Quienes se angustian porque temen no controlar sus deseos prohibidos (incesto, robo, crimen), propician clandestinamente los regímenes dictatoriales.
Les he comentado que una explicación bastante creíble de por qué está prohibido el incesto tiene que ver con asuntos de estado, de gobierno, de nación.
En otro artículo (1) les decía que en tiempos remotos, tan remotos que no quedan rastros de escritura que cuenten la historia con los hechos concretos, la prohibición del incesto tenía por objetivo que las mujeres quedaran reservadas para los varones de las tribus aliadas.
La existencia del himen (imagen), esa delicada membrana traslúcida que se rompe irreversiblemente cuando entra algún objeto o pene en la vulva, da garantía de exclusividad, de originalidad, de virginidad.
Ese tejido oficia de precinto, sello, lacrado.
En condiciones normales, las personas transgredimos la prohibición del incesto de muchas maneras (metafóricas, alegóricas, simbólicas): mirando películas pornográficas, desobedeciendo las normas de tránsito, robando un banco o, peor aún, fundando un banco, y en general haciendo exactamente lo contrario de lo que se nos enseña, sugiere, ordena.
En condiciones anormales, los regímenes dictatoriales obligan a los ciudadanos a transgredir la prohibición del incesto de una sola manera: haciendo exactamente lo que dice el soberano-dictador-tirano.
Aquella manera de transgredir la prohibición del incesto de diversas formas metafóricas, alegóricas, simbólicas, pierde esa libertad.
La prohibición sigue sin ser explicitada pero un régimen de control estatal ofrece varias ventajas, insólitas para quien observa estos hechos desde el sentido común.
La libertad tiene buena prensa y posee valores positivos que no se discuten, sin embargo es fuente de angustia para los ciudadanos que no saben qué hacer con sus deseos prohibidos.
Es razonable, aunque lamentable, que muchas personas saboteen la libertad pues las angustia y aman los regímenes que se apoderan de sus deseos más perturbadores.
(1) La prohibición del incesto y su conveniencia
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Este BLOG contiene relatos breves y opiniones diarias desde el punto de vista del psicoanálisis.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Las tiranías benefactoras
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Fernando Mieres
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7.11.11
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domingo, 6 de noviembre de 2011
Desafortunado en el amor
Entre lágrimas maternales y un enojo paternal, Osvaldo se fue para la capital.
Estaba triste, muy triste. Empezaba a cumplir su sueño pero dejar su pasado en medio de tantas emociones dolorosas le amargaba la vida.
Al llegar a la capital lo estaba esperando una tía joven, hermana del padre, que en poco rato le dio una gran noticia: el viejo la había llamado para pedirle que ayudara al muchacho.
La tía, casi tan joven como Osvaldo, se lo llevó para la casa y comenzó a mimarlo como una madre porque esa fue la orden que creyó recibir del hermano.
Osvaldo sintió un gran alivio de que el padre siguiera siendo como siempre: severo pero de buen corazón, callado pero compañero, durísimo pero sensible como la madre.
La tía interpretó que la venida de su sobrino era un motivo de diversión y en pocas horas organizó varias salidas, visitas, bailes, reuniones.
Pero el muchacho traía otros planes. Le siguió la corriente por pura cortesía pero al otro día ya estaba en la facultad de abogacía haciendo los trámites de inscripción.
Pasaron los meses y los años. Osvaldo tenía una idea fija que cumplía a raja tabla: terminar los estudios, trabajar y formar una familia con dos o tres hijos.
Todo andaba bien excepto en los sentimientos: varias amigas de la tía y compañeras de estudio eran muy amables con él, pero ninguna lo conformaba. Las chicas más atractivas y simpáticas no lograban hacerlo soñar.
Cuando terminó los estudios hacía un año que integraba un equipo de abogados prestigiosos La situación económica era mejor de lo esperado, pero la madre de sus hijos no aparecía.
De a poco se fue dando cuenta que la persona que realmente lo atraía era la empleada doméstica de la tía: una señora algo mayor pero aún joven, afrodescendiente y sin novio.
La idea fue creciendo hasta que tomó la determinación de formar un hogar con esta mujer que seguramente nunca habría pensado que tendría la oportunidad de convertirse en la esposa de un próspero abogado.
Pero el doctor sobreestimó lo que ofrecía. Cuando le declaró su amor junto con la propuesta matrimonial, la mujer se puso a llorar y pidiéndole por favor que no la dejara sin trabajo, le respondió que no le atraían los hombres blancos.
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Estaba triste, muy triste. Empezaba a cumplir su sueño pero dejar su pasado en medio de tantas emociones dolorosas le amargaba la vida.
Al llegar a la capital lo estaba esperando una tía joven, hermana del padre, que en poco rato le dio una gran noticia: el viejo la había llamado para pedirle que ayudara al muchacho.
La tía, casi tan joven como Osvaldo, se lo llevó para la casa y comenzó a mimarlo como una madre porque esa fue la orden que creyó recibir del hermano.
Osvaldo sintió un gran alivio de que el padre siguiera siendo como siempre: severo pero de buen corazón, callado pero compañero, durísimo pero sensible como la madre.
La tía interpretó que la venida de su sobrino era un motivo de diversión y en pocas horas organizó varias salidas, visitas, bailes, reuniones.
Pero el muchacho traía otros planes. Le siguió la corriente por pura cortesía pero al otro día ya estaba en la facultad de abogacía haciendo los trámites de inscripción.
Pasaron los meses y los años. Osvaldo tenía una idea fija que cumplía a raja tabla: terminar los estudios, trabajar y formar una familia con dos o tres hijos.
Todo andaba bien excepto en los sentimientos: varias amigas de la tía y compañeras de estudio eran muy amables con él, pero ninguna lo conformaba. Las chicas más atractivas y simpáticas no lograban hacerlo soñar.
Cuando terminó los estudios hacía un año que integraba un equipo de abogados prestigiosos La situación económica era mejor de lo esperado, pero la madre de sus hijos no aparecía.
De a poco se fue dando cuenta que la persona que realmente lo atraía era la empleada doméstica de la tía: una señora algo mayor pero aún joven, afrodescendiente y sin novio.
La idea fue creciendo hasta que tomó la determinación de formar un hogar con esta mujer que seguramente nunca habría pensado que tendría la oportunidad de convertirse en la esposa de un próspero abogado.
Pero el doctor sobreestimó lo que ofrecía. Cuando le declaró su amor junto con la propuesta matrimonial, la mujer se puso a llorar y pidiéndole por favor que no la dejara sin trabajo, le respondió que no le atraían los hombres blancos.
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sábado, 5 de noviembre de 2011
Cirugía para deseos prohibidos
El deseo prohibido y mortificante puede estar representado inconscientemente por algún órgano que termina enfermándose y siendo extirpado quirúrgicamente.
El deseo es ese impulso que nos obliga a conseguir algo. Los más sencillos pasan desapercibidos: leer un libro que podemos comprar o leer en una biblioteca, volver a escuchar una canción que tenemos guardada en un DVD, pasearnos desnudos por dentro de la casa cuando casualmente todos se han ido.
Ninguno de ellos es peligroso, si no pudiéramos satisfacerlos tendríamos una molestia tolerable y son fácilmente postergables para una mejor oportunidad.
Pero algunos deseos son difíciles, exigentes, tiránicos y tan «caprichosos» que cuando no pueden cumplirse, en vez de resignarse, aplacarse, olvidarse, se «ponen de mal humor» y la insistencia entra en una escalada atormentadora.
Si una piedra en el zapato molesta (dicen que dentro del preservativo es aún peor), ciertos deseos se vuelven diabólicos, malignos, persecutorios.
La principal causa de estos deseos es la prohibición del incesto. Este amor frustrado por uno de los progenitores, por ambos o por algún familiar expresamente inaccesible, provoca tanto malestar que tiene que ser resuelto sea como sea, sin reparar en los costos, sin poder buscar serenamente la solución más eficaz, económica e inteligentes.
La solución menos mala, la más comúnmente utilizada es la represión del deseo incestuoso, volviéndolo inconsciente.
Cuando esto ocurre el sujeto no recuerda nada. Si alguien le dice que una vez deseó «casarse» con el padre o la madre, lo negará con total convicción y sinceridad.
Pero una solución más costosa es imaginar que ese deseo sexual prohibido pasa a estar representado por algún órgano.
Ese órgano (vesícula biliar, riñón, útero, apéndice o cualquier otro «prescindible») es imaginariamente erigido como representante del deseo prohibido.
Por eso se «enferma» (se inflama como un pene erecto) y termina siendo extirpado.
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viernes, 4 de noviembre de 2011
No es sabio regalar nuestras críticas
El egoísmo puede ser aplicado para aprovechar el valor de las críticas recibidas y para administrar mejor las entregadas.
Soy consciente de que muchas veces hago apología del egoísmo (1) y en este artículo también la haré, no para comentar que es inevitable sino para mostrar un punto de vista algo diferente a lo que suelo decir.
El afán de criticar las cosas hechas por los demás nos perjudica por no aplicar nuestro egoísmo en beneficio propio.
El placer por señalar errores no parece generoso cuando los destinatarios del señalamiento tampoco se aprovechan de esa observación.
Me explicaré de otra forma:
El asesoramiento es algo costoso y, algunas veces, muy costoso.
Si concurrimos a un experto para que nos evalúe un cierto producto, diseño, sabor, condiciones sanitarias, estado de conservación, nos dará un buen servicio si nos dice qué está bien y qué puede ser mejorado.
Si concurrimos a un médico porque nos preocupa algún cambio corporal, este nos dará un buen servicio si descubre qué no está bien para poder curarlo.
Si concurrimos a un instituto de enseñanza para capacitarnos en algo que necesitamos saber, este nos dará un buen servicio si nos hace saber qué ignoramos, en qué estamos equivocados y cómo deberemos pensar de ahí en más.
Una crítica suele consistir en una información por la que no hemos consultado aún, a quien no le hemos hecho ninguna pregunta, en un momento que puede o no ser el oportuno.
En suma: las críticas suelen ser valiosas si sabemos aprovecharlas egoístamente, si evitamos distraernos con nuestra reacción infantil de baja tolerancia a la frustración o a la crítica.
A su vez, cuando entregamos gratuitamente una crítica, no sólo estamos siendo comedidos, inoportunos, despilfarrando nuestros conocimientos sino que muy probablemente recibamos a cambio un rechazo que podría haberse evitado.
(1) Comprender equivale a legislar
La justicia y el egoísmo
El egoísmo del amor
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jueves, 3 de noviembre de 2011
Las protestas imaginarias
Las personas quejosas suponen que las molestias propias de la vida le ocurren por descuido, impericia o irresponsabilidad de algún personaje imaginario.
Los psicóticos hablan solos, pero como también lo hacemos los que aún no fuimos diagnosticados, entonces eso no constituye una característica importante.
Sin embargo, la creencia en que sólo algunos enfermos tienen esa costumbre inhibía a muchas personas deseosas de mantener una discusión en voz alta con alguien ausente, mientras caminaba por la calle, viajaba en ómnibus o estaba en el cine.
El teléfono celular llegó para liberarnos. Ahora podemos hablar, discutir, preguntar y contestarnos libremente si hacemos como que hablamos con alguien lejano.
Es maravilloso cómo el lenguaje nos produce un efecto ordenador de nuestras ideas y emociones. Para usarlo con ese fin, algunos piensan como si hablaran sin audio, otros hablan directamente (solos o acompañados), otros leen para sí mismos aunque moviendo inconscientemente el aparato fonador (laringe, mandíbula, lengua), otros leen con un leve susurro, algunos rezan y otros escriben.
Estos fenómenos nos permiten suponer que el pensamiento se tranquiliza, genera menos angustia, cuando está sometido a las normas gramaticales.
El motivo central de este artículo refiere a las personas que se quejan («me duele acá», «¡qué calor!», «esto va de mal en peor»).
Estos casos, abundantes y muy populares, ocurren por el motivo antes indicados (la simple pronunciación lingüística con su efecto inmediato) y también porque en la fantasía del quejoso ese malestar está provocado por «alguien» muy poderoso, que aplica cierta lógica con algún criterio justiciero, por puro capricho malintencionado, que está encargado de organizarnos las circunstancias en las que vivimos y todo eso lo hace mal.
Ese personaje responsable de todo, no debería permitir que nos duela acá, debería regular mejor el aire acondicionado planetario y traernos el paraíso a la Tierra.
Artículos vinculados:
Confusión entre «causa» y «culpa»
Los dolores triplicados
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miércoles, 2 de noviembre de 2011
Los estímulos para la vejez
Los achaques de la ancianidad están puestos por la naturaleza para compensar nuestro descenso en la capacidad de reacción.
Los humanos somos parte de la naturaleza y eso nos permite opinar sobre ella con algunas posibilidades de acierto.
La naturaleza expresada a través de nuestra especie se permite castrar animales con diversos fines.
—A los caballos de tiro o de paseo se los vuelve mansos y gobernables.
—A los toros se les quita irritabilidad y sin testículos (buey) aumentan su masa muscular para realizar tareas muy pesadas.
—A las gatas y a las perras se las «alivia» del molesto período de celo. Por eso las tiernas ancianitas no vacilan en quitarle a sus mascotas la posibilidad de reproducirse.
Si a través de nuestros propios actos pudiéramos sacar alguna conclusión, diríamos que la naturaleza es cruel porque una parte de ella (los humanos) somos notoriamente crueles.
Si esta conclusión fuera correcta podríamos pensar que la naturaleza se vale de provocarnos dolor para sostener el fenómeno vida, según comento en varios artículos agrupados en un blog titulado Vivir duele.
En este contexto, avanzo un poco más para proponerles lo siguiente:
Así como la naturaleza cruel del ser humano hace que el jinete de un caballo cansado, enfermo o viejo, use más el rebenque para provocarle dolor y que acelere el paso, la naturaleza también nos llena de penosos achaques cuando el envejecimiento, que se parece a una enfermedad o cansancio, hace más difícil la conservación del fenómeno vida.
En suma: si aceptamos que los dolores (hambre, ardor, calambre) fueron instalados por la naturaleza para conservar el fenómeno vida (si no sintiéramos esas sensaciones mortificantes no comeríamos, ni descansaríamos, ni nos abrigaríamos), podemos aceptar que los mayores padecimientos orgánicos de la vejez obedecen a un descenso en nuestra capacidad de reacción.
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martes, 1 de noviembre de 2011
Los dolores triplicados
Un dolor corporal se intensifica si le asociamos fantasías de culpabilidad, injusticia y castigo.
Es probable que a usted le ocurra algo que a otros les sucede, pero que no se dé cuenta porque el proceso, que en otros es consciente, en usted ocurre inconscientemente. Los fenómenos son similares pero las consecuencias son muy distintas.
El dolor puede triplicar su molestia cuando inconscientemente se lo asocia con un castigo que alguien nos impuso por un pecado que nunca cometimos.
La situación es tan irracional que por eso es más probable que funcione en la oscuridad sigilosa que cae fuera de la conciencia (inconsciente).
Observe por ejemplo qué hace mucha gente cuando siente un dolor por llevarse algo por delante. En gran cantidad de oportunidades reaccionamos insultando a esa piedra con la que tropezamos o le damos un puntapié a la mesa que nos golpeó la cadera en plena oscuridad.
Estas insensateces son normales, no requieren ni medicación ni mucho menos internación, pero convengamos en que son rotundamente alocadas.
Dentro de este cuadro clínico no patológico ni alarmante, ocurre que un dolor de muelas, persistente, intenso, muy irritante porque todo lo que está en la cabeza parece que doliera más, nos hace pensar que tiene que ser un castigo.
La suposición de que se trata de una caries que merece ser reparada pasa a un segundo plano pues al tormento orgánico le agregamos una fantasía excitante del dolor:
— porque nos sentimos víctimas de una injusticia ya que no hemos hecho nada que merezca un castigo;
— porque nos indigna que ese error de la justicia nos haya elegido, demostrando así que no somos respetables para quien nos haya juzgado erróneamente.
En suma: Esta forma de convivir con un dolor corporal, triplica su intensidad porque lo asociamos a una fantasía alocadamente contraproducente.
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