Cuando tenía 8
años observaba con mucho dolor que mi mamá sufría por mi culpa. Todo era
inexplicable porque nunca hice travesuras. Ella decía que yo era dolorosamente
insistente. Tampoco de eso me di cuenta.
Sé que era
apasionado por el cine, por las películas de vodevil. Tenía desesperación por
verlas todas. A veces más de una vez.
Aunque mis
padres tenían poco dinero, tuvieron que viajar a Nueva York porque un hermano
de mi papá estaba ahí internado para morir.
Cuando llegamos
a esa ciudad comencé a pedirles que me llevaran a un espectáculo de canto y
baile que desde hacía varios años exhibían en el teatro Ed Sullivan.
Pensé que
estallaría mi cabeza por la emoción, pero todo salió mal.
Cuando terminó
la función me escondí en un camarín. Mis padres denunciaron la desaparición y
me oculté entre los glamorosos vestidos colgados.
El olor
nauseabundo que tenían aquellas ropas provocó un estallido, pero de la ilusión.
Nunca más pude disfrutar de aquello que tanto me había fascinado.
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