Las mujeres también dependen de los varones: padres, hijos, esposos, gobernantes, maestros, deportistas.
Ese ser humano, único con útero y senos, interactúa con los
hombres, influyéndose mutuamente.
En esta breve historia, vemos algo de todo eso.
Roberto nació ofuscado. No
paró de llorar durante días. Mariana, su mamá, estuvo a punto de matarlo, pero
felizmente nadie se enteró excepto ella misma.
La situación cambió cuando
Braulio, el padre de Mariana, se dignó ir a visitarla.
Este hombre era rudo, cruel,
severo. Temido y odiado por los subalternos y también por los superiores fieles
al gobierno de turno.
Se recibió de abuelo en la
misma semana que lo ascendieron a Mayor General del Aire, porque no había otro,
porque no tuvieron más remedio, porque era una vergüenza que los políticos
siguieran postergando esa designación, acelerando la carrera de otros con
proclamada adhesión al Partido.
El enorme militar tomó entre
sus manos a Robertito, pero enseguida se dio cuenta que con una sola también
podía acunarlo. Le habló como a un subalterno.
— ¿Cuándo pensás dejarte de
joder?—, le preguntó y el nenito se dejó
de llorar.
— ¡Ay, papá, qué manera de hablarle
a un recién nacido!—, lo rezongó la hija, aunque con un tono que decía: «Te adoro, bestia de
Walt Disney».
— ¿Necesitás algo, ché?—, le preguntó a la parturienta.
— ¿Podrás mandarnos un
subalterno mañana de tarde para hacer la mudanza de todo lo que trajimos al
sanatorio? Según el ginecólogo nos darán de alta.
— Quedate tranquila. Le voy a
decir a Luis que venga porque sos medio amiga de él. ¿Nada más?—, volvió a
preguntar.
— No, papá. Estoy bien —, respondió,
acariciando a Robertito que, liberado de la ofuscación perinatal, dormía.
— ¿Y tu madre? ¿Le avisaste
que yo venía y se escabulló con el maricón que tiene por novio?—, le preguntó a
la hija sin mirarla a los ojos.
— Mamá está bien. Quedate
tranquilo. Me ayuda mucho.
Por esas cosas raras que tiene
la Naturaleza, la tierna criatura se llevaba mejor con la rudeza del abuelo que
con la ternura aterciopelada de las mujeres. El hombre sabía cómo hacerlo
dormir. Podían pasarse dos o tres horas juntos, sin aburrirse y, por supuesto,
sin hablarse.
Pero la carrera de Braulio venía de mal en peor. Mucho antes de la edad prevista, en un chequeo médico de rutina, el psicólogo lo declaró no apto para volar y se le pidió el pase a retiro prematuro.
Pero la carrera de Braulio venía de mal en peor. Mucho antes de la edad prevista, en un chequeo médico de rutina, el psicólogo lo declaró no apto para volar y se le pidió el pase a retiro prematuro.
No podemos saber si la
evaluación psicológica de Braulio fue técnicamente correcta o alevosamente
perpetrada por los enemigos políticos y/o militares. Lo cierto es que no pudo
resistir el golpe. Quedó mal, quedó trastornado, con la mirada perdida,
anorexia, gastritis, casi totalmente desganado.
Hizo algo que, según sus pocos
amigos, nunca lo habría hecho.
En un edificio muy alto, en
construcción, próximo al aeropuerto de la ciudad, consiguió que todos los días
lo dejaran subir a la azotea, durante muchas horas, para mirar los aviones, para
sentirse envuelto en el rugir de los motores a escasos doscientos metros de
altura.
Conocía los horarios de todas las naves que llegaban por esa ruta. Exactamente encima del edificio. Trepado en el tanque de agua, los esperaba de frente, como para abrazarlos, para respirar profundamente hasta sentir el perfume del combustible carburado.
Conocía los horarios de todas las naves que llegaban por esa ruta. Exactamente encima del edificio. Trepado en el tanque de agua, los esperaba de frente, como para abrazarlos, para respirar profundamente hasta sentir el perfume del combustible carburado.
Eso lo calmaba. Le devolvía
por un rato aquella mirada de dueño de sí mismo, de hombre pleno, capaz de
enfrentarse a todos quienes ahora lo estaban haciendo morder el polvo de la derrota.
Mariana lloraba porque suponía
que su papá se subía a esa altura para suicidarse. De nada valían los ruegos.
Él solo encontraba alivio practicando su encuentro amoroso con los aviones que
fueron la pasión de toda la vida, apenas superada por su amor a la hija y ahora
por la sorprendente afinidad con Robertito.
Un atardecer, esperando el
vuelo que aterrizaría a las 19:22, sintió que algo venía mal. El rugir de los
motores no era saludable. Trepado en
el tanque de agua, notó que la altura era ligeramente inferior a la correcta.
Todo ocurrió en segundos. El
tren de aterrizaje pegó contra el tanque de agua, seguramente también golpeó el
cuerpo de Braulio y este no supo nada más.
Era un buen hombre. Quizá
antipático, pero ético. En la sociedad que le tocó actuar, pudo haber sido su
nobleza la que más lo perjudicó.
Las noticias de esta
catástrofe dieron varias veces la vuelta al mundo.
Seguramente Braulio hubiera
hecho algún gesto de contrariedad cuando los investigadores informaron que los
comandantes siniestrados tenían vencida la autorización para volar.
(Este es el Artículo Nº 2.264)
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