domingo, 5 de abril de 2015

Mariana y Sancho Panza



  
Este relato incluye algunas anécdotas de dos personajes femeninos. La intención de esta narración es señalar algunos rasgos de las mujeres que generalmente no se manifiestan y que habríamos podido conocer si algún otro Cervantes hubiera escrito un Quijote de la Mancha con dos protagonistas femeninos.

El padre de Mariana es desconocido. Mejor dicho, es desconocido para la hija porque su mamá, María Helena, lo conoció muy bien.

Era un agente viajero de mala muerte, incapaz de responsabilizarse por algo. Mucho menos por alguien.

Era un hombre que siempre andaba buscando algo que no sabía qué era. Él decía que buscaba clientes para sus artículos de bazar, pero esa solo era una fechada pues cada vez que encontraba alguno lo trataba con tanta indiferencia que lo perdía.

María Helena se hizo embarazar por aquel «caballero andante», discapacitado para pisar la realidad pero capaz de llenarla de semen. Ella se excitaba contándole a él cuántas horas después del coito seguía saliendo semen de su vagina. La jovencita perdía el apetito después de cada relación sexual con el «Quijote mercante».

Sus citas de amor eran en un galpón; el lecho conyugal lo formaba el abundante alimento para ganado que en él se guardaba. María Helena quedaba exhausta, tirada en el mullido colchón vegetal, tocándose la vagina y oliéndose el perfume mezcla de semen y lubricante genital.

Estas experiencias finalizaron cuando la jovencita quedó embarazada. Ante la primera menstruación faltante ya no sintió más deseos de reunirse con el agente de comercio. Él se quedó pensando que otra vez había perdido una buena relación, como le ocurría con los clientes. En esta ocasión tampoco tuvo energía para pensar qué habría pasado con María Helena y su vagina-cisterna.

En la casa de la futura mamá vivían muchas familias, a tal punto que el embarazo de esta adolescente no llamó demasiado la atención. Era una preñada más y se la trataba como a cualquier otra: con sentido del humor. Enterados de la cantidad de semen de aquel padrillo itinerante, a María Helena la llamaban por su apodo: «La mujer del gotero».

Finalmente nació una nena: larga, flaca, silenciosa. Como dije al principio, la llamaron Mariana.

Cuando la pequeña se convirtió en una mujercita, alta y delgada como el padre, hicieron muy buenas migas con su mamá, María Helena, baja y gordita.

Este colectivo rural no permitía que alguien sintiera hambre estomacal, pero ambas mujeres padecían un intenso deseo de vivir, de tener experiencias fuertes, riesgosas. El hambre de aventuras no podía ser saciado en aquel paraje, así que se fueron juntas, caminando, con muy poca ropa, un poco de queso y otro poco de pan.

Nunca volvieron.

O les fue muy bien o... Y para qué pensar tanto!!

(Este es el Artículo Nº 2.262)

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