Con mi padre nos entendíamos bien. Con mi madre más o menos porque
sentía miedo de todo.
Él tenía ideas raras y algunos vecinos dudaban de su salud mental, sin
embargo, mi madre, paciente psiquiátrica, era muy simpática. Vivíamos en una
casa del Cerrito de la Victoria (Manuel Meléndez 4170). Las tardes de sol se
reunían varias vecinas y un peluquero. Gritaban y se reían. Mi padre rezongaba
porque no lo dejaban pensar.
Inventó una máquina del tiempo que todavía funciona, aunque algunos años
los calcula mal, con diferencias pequeñas que antes no tenía.
Es cierto que “todo tiempo pasado fue mejor”. Hoy, sin ir más lejos estuve en 2083 y
extrañé las milanesas de vaca. Cuando volví hace un rato, lo primero que hice
fue pedir una con fritas a La Pasiva. ¡Ah, qué delicia!
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