VideoComentario
Siendo la mujer la que seduce al varón, es la madre la que,
en algunos casos, se enamora de su hijo. A esto se lo conoce como el Complejo
de Edipo.
Algunas mujeres explican que están enamoradas de sus maridos
porque éste les inspira fuertes sentimientos maternales.
En este relato, Mariana es una de esas madres.
Mi historia laboral hasta
ahora indica que nací para jubilarme como empleado público.
Para convertirme en creativo y
vivir de lo que realmente me gusta (el arte), formé un grupo de señoras para
practicar danza libre.
En pocas palabras, esto es una
gimnasia que nos enseña a redactar con el cuerpo el texto que nos indique la
música. Es muy lindo y surgen excelentes ideas: poesías, leyendas, canciones.
Formé un divertido grupo
compuesto por seis mujeres de entre 39 y 62 años. Todas casadas o en pareja,
inteligentes, creativas, cómicas y, felizmente, poco competitivas entre ellas.
Un viernes de tarde el aire
estaba pesado, había calor húmedo. No era clima para agitarse y por eso corté
la serie de movimientos musicalizados diez minutos antes de lo previsto.
Les sugerí sentarnos sobre
unos almohadones formando un círculo y les propuse algo:
— Ahora vamos a desarrollar
nuestra creatividad de una forma más adecuada para un clima tan pesado. Las
invito a que cada una cuente una brevísima historia personal en la que se
relate una transgresión a la ley—. Ellas se miraron, rieron. Alguna se puso
colorada, acordándose de algo con alguien, seguramente.
— Oh, qué momento!!— exclamó
Zulema—. ¿Nos vas a grabar?—, agregó entre risas y acomodándose el cabello para
lucir fotogénica.
— ¿Se pueden contar historias
sobre crímenes, asaltos, copamientos, rapiñas?—, agregó Raquel, estallando en
una sonora carcajada.
— Yo contaré una—, dijo
Mariana, sin reírse y menos ansiosa que las demás.
— Dale, Mariana. Te
escuchamos—, alenté acompañándola en la seriedad.
— Bueno, les recuerdo lo que
les dije el primer día: Me llamo Mariana, estoy casada con Luis y tengo tres
hijos: Ludovica, Ernesto y Jacobo. Somos una familia bastante común: viajes,
fiestas de cumpleaños, mascota, peleas de baja intensidad—, dijo, y suspiró
como para ganar coraje. Creo que todos sentimos que algo apretaba nuestra
garganta. Yolanda lagrimeó, quizá porque no tiene una familia así y desearía
tenerla.
— Ahora, mi brevísima
historia. Seguramente a ustedes también les pasa como madres, que no quieren a
todos los hijos de la misma manera. Mi predilecto es el varón del medio. Es
tierno, inseguro. Me inspira mucha ternura. Con él es con quien sigo
sintiéndome mamá porque sigue necesitándome...Bueno, creo yo que me necesita.—
Se produjo un silencio raro. Algo flotaba en el aire cálido y húmedo. Digamos
que flotaba angustia primitiva. No sé
qué es «angustia primitiva», pero era lo que flotaba.
— Esteeeee…, resulta queeeee…, Ernesto tiene un pequeño negocio. Importa
máquinas para carpinteros. A veces le va bien y otras más o menos. Me cuenta
sobre lo que le pasa con los clientes, con los que no le pagan, con los
empleados, con los proveedores, con la Impositiva, con el Banco de Previsión
Social, con quienes le piden sobornos, con los negocios fraudulentos que le
plantean a veces. Él no hace nada malo, o por lo menos eso es lo que me dice a
mí. Él no sabe que yo soy mucho más flexible moralmente de lo que he tenido que
inculcarles. Mi esposo y yo los hemos educado en el cultivo de la buena
conducta. Bueno, pero esto no hace a mi historia.
En el salón volaba una mosca. Seguramente era sorda porque, de lo
contrario, la tensión habilitaba para que «no volara una mosca».
— Anoche—continuó Mariana—, fui a su casa porque la esposa tenía que
salir con los hijos de ambos. Empezó a contarme lo angustiado que estaba, cómo
lo estaban presionando, que tenía dificultades para dormir. Le sugerí que
consultara a un psiquíatra e hizo como que no me oyó. Me invadió algo
increíble. Nunca antes había sentido tanto amor por alguien. Le acaricié la
mano, él se puso de pie, yo también, nos abrazamos y tuvimos sexo. Bueno, está,
esta es mi historia.
Gertrudis se puso a llorar tapándose la cara. Rosario, sentada a la
izquierda de Mariana, le pasó un brazo por el hombro y le besó el cabello.
El grupo no volvió a reunirse. Abandoné el emprendimiento y, acá estoy,
desempeñando un empleo público hasta el próximo intento.
(Este es el Artículo Nº 2.268)
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