Este relato
incluye algunas anécdotas de dos personajes femeninos. La intención de esta
narración es señalar algunos rasgos de las mujeres que generalmente no se
manifiestan y que habríamos podido conocer si algún otro Cervantes hubiera
escrito un Quijote de la Mancha con dos protagonistas femeninos.
El padre de Mariana es
desconocido. Mejor dicho, es desconocido para la hija porque su mamá, María
Helena, lo conoció muy bien.
Era un agente viajero de mala
muerte, incapaz de responsabilizarse por algo. Mucho menos por alguien.
Era un hombre que siempre
andaba buscando algo que no sabía qué era. Él decía que buscaba clientes para
sus artículos de bazar, pero esa solo era una fechada pues cada vez que
encontraba alguno lo trataba con tanta indiferencia que lo perdía.
María Helena se hizo embarazar
por aquel «caballero andante», discapacitado para pisar la realidad pero capaz de
llenarla de semen. Ella se excitaba contándole a él cuántas horas después del
coito seguía saliendo semen de su vagina. La jovencita perdía el apetito
después de cada relación sexual con el «Quijote mercante».
Sus citas de amor eran en un galpón; el lecho conyugal lo formaba el
abundante alimento para ganado que en él se guardaba. María Helena quedaba
exhausta, tirada en el mullido colchón vegetal, tocándose la vagina y oliéndose
el perfume mezcla de semen y lubricante genital.
Estas experiencias finalizaron cuando la jovencita quedó embarazada.
Ante la primera menstruación faltante ya no sintió más deseos de reunirse con
el agente de comercio. Él se quedó pensando que otra vez había perdido una
buena relación, como le ocurría con los clientes. En esta ocasión tampoco tuvo
energía para pensar qué habría pasado con María Helena y su vagina-cisterna.
En la casa de la futura mamá vivían muchas familias, a tal punto que el
embarazo de esta adolescente no llamó demasiado la atención. Era una preñada
más y se la trataba como a cualquier otra: con sentido del humor. Enterados de
la cantidad de semen de aquel padrillo itinerante, a María Helena la llamaban
por su apodo: «La mujer del gotero».
Finalmente nació una nena: larga, flaca, silenciosa. Como dije al
principio, la llamaron Mariana.
Cuando la pequeña se convirtió en una mujercita, alta y delgada como el
padre, hicieron muy buenas migas con su mamá, María Helena, baja y gordita.
Este colectivo rural no permitía que alguien sintiera hambre estomacal,
pero ambas mujeres padecían un intenso deseo de vivir, de tener experiencias
fuertes, riesgosas. El hambre de aventuras no podía ser saciado en aquel
paraje, así que se fueron juntas, caminando, con muy poca ropa, un poco de
queso y otro poco de pan.
Nunca volvieron.
O les fue muy bien o... Y para qué pensar tanto!!
(Este es el Artículo Nº 2.262)
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