Mariana está triste. Sus dos
amigas no logran darle consuelo.
Han llegado a ir juntas al
psicólogo, pero este se negó a recibirlas una segunda vez alegando que Mariana
ya es adulta y que tiene que vivir sin ayudantes.
De todos modos, Mariana graba
las sesiones y luego las escuchan, las discuten, opinan, aconsejan, rezongan,
consultan a una estudiante de psicología que además practica Tarot.
Mariana quiere separarse de
Néstor porque este la aburre. Los tres primeros meses de convivencia fueron
fantásticos, pero hace unos veinte días que el aburrimiento fumiga aquel
entusiasmo.
En unos cuantos días se
decidió la separación y en menos de una semana se pensó cómo decírselo a él. Se
hicieron ensayos, hubo pizarra con croquis, tormenta de ideas, trabajos
domiciliarios: cada amiga debía traer un poema sobre la triste situación de
Mariana, para leerlo, interpretarlo y descubrir qué mensaje oculto había
inspirado a la escritora, pensando que ahí habría una de las claves que
salvarían el matrimonio.
Finalmente se reunieron con
Néstor y le comunicaron la decisión casi a coro, aunque lo cierto es que la voz
de Mariana fue la que menos se oyó.
El hombre quedó desconcertado
por la escena y los dichos, pero se alegró de tener un motivo para volver un
tiempo más con su mamá.
Las tres amigas eran felices y
eso la volvía inseparables. Ninguna por sí sola sentía tanta diversión como
cuando se reunían o se hablaban por Skype.
La amiga, cuya voz fue la más
audible en el coro de divorcio preparado para Néstor, le dijo que tenía un
primo para presentarle.
Durante más de una semana este
tema las convocó apasionadamente. Se emitieron opiniones libres, se leyeron
datos tomados desde la astrología, se revisaron los libros de Ludovica Squirru,
fue consultado el I Ching y se acordó un encuentro entre Osvaldo y Mariana.
Por suerte para las tres el
encuentro fue exitoso, a tal punto que Mariana se demoró en entregarles el
reporte oral. Las amigas se molestaron un poco, pero terminaron justificando a
la enamorada del primo de la más audaz.
Cuando se produjo la reunión
de puesta a punto informativa, tampoco hubo plena satisfacción. La muchacha se
mostraba feliz pero reticente, no quería aportar datos, pensaba demasiado la
respuesta a cada pregunta aclaratoria. Se la veía nerviosa pero radiante,
sonrosada, de risa fácil, pero parca, austera en los comentarios. Parecía
desconfiar de las amigas.
Estas dos intensificaron sus
llamadas privadas y se debatían en la incertidumbre sobre cómo encarar este
problema de comunicación con Mariana.
A todas estas, parece que,
gracias a Osvaldo, la enamorada había encontrado algo sorprendente: le gustaba
sufrir, la violencia, el maltrato, la humillación, el vocabulario soez, los
golpes, la inmovilización, las ropas de cuero negro con tachas plateadas, los
objetos punzantes, los tirones del cabello, el amordazamiento, los moretones,
(que se fotografiaba obsesivamente antes de que perdieran la nitidez), la
impuntualidad, las esperas inexplicables, las mentiras, el desprecio.
Este descubrimiento de sus
gustos la obligó a replantearse casi toda la existencia, la filosofía de vida,
la configuración de mundo, su identidad y el afecto hacia sus amigas
infalibles. Estuvo en un tris de abandonar el tratamiento psicoanalítico.
Los orgasmos con Osvaldo eran
inexplicables. Tenía sensaciones térmicas, eléctricas, estomacales, musculares,
convulsivas, respiratorias, vértigo, terror. El costo de tanto placer terminó
complicándole la forma de alimentarse, de dormir, la regularidad menstrual.
Estaba cambiando. Ya no tenía el humor habitual. No solo estaba recelosa,
desconfiada y reticente, sino que perdía la paciencia con cualquiera que no
fuera Osvaldo.
¡Qué mal, qué horrible, qué
triste!
Cuando Mariana fue al apartamento
de Osvaldo, lo encontró reunido con las dos amigas. Entre los tres le
comunicaron, casi a coro, la imprescindible disolución de la pareja porque él
había recibido un llamado de Dios. Comenzaría los estudios para ordenarse
sacerdote y dedicarse al ministerio de la predicación, como siempre habían
querido su mamá y sus tías.
(Este es el Artículo Nº 2.224)
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