Mis padres eran muy altos pero insensibles,
y cuando me sacaban a pasear desconocían que mis pies no llegaban al suelo; por
eso aprendí a caminar cuando las piernas, a los 5 años, modificaron su longitud.
Mis zapatos “aterrizaron” después de una gripe que me permitió bajar varios
centímetros, aunque quienes me veían sin mis padres decían que había crecido.
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