domingo, 1 de junio de 2014

El descubrimiento de Mariana



 
Mariana está triste. Sus dos amigas no logran darle consuelo.

Han llegado a ir juntas al psicólogo, pero este se negó a recibirlas una segunda vez alegando que Mariana ya es adulta y que tiene que vivir sin ayudantes.

De todos modos, Mariana graba las sesiones y luego las escuchan, las discuten, opinan, aconsejan, rezongan, consultan a una estudiante de psicología que además practica Tarot.

Mariana quiere separarse de Néstor porque este la aburre. Los tres primeros meses de convivencia fueron fantásticos, pero hace unos veinte días que el aburrimiento fumiga aquel entusiasmo.

En unos cuantos días se decidió la separación y en menos de una semana se pensó cómo decírselo a él. Se hicieron ensayos, hubo pizarra con croquis, tormenta de ideas, trabajos domiciliarios: cada amiga debía traer un poema sobre la triste situación de Mariana, para leerlo, interpretarlo y descubrir qué mensaje oculto había inspirado a la escritora, pensando que ahí habría una de las claves que salvarían el matrimonio.

Finalmente se reunieron con Néstor y le comunicaron la decisión casi a coro, aunque lo cierto es que la voz de Mariana fue la que menos se oyó.

El hombre quedó desconcertado por la escena y los dichos, pero se alegró de tener un motivo para volver un tiempo más con su mamá.

Las tres amigas eran felices y eso la volvía inseparables. Ninguna por sí sola sentía tanta diversión como cuando se reunían o se hablaban por Skype.

La amiga, cuya voz fue la más audible en el coro de divorcio preparado para Néstor, le dijo que tenía un primo para presentarle.

Durante más de una semana este tema las convocó apasionadamente. Se emitieron opiniones libres, se leyeron datos tomados desde la astrología, se revisaron los libros de Ludovica Squirru, fue consultado el I Ching y se acordó un encuentro entre Osvaldo y Mariana.

Por suerte para las tres el encuentro fue exitoso, a tal punto que Mariana se demoró en entregarles el reporte oral. Las amigas se molestaron un poco, pero terminaron justificando a la enamorada del primo de la más audaz.

Cuando se produjo la reunión de puesta a punto informativa, tampoco hubo plena satisfacción. La muchacha se mostraba feliz pero reticente, no quería aportar datos, pensaba demasiado la respuesta a cada pregunta aclaratoria. Se la veía nerviosa pero radiante, sonrosada, de risa fácil, pero parca, austera en los comentarios. Parecía desconfiar de las amigas.

Estas dos intensificaron sus llamadas privadas y se debatían en la incertidumbre sobre cómo encarar este problema de comunicación con Mariana.

A todas estas, parece que, gracias a Osvaldo, la enamorada había encontrado algo sorprendente: le gustaba sufrir, la violencia, el maltrato, la humillación, el vocabulario soez, los golpes, la inmovilización, las ropas de cuero negro con tachas plateadas, los objetos punzantes, los tirones del cabello, el amordazamiento, los moretones, (que se fotografiaba obsesivamente antes de que perdieran la nitidez), la impuntualidad, las esperas inexplicables, las mentiras, el desprecio.

Este descubrimiento de sus gustos la obligó a replantearse casi toda la existencia, la filosofía de vida, la configuración de mundo, su identidad y el afecto hacia sus amigas infalibles. Estuvo en un tris de abandonar el tratamiento psicoanalítico.

Los orgasmos con Osvaldo eran inexplicables. Tenía sensaciones térmicas, eléctricas, estomacales, musculares, convulsivas, respiratorias, vértigo, terror. El costo de tanto placer terminó complicándole la forma de alimentarse, de dormir, la regularidad menstrual. Estaba cambiando. Ya no tenía el humor habitual. No solo estaba recelosa, desconfiada y reticente, sino que perdía la paciencia con cualquiera que no fuera Osvaldo.

¡Qué mal, qué horrible, qué triste!

Cuando Mariana fue al apartamento de Osvaldo, lo encontró reunido con las dos amigas. Entre los tres le comunicaron, casi a coro, la imprescindible disolución de la pareja porque él había recibido un llamado de Dios. Comenzaría los estudios para ordenarse sacerdote y dedicarse al ministerio de la predicación, como siempre habían querido su mamá y sus tías.

(Este es el Artículo Nº 2.224)

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