vos no necesito nada», lo cual, aunque parezca disparatado, equivale a funcionar como un cadáver.

Cambiando de tema, sabés que quizá te tenga que pedir una remesa especial porque Margarita tiene un atraso de tres semanas y ya acordamos que este tampoco lo queremos tener. Después te digo cuánto me tenés que mandar.

Un beso de tu mejor (y único) hijo.

Tola

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sábado, 20 de diciembre de 2008

Debes ser bueno

El desborde del río Magdalena en Colombia está causando grandes pérdidas. La reacción ante el fenómeno consiste en atender a los damnificados, tomar precauciones, evitar el pillaje, pero no hacen (porque no pueden) nada para que el río retome su cauce.

Otra cosa que no hacen es ponerse a despotricar contra el fenómeno diciendo, por ejemplo: ¡esto es inaudito! ¡así no podemos seguir! ¿qué se ha pensado el río? ¡qué atropello!, etc.

Al comprender que se trata de un fenómeno natural que nos afecta, decidimos pues buscar formas de evitar todos los daños posibles mientras la situación anómala subsista.

Sin embargo esto no sucede cuando el perjuicio proviene de otro ser humano (delitos, infidelidades, incumplimientos).

Cuando alguien de nosotros es perjudicado por otra persona, ahí es muy probable que surjan las interjecciones mencionadas (¡esto es inaudito!, etc.) y con toda razón, aunque cabe mencionar que los motivos por los que alguien nos perjudicó podrían ser tan entendibles e incontrolables como los del río Magdalena.

Los humanos adolecemos de un severo inconveniente en la comprensión de nosotros mismos: confundimos lo que es con lo que debe ser. Permanentemente estamos juzgando a las personas por lo que se espera de ellas y no por lo que realmente son capaces de hacer.

Más aún, tratamos de no saber cuáles son las verdaderas características de nuestra psiquis para poner toda nuestra energía en exigir lo que debe ser, lo ideal, lo perfecto, lo mejor, lo más conveniente, lo más lindo ... como si los colombianos le exigieran al río Magdalena que sea un poco más prolijo.

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viernes, 19 de diciembre de 2008

Te ofrezco lo que no tengo

Continúo comentando lo mismo que empecé anteayer con el artículo titulado Necesito que seas mi amigo.

Hay un proverbio que dice: «No le hagas a los demás lo que no quieras que los demás te hagan a ti», del cual se desprende fácilmente una conclusión categórica: «Hazle a los demás lo que tu quieres que te hagan a ti».

Estas ideas están fuertemente arraigadas en nuestro cerebro y actuamos según ellas en forma automática, sin espíritu crítico, sin razonarlas.

Esta receta para convivir adolece de un gran defecto: parte del supuesto de que todos somos iguales, que lo que necesito yo lo necesitan todos, que lo que a mí me molesta, le molesta a todos.

Como somos parecidos pero no iguales, el proverbio nos conduce a un error inevitable: Ofrecer lo que no tenemos.

Aclaro más: 1º) Supongo que todos somos iguales; 2º) Necesito a alguien con quien hablar sobre lo que me angustia; 3º) Supongo que todos necesitamos eso; 4º) Me esfuerzo por ofrecer la escucha de lo que a otros angustia; 5º) Como no es mi especialidad (dado que esa es justamente mi carencia), en las primeras de cambio estoy inundando al otro con mis preocupaciones; 6º) Me percato del error y me reprimo, por lo cual dejo de comunicarme y el vínculo se rompe.

En suma: en un esfuerzo sobrehumano, alentados por la omnipotencia y por la creencia de que todos somos iguales, queremos entregar lo que no tenemos (y que necesitamos) a quien le pedimos eso que necesitamos. ¡Un error garrafal!

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jueves, 18 de diciembre de 2008

El infierno de la libertad

Un doble discurso nace por necesidad y no por malevolencia. Tenemos necesidad objetiva de ser incoherentes.

Una de las incoherencias más necesarias (y por lo tanto más populares) es la que hay entre lo que se pregona y lo que se hace.

Alguien puede defender acaloradamente la libertad irrestricta pero en su vida privada impone reglas muy severas a quienes dependen de él o busca situaciones en las cuales sus propias libertades se ven recortadas.

Quizá sea bueno tener en cuenta estos hechos inevitables, es decir, que necesitamos tener un doble discurso, que necesitamos ser incoherentes y que la libertad es buena pero «hasta por ahí no más».

Cuando tenemos plena libertad nos convertimos en responsables absolutos de nuestros actos, mientras que si estamos supeditados a los límites que nos impone un régimen autoritario, podemos sentir el alivio de que lo que salga mal es culpa del régimen y no propia.

Por otro lado, nuestra cultura incluye como méritos personales la responsabilidad. Muy bien, aceptemos que sería bueno que las personas seamos todas muy responsables pero de ahí a suponer que lo somos por naturaleza es un error.

Como queda lindo ser responsable, tenemos que decir y hasta pensar que lo somos, pero esto no es así, por eso no tenemos más remedio que tener un doble discurso. Por necesidad y no por malevolencia.

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miércoles, 17 de diciembre de 2008

Necesito que seas mi amigo

Pensemos en una de las manifestaciones de amor más antiguas: el regalo.

Pensemos en un regalo excepcional: una casa.

Pensemos que esa casa está tan llena de muebles y objetos que no puede ser habitada por quien recibió el regalo.

A continuación, el beneficiario que podría estar contento por esa manifestación de amor, resulta que se encuentra enojado, resentido, ofendido.

Este rodeo es para comentarles que a veces procuramos crear vínculos con los demás a partir de lo que tenemos y podemos dar pero resulta que las cosas no siempre funcionan así.

Los vínculos suelen establecerse porque uno busca en el otro lo que necesita y simultáneamente está dispuesto a que ese otro reciba algo de eso que tenemos y que gustosamente compartiríamos.

Volviendo al ejemplo, es preciso ofrecer una casa vacía y no una casa llena. Lo que propicia el vínculo (no lo asegura) es ofrecer nuestra carencia y no nuestra abundancia. Para que el otro sienta que puede ser nuestro amigo tiene que ver antes que existe en nosotros un lugar que a él le gustaría habitar.

La oferta de amistad debe comenzar con un «te necesito» y no con un «te ofrezco» mientras que la oferta de tipo comercial es al revés: «te ofrezco» (…lo que tengo para la venta y que a ti de haría falta ¡cómpramelo!).

Ofreciendo nuestra carencia (nuestra necesidad del otro) conseguimos amigos (novios, esposos, amantes) y ofreciendo nuestra abundancia (stock de mercancías, de dinero) conseguimos clientes.

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martes, 16 de diciembre de 2008

Tengo mucho orgullo y colesterol

Ustedes estarán ya habituados a leer en estos blogs que las personas somos adictas al amor, que no podemos vivir sin saber que nos tienen en cuenta.

Es probable que la mayor parte de nuestro esfuerzo sea político, de marketing, social, publicitario. Una vez resueltos los problemas urgentes de la supervivencia (comer, abrigarnos, descansar), necesitamos ser amados.

Para tener un lugar en el corazón de otra persona —o si fuera posible, de muchas personas—, es preciso poseer un lugar en la mente, en la psiquis de esa (o esas) persona.

Nos ubicamos en la cabeza de nuestros semejantes mediante nuestro nombre, nuestra trayectoria, nuestra conducta y demás rasgos que nos definen y por los cuales podemos ser diferenciados del resto (pues necesitamos ser amados en forma personalizada y no dentro de un grupo).

Ese conjunto de rasgos identificatorios (datos personales, características) tenemos que conservarlos para que el amor que estamos buscando nos llegue sin extraviarse. Por ejemplo, nos interesa que algunas personas (de quienes preferimos recibir amor) tengan bien anotados nuestro e-mail, el número de teléfono, etc.

En esta búsqueda de datos identificatorios, puede interesarnos tener alguna enfermedad porque así seremos reconocidos por personas cuyo amor nos interesa: el médico, el farmacéutico o quienes gustan hablar de enfermedades.

En suma: para lograr ese amor imprescindible podemos apelar a recursos muy costosos, como son la incorporación de rasgos identificatorios poseedores de marcados efectos secundarios indeseables.

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