domingo, 28 de septiembre de 2014

La mirada del amor




Las relaciones de pareja están cambiado. Mariana no sabe si es feliz. Con su pareja tiene relaciones sexuales increíblemente intensas pero demasiado individualistas.
  
Mariana no sabe qué es la felicidad. A veces se pregunta si su constante tristeza no será la tan mentada felicidad.

Augusto es el hombre que le tocó en suerte. La naturaleza le asignó una felicidad triste y un hombre que la hace feliz entristeciéndola.

Mariana disfruta con baños diarios de inmersión en abundante espuma que parece nieve tibia y aromática.

Augusto es un hombre al que se le resbalan hasta los adjetivos más neutros. Solo es un hombre. Su falta de atributos lo convierten en una lámina donde ella puede pegar lo que quiera: ternura, opacidad, aburrimiento.

Él dice que trabaja en una Oficina del Estado, pero en más de veinte años ella no pudo confirmarlo.

Cuando la visita, llega sin anunciarse, la besa con labios barbudos y repite mecánicamente la broma de estirar y soltar el elástico de la bombacha. Si no la hace, ella sabe que él está preocupado por algo imposible de adivinar.

Siempre se sienta en la misma silla. Si se cuelga una servilleta del nudo de la corbata es porque espera que se le sirva comida, no importa cuál, preferentemente salada, caliente y sólida. Nunca bebe. Ni agua.

Apoyada en los codos, a ella le gusta mirarlo y oírlo comer. Mientras lo observa piensa en eso que la mantiene junto a él.

Augusto eructa silenciosamente y se va a la cama. Dormitorio en penumbras. Si se recuesta a la cabecera, ella gozará desnudándose para quedar frente a él dándole la espalda, y comenzará a sentir la mirada masculina que rueda minuciosamente por los hombros, la nuca, las caderas, los brazos. Los glúteos reciben el tránsito más intenso.

El tiempo se derrite. Desde el pubis salen correntadas tibias que parecen orgasmos angelicales.

La cama comienza a crujir. Ella siente que la rueda de terciopelo se le aprieta contra la piel. La respiración es más intensa: se anuncia la eyaculación.

Mariana tiene que apoyarse sobre la cómoda porque las piernas ceden. Se marea. Los senos tiemblan, los pezones quieren huir alborotados.

El hombre ahoga un grito, se sacude con estertores de muerte, emite sonidos incontrolables. La mujer se estremece sintiendo la mirada en la piel. Le tiemblan los glúteos. La cama entra en sismo. Teme desplomarse.

Feliz pero triste, ella se acuesta y, exhaustos, se duermen.

(Este es el Artículo Nº 2.239)


No hay comentarios.: