Mariana es
la madre soltera de un adolescente. Su vida es difícil. Sufre el acoso sexual
de sus empleadores, pero parece que la Naturaleza es sabia y que a todos nos da
algún elemento compensatorio que nos permita seguir viviendo.
A Mariana no le va bien con
los hombres. Solo ha tenido suerte con Damián, su hijo de 14 años. Se lo
concibió un patrón. Paradógicamente, resultó ser un hijo deseado de un padre
indeseado.
Nunca terminé de entender si
aquel hombre fue un chantajista, un abusador o un oportunista.
Los hombres veían algo en ella
que los volvía locos. El deseo sexual en esta mujer parecía inexistente, sin
embargo el amor que sentía por Damián era total, absoluto. No tenía espacio
afectivo para ningún otro.
A la hora de dormir, cada uno
en su cama, soñaban despiertos. Mariana deseaba un poco de tranquilidad y el
muchacho imaginaba acciones terroristas que resolvieran las penosas injusticias
que sufría su madre.
Cierta vez ella recibió un papel
firmado por el jefe de personal de la única fábrica que había en la zona.
Al día siguiente, junto con
los demás obreros, hizo la cola para entrar. Mostró su esquela al capataz; este
le dijo que se ubicara en un rincón para no entorpecer el pasaje de los trabajadores
hacia las diferentes máquinas.
Ahí estuvo observando las
caras tristes y envejecidas, pensando que ese también sería su destino en pocos
años. No se tuvo lástima. Más bien pensó que si envejeciera prematuramente,
también prematuramente dejarían de asediarla los hombres.
La hicieron pasar a una gran
oficina, impropia para la arquitectura del modesto poblado y una mujer, con
aspecto de secretaria alemana, le dijo que se le ofrecía la tarea de servir
alimentos y bebidas a don Rodrigo y a sus múltiples visitantes. Se la obligaría
a estar uniformada y debería hacer horario corrido, desde las siete de la
mañana hasta que el señor le diera autorización para retirarse.
No se animó a preguntar por el
salario.
A poco de estar trabajando, el
señor Rodrigo demostró ser otro abusador más en la triste historia del cuerpo
de Mariana. Le hacía chistes soeces, le tocaba la mano como al descuido. A las
dos semana lo sintió posarse fugazmente en su glúteo derecho.
Damián escuchaba las
peripecias de su madre y se ponía furioso. El odio trepaba en el juvenil
aparato circulatorio, dinamitado por una adrenalina rebelde, idealista y
reivindicativa.
Pero todavía no había ocurrido
lo peor. Una noche, Mariana llegó con la cara más triste que nunca. Cuando se
miró en el trozo de espejo que colgaba en el baño, creyó ver cómo en un relámpago,
una fugaz transformación diabólica.
Comieron en silencio y cuando
apagaron la luz para dormir, ella le contó a Damián que el hombre le había
ofrecido-amenazado tener sexo. De no aceptar, su puesto podría quedar vacante
hasta que apareciera alguna otra que cumpliera con los requisitos exigidos.
Cuando el hijo la oyó le dio
instrucciones con una seguridad que extrañó a la madre.
— Si ya decidiste aceptarlo,
hacé lo siguiente—, dijo el hombre de la
casa—. Decile que sí, siempre que puedan hacerlo en el campo y a la luz de
la luna.
Mariana quedó sorprendida,
pero la seriedad y hombría del muchacho la inhibió para tratarlo como a un
hijo. Se sintió tan bien protegida que no dudó en cumplir aquellas órdenes.
Entusiasmado por el capricho
erótico de su nueva esclava sexual, Rodrigo rejuveneció con los preparativos.
El 28 de febrero habría luna llena. Irían a un campo de su propiedad, ideal
para jugar a lo que a él más lo excitaba: correr desnudos, simulando una cacería,
con ulterior simulacro de violación salvaje.
La noche parecía día. La luna,
con su mayor luminosidad, convirtió a la pradera en un estadio preparado para
una gala deportiva.
Mariana se sintió asqueada durante
todo el camino porque Rodrigo le tocaba las piernas. Trataba de esquivarlo,
nerviosa, pero a su pesar lo excitaba aún más.
El hombre detuvo su lujoso
automóvil. La tomó de un brazo y se internaron en el pastizal. Se quitó la
ropa, y con una erección impropia para su edad, comenzó a restregarse contra
ella.
En Mariana crecía el rechazo y
en él, las fantasías de violación. Agitaba el cuerpo como un diabólico bailarín
para que su pene erecto también danzara.
Cegado por la locura, intentó
quitarle la ropa; el grito de ella quedó ahogado por el estruendo de una
explosión ensordecedora.
Quedaron petrificados. En solo
segundos aquel mástil se desmoronó
cuando pudo verse al lujoso automóvil envuelto en llamas.
Rodrigo, ahora con visible
impotencia, cayó de rodillas, hizo un puchero infantil y rompió a llorar.
Se oyó el motor de una pequeña
moto entre los aullidos desconsolados. Desde el camino, Damián le hizo señas, y
ella, aun confundida, trepó al endeble ciclomotor.
Perplejo por este desenlace,
no me di cuenta cuándo se alejaron.
(Este es el Artículo Nº 2.263)
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