domingo, 7 de junio de 2009

La comisaria Laurita

En mi pueblo Matilde Molina todos nos conocíamos. Habíamos ido a la escuela y al liceo juntos, a los mismos cumpleaños, a los mismos casamientos y siendo ya mayorcitos, a los mismos velorios.

La necesidad, moda o costumbre de tener novio/novia hacía que nuestros vínculos fueran fraternales en los hechos aunque eróticos en las apariencias.

Quienes tuviéramos entre 18 y 20 años, habríamos tenido por lo menos cinco o seis «noviazgos» si le primera formalización ocurrió antes de los diez.

Recuerdo que durante un carnaval muy caluroso sucedió que varios de nosotros entramos al baile principal con una novia y salimos con otra.

Pero esa monotonía estaba condenada a interrumpirse bruscamente.

Llegó a la ciudad un nuevo comisario con su familia. Una de sus hijas (la de nuestra edad) fue la que dinamitó aquella cultura matildemolinense.

Todos pensábamos que el desenfado, la audacia, la sinceridad y el erotismo eran inventos del cine francés.

Laurita pasó casi desapercibida hasta que hubo un baile en el Club Social. Ella fue con una vestimenta insólita acompañada de quien dijo ser su primo.

Empezamos a bailar ritmos del Caribe como siempre y ella —a quien todos mirábamos con discreción— comenzó a poner caras de aburrimiento primero y de enojo después.

Quizá por ser la hija del comisario, subió al escenario y luego de un breve dialogado con el director de la orquesta, bajó junto a su primo. Los músicos se reunieron y volvieron a sus instrumentos muy contrariados.

Se oyeron los clásicos tres golpecitos del baterista y pareció que el techo se nos venía encima.

Lo que hizo Laurita con su cuerpo y con su primo nos dejó petrificados, entusiasmados y enloquecidos (en ese orden).

Recién comentábamos con mi esposa que si bien los niños gestados aquella noche de desenfreno fueron compañeros en la escuela y ahora van juntos al liceo, nada volvió a ser igual a partir de aquel baile.

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sábado, 6 de junio de 2009

Me amo – me conozco – te conozco – te amo

Las personas inteligentes (usted y yo, por ejemplo) tratamos de obtener lo mejor haciendo el menor esfuerzo posible.

Como somos seres humanos, estamos sujetos a dos condiciones básicas: necesitamos ser amados y a veces cometemos errores.

Para mejorar el rendimiento de nuestro gasto de energía y disminuir las posibilidades de equivocarnos, muchas personas se dedican a perfeccionar nuestros procedimientos.

Una de las conclusiones a las que he llegado (escuchando, leyendo y pensando) es la siguiente:

Comenzamos nuestra existencia amándonos y amando a quien nos calma nuestras molestias (hambre, frío, angustia): mamá.

A medida que nos desarrollamos y podemos ser autosuficientes, aquel amor incondicional pierde fuerza porque se nos exige una participación en la medida de nuestras posibilidades.

Es entonces cuando habría que adecuar nuestra forma de amar para que nos amen.

La forma que parece dar mejores resultados aunque no sea la más sencilla, es la siguiente:

1º) Me amo igual que antes gobernado por el instinto de conservación.

2º) Me conozco. Esto es lo difícil: solemos quedarnos en la creencia de que sabemos quiénes somos aunque en realidad tenemos una imagen muy embellecida y tolerante de nosotros mismos.

3º) Si logro conocerme, entonces ahí sí puedo conocer a los demás con un grado de acierto satisfactorio. Pero insisto: ¡no puedo conocer a los demás sin conocerme primero a mi mismo!

4º) Cumpliendo realmente los puntos anteriores, no podré dejar de amar a los demás. Los querré inevitablemente. Pero insisto: tengo que saber la verdad de mi mismo.

Como ven: amar no es tan fácil. Lo fácil es creer que amamos y más fácil aún es estar enamorados del amor.

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viernes, 5 de junio de 2009

Con mucho hielo

Hay personas que prefieren tomar whisky con hielo y otras que lo prefieren puro.

Esto suele no llamar la atención. Lo que puede ser extraño es que alguien le agregue agua al vino. Sin embargo existen millones de personas que lo hacen como lo más normal.

En uno y otro caso estamos ante predilecciones cuyo origen tiene un alto contenido orgánico. Los cuerpos aceptan ciertas graduaciones alcohólicas y rechazan otras superiores.

Algo similar sucede con la verdad.

Existe cierta información que no podemos tolerar de ninguna manera, otra que podemos tolerarla si está adecuadamente diluida y otra que podemos aceptarla en su estado puro.

Estoy comparando entonces bebidas alcohólicas con verdades y respuesta orgánica con respuesta psicológica.

A ciertas personas no les podemos decir las cosas tal cual son porque reaccionan mal y eso a veces genera críticas.

Observemos que no somos muy severos con quienes toman el whisky con hielo pero censuramos a quienes no aceptan que han envejecido o que dejamos de amarlos como antes o que el partido político de su predilección incluye personas que se equivocan.

Sin desconocer que es un juego divertido criticar a los demás, a veces lo hacemos con total seriedad convencidos de que nuestra actitud es acertada.

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jueves, 4 de junio de 2009

¿El señor sabe cómo vestirse?

Entre las personas más primitivas la autoridad surge de la fuerza física mientras que entre las personas más civilizadas surge del conocimiento.

El niño es primitivo porque no se ha desarrollado mentalmente aún pero como tampoco se le ha desarrollado su fuerza física, entonces ve frustrados casi todos sus intentos de dominación.

Sin embargo se está produciendo un cambio en los últimos tiempos que trae algunas complicaciones que pueden ser compensadas si logramos entenderlas.

En muchos hogares el niño está teniendo ahora más conocimientos que sus padres porque conoce mejor la computadora y el teléfono celular.

Como los padres son personas civilizadas y tienen asumido que la autoridad surge del conocimiento —como digo en el primer párrafo—, sin darse cuenta algunos están cediendo su lugar de conducción y mando porque se sienten con menos autoridad que su hijo.

Muchos adultos civilizados solemos obedecer a quienes nos apabullan con sus conocimientos o perdemos capacidad crítica con quienes poseen algún título universitario.

Alertados de que podemos caer de rodillas ante las demostraciones desconcertantes de nuestro pequeño hijo con la computadora o con Internet o con los juegos electrónicos o con el teléfono celular, y siendo que él sólo sabe hacer eso pero no tiene maduración emocional para ponerse al frente de su propia vida y menos aún tomar decisiones mínimamente importantes, conviene relativizar con toda la ternura posible ese aspecto de «adulto bajito».

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miércoles, 3 de junio de 2009

Medicina defensiva

Ya hace más de 30 años que hemos incorporado la expresión «medicina defensiva» para definir la actitud de los médicos centrada en evitar los perjuicios de ser demandados por sus errores profesionales (mala praxis).

La «medicina defensiva» incluye eludir disimuladamente a los pacientes de riesgo, desconfiar de casi todos, exagerar en el uso de técnicas diagnósticas sin reparar en sus costos económicos o en las molestias innecesarias del paciente, practicar cirugías evitables o evitar algunas que serían convenientes.

Los médicos tienen mucho para perder: su prestigio (algunos han tenido que abandonar la profesión) y su dinero.

Los pacientes tienen mucho para perder: la confianza en su médico, padecer exámenes prescindibles, aumento de los costos.

La respuesta social a este fenómeno ha sido reformular la relación médico-paciente, aceptando datos de la realidad que por no haber sido considerados durante siglos, desembocaron en esta lamentable situación.

Lo que siempre fue cierto y no se quería admitir es que los seres humanos somos enfermables, sanables y mortales, que las técnicas curativas son falibles, que los médicos pueden equivocarse, que los milagros no existen en el mundo real.

En otras palabras: se están ajustando las expectativas de los pacientes con las posibilidades de la medicina; el endiosamiento de los médicos con su condición humana; el universal deseo de ser inmortales con la inevitable realidad de que algún día moriremos.

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martes, 2 de junio de 2009

«Odio a los ignorantes»

— Es cierto que las oficinas muy burocráticas son irritantes porque nos hacen perder tiempo, pero lo que más molesta de ellas es que no nos tienen en cuenta. Nos ignoran. No saben nada de nosotros y tampoco están interesadas en saberlo.

— Cuando estamos esperando para ser atendidos por un vendedor y otra persona se nos adelanta, la molestia mayor proviene de que esa persona nos ignoró, no nos tuvo en cuenta.

— Llegamos a una reunión y todos saludan y hablan con la persona que nos acompaña pero ni nos miran. Entonces sentimos un malestar porque nos ignoran.

La molestia, furia, odio, rencor o cualquier otro dolor del alma generado por no ser tenidos en cuenta, viene a reparar el daño que el otro nos produce.

Efectivamente, si las otras personas nos miran, nos saludan, se detienen a conversar, nos están informando que para ellas existimos. Eso es muy reconfortante pero fundamentalmente es necesario que nos suceda.

Creemos que con la auto-percepción es suficiente. Pensamos que si uno sabe que existe no necesita que alguien se lo reafirme. Esto es cierto, pero si nos ignoran nos sentimos mal.

Probablemente ese malestar, ese dolor, está ahí para hacer lo que el otro no hizo: confirmarnos que existimos. El dolor suple a la demostración que necesitábamos y que al no venir de afuera tuvimos que generarla desde adentro.

Como esta solución es dolorosa, trataremos de no repetir la experiencia, ya sea tratando de llamar más la atención en una próxima vez o dejando de ir a un lugar donde nos ignoran.

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lunes, 1 de junio de 2009

Su majestad el profesor

Si usted tuviera que confeccionar un programa de estudios para que otras personas aprendan lo que usted sabe, ¿cómo lo organizaría?

Yo supongo que usted haría lo siguiente:

1º) Informaría lo más sencillo, lo que la otra persona podría entender con cierta facilidad, los temas que estén más próximos a su vida cotidiana.

2º) Una vez que usted se asegurara de que esos primeros conceptos fueron entendidos, pasaría a los que le siguen en dificultad y así, progresivamente, hasta los más complejos, los difíciles de entender, aquella parte de su sabiduría que la saben usted y pocas personas más.

Esta secuencia estaría organizada con criterio pedagógico, didáctico. Usted lo haría así porque su principal interés es que los alumnos sepan, entiendan y puedan usar la sabiduría que usted tiene.

Ahora imagínese una persona cuyo principal interés no es que otros disfruten de la sabiduría que posee sino que lo admiren, que piensen que es un ser superior, que lo aplaudan, que hablen bien de él. ¿Usaría el mismo método?

No: Iría directamente a explicar lo más complicado, lo que los alumnos seguramente no podrían entender, abundaría en detalles extraños, complejos, minuciosos, llamativos, misteriosos, sorprendentes.

Conclusión: Este artículo pretende describir a los docentes que quieren que usted aprenda y a los que se disfrazan de docentes para encontrar admiradores y que harán todo lo posible para que los demás jamás sepan nada de lo que ellos saben porque necesita conservar la superioridad que cree tener.

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