domingo, 15 de marzo de 2015

El casamiento de Mariana Dietrich




En este relato se cuenta una historia en la que un explotado se convierte en explotador; algo parecido a los que ocurre en Estados Unidos, en el que un negro, descendiente de esclavos, pasó a gobernar a un pueblo compuestos mayoritariamente por descendientes de esclavistas.

Juan Carlos compró el pub The Manchester teniendo en cuenta a cinco de sus clientes habituales. Más precisamente por la presencia diaria de una mujer joven, tan parecida a Marlene Dietrich que atraía como moscas a cuanto varón joven adorara el aspecto lánguido de aquella actriz alemana.

Mariana, así se llamaba la cliente súper estrella, visitaba diariamente el pub. No hablaba con casi nadie, bebía una copa de cerveza lentamente, tenía los ojos siempre lubricados por una especie de tristeza no deprimente, que más bien daba ganas de protegerla, mimarla, llevársela para la casa, rodearla de lujos y todo eso solo para contemplarla.

Juan Carlos sabía de bares y pubs porque pertenecía a la tercera generación de expertos en el ramo, siempre establecidos en Barcelona.

Él sabía que casi todos los clientes son dignos de amor (dije: «casi todos»), pero era de los pocos que sabía administrar la importancia de algunos clientes en particular. No por lo que gastaban sino por un poder de convocatoria carismático.

Sabía, por ejemplo, que a estos personajes no había que adularlos, ni perdonarles el costo de la consumición. No: los mejores «llamadores» no soportan ese tratamiento porque, entre otras de sus facetas fascinantes, está la de sentirse libres. No tolerarían tener que visitar un lugar por gratitud o para devolver atenciones especiales.

La vida matrimonial de Juan Carlos estaba casi arruinada cuando apareció esta mujer que motivó la compra de un comercio porque ella era clienta.

Intentó llamar la atención de Mariana y tuvo un poco más de suerte que los anteriores postulantes.

Paulatinamente la relación afectiva entre ambos fue creciendo. Llegó a enamorarse de ella, a tal punto que hasta se convenció de que ella también lo amaba. Las gestiones del divorcio fueron realizadas con trámite urgente.

Sin embargo, algo totalmente desacostumbrado para la época y el ambiente que ambos frecuentaban, ella utilizaba mil recursos seductores para no terminar en la cama con él: tanto era una encantadora niña ingenua, como una poetisa intelectual, como una intrigante cortesana de la Edad Media, como una especie de monja ligeramente atrevida. En los hechos, Juan Carlos estaba cada vez más excitado. Tanto como para volver a recurrir a la masturbación.

Esta presión erótica lo persuadió de que tenían que casarse pues solo así podría tener sexo con la esquiva mujer.

El formal ofrecimiento incluyó la construcción de un plan casi ideal que ella agradeció reforzando la encantadora mirada soñadora que a tantos derretía. Ella se encargaría de los quehaceres domésticos (comida, limpieza, decoración), podría retomar los estudios de arte, a la vez que él sería el encargado de atender el pub y proveerla de todos los recursos materiales que fuera solicitando.

El día de la boda volvió a masturbarse. Ella lo llamó varias veces con diferentes motivos (compras, invitaciones, vestimenta), pero con una voz tan seductora que él entraba en erupción obligándolo al alivio recién mencionado.

Pasada la hora 23 se fue el último invitado. Él cerró la puerta de calle casi golpeándola y se dirigió velozmente al baño, para ducharse y acostarse con su joven esposa.

Al entrar en la habitación la vio vestida con la misma ropa que llevaba al pub.

— ¿Qué pasa, Mariana, por qué no te quitaste la ropa?—, preguntó Juan Carlos con tono agónico.

— Extraño el pub, mi amor. He decidido que seré yo quien lo administre y que seas tú quien se encargue de los quehaceres doméstico. Te proveeré de todos los recursos materiales que puedas necesitar.

(Este es el Artículo Nº 2.259)

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