domingo, 12 de abril de 2015

Mariana y su hijo





 

Mariana es la madre soltera de un adolescente. Su vida es difícil. Sufre el acoso sexual de sus empleadores, pero parece que la Naturaleza es sabia y que a todos nos da algún elemento compensatorio que nos permita seguir viviendo.

A Mariana no le va bien con los hombres. Solo ha tenido suerte con Damián, su hijo de 14 años. Se lo concibió un patrón. Paradógicamente, resultó ser un hijo deseado de un padre indeseado.

Nunca terminé de entender si aquel hombre fue un chantajista, un abusador o un oportunista.

Los hombres veían algo en ella que los volvía locos. El deseo sexual en esta mujer parecía inexistente, sin embargo el amor que sentía por Damián era total, absoluto. No tenía espacio afectivo para ningún otro.

A la hora de dormir, cada uno en su cama, soñaban despiertos. Mariana deseaba un poco de tranquilidad y el muchacho imaginaba acciones terroristas que resolvieran las penosas injusticias que sufría su madre.

Cierta vez ella recibió un papel firmado por el jefe de personal de la única fábrica que había en la zona.

Al día siguiente, junto con los demás obreros, hizo la cola para entrar. Mostró su esquela al capataz; este le dijo que se ubicara en un rincón para no entorpecer el pasaje de los trabajadores hacia las diferentes máquinas.

Ahí estuvo observando las caras tristes y envejecidas, pensando que ese también sería su destino en pocos años. No se tuvo lástima. Más bien pensó que si envejeciera prematuramente, también prematuramente dejarían de asediarla los hombres.

La hicieron pasar a una gran oficina, impropia para la arquitectura del modesto poblado y una mujer, con aspecto de secretaria alemana, le dijo que se le ofrecía la tarea de servir alimentos y bebidas a don Rodrigo y a sus múltiples visitantes. Se la obligaría a estar uniformada y debería hacer horario corrido, desde las siete de la mañana hasta que el señor le diera autorización para retirarse.

No se animó a preguntar por el salario.

A poco de estar trabajando, el señor Rodrigo demostró ser otro abusador más en la triste historia del cuerpo de Mariana. Le hacía chistes soeces, le tocaba la mano como al descuido. A las dos semana lo sintió posarse fugazmente en su glúteo derecho.

Damián escuchaba las peripecias de su madre y se ponía furioso. El odio trepaba en el juvenil aparato circulatorio, dinamitado por una adrenalina rebelde, idealista y reivindicativa.

Pero todavía no había ocurrido lo peor. Una noche, Mariana llegó con la cara más triste que nunca. Cuando se miró en el trozo de espejo que colgaba en el baño, creyó ver cómo en un relámpago, una fugaz transformación diabólica.

Comieron en silencio y cuando apagaron la luz para dormir, ella le contó a Damián que el hombre le había ofrecido-amenazado tener sexo. De no aceptar, su puesto podría quedar vacante hasta que apareciera alguna otra que cumpliera con los requisitos exigidos.

Cuando el hijo la oyó le dio instrucciones con una seguridad que extrañó a la madre.

— Si ya decidiste aceptarlo, hacé lo siguiente—, dijo el hombre de la casa—. Decile que sí, siempre que puedan hacerlo en el campo y a la luz de la luna.

Mariana quedó sorprendida, pero la seriedad y hombría del muchacho la inhibió para tratarlo como a un hijo. Se sintió tan bien protegida que no dudó en cumplir aquellas órdenes.

Entusiasmado por el capricho erótico de su nueva esclava sexual, Rodrigo rejuveneció con los preparativos. El 28 de febrero habría luna llena. Irían a un campo de su propiedad, ideal para jugar a lo que a él más lo excitaba: correr desnudos, simulando una cacería, con ulterior simulacro de violación salvaje.

La noche parecía día. La luna, con su mayor luminosidad, convirtió a la pradera en un estadio preparado para una gala deportiva.

Mariana se sintió asqueada durante todo el camino porque Rodrigo le tocaba las piernas. Trataba de esquivarlo, nerviosa, pero a su pesar lo excitaba aún más.

El hombre detuvo su lujoso automóvil. La tomó de un brazo y se internaron en el pastizal. Se quitó la ropa, y con una erección impropia para su edad, comenzó a restregarse contra ella.

En Mariana crecía el rechazo y en él, las fantasías de violación. Agitaba el cuerpo como un diabólico bailarín para que su pene erecto también danzara.

Cegado por la locura, intentó quitarle la ropa; el grito de ella quedó ahogado por el estruendo de una explosión ensordecedora.

Quedaron petrificados. En solo segundos aquel mástil se desmoronó cuando pudo verse al lujoso automóvil envuelto en llamas.

Rodrigo, ahora con visible impotencia, cayó de rodillas, hizo un puchero infantil y rompió a llorar.

Se oyó el motor de una pequeña moto entre los aullidos desconsolados. Desde el camino, Damián le hizo señas, y ella, aun confundida, trepó al endeble ciclomotor.

Perplejo por este desenlace, no me di cuenta cuándo se alejaron.

(Este es el Artículo Nº 2.263)

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