lunes, 30 de julio de 2007

El psicoanálisis es un administrador (Publicidad filosófica)

La vida es un fenómeno químico consistente en rectificar desequilibrios durante un cierto tiempo, finalizado el cual hablamos de muerte. La muerte es la pérdida de aquel dinamismo. La falta de vida permite el retorno de los componentes corporales a su estado primario (calcio, agua, etc.)

El ser humano percibe el desequilibrio esencial (imprescindible) con un sentimiento de angustia. El malestar que ésta le provoca lo lleva a realizar actos necesarios para el restablecimiento del equilibrio. Una vez logrado éste, comienza la gestación de un nuevo desequilibrio, sin el cual el fenómeno vida desaparece.

El sentimiento de angustia se aplaca sólo circunstancialmente, así como un objeto que es lanzado hacia arriba llega a un punto en el que está completamente quieto, a partir del cual retoma el movimiento hacia abajo. La ausencia de angustia se corresponde con ese instante de quietud del objeto lanzado.

El monto de angustia suele verse aumentado innecesariamente cuando el sujeto procura evitarla. Esto recuerda a quien no sabe nadar y desconoce que el cuerpo humano flota: cuando comienza a realizar movimientos bruscos motivado por la desesperación, suele nadar hacia el fondo y ahogarse. Cuando ese cuerpo recobra la quietud con la muerte, vuelve a la superficie.

¿Por qué procuramos evitar la angustia? Como dije más arriba la angustia es la sensación subjetiva de los intentos que hace la vida por rectificar los reiterados desequilibrios gracias a los cuales puede continuar. Imaginemos que un velero tuviera sistema nervioso y que tuviera sensaciones orgánicas cuando el viento presiona sobre la vela, esta tira del palo mayor que está unido al casco, el cual se mueve a pesar de la resistencia que le hace el agua. Si nos ponemos en el lugar del velero, nos damos cuenta cuán cansadora es su tarea.

La angustia es una molestia (el viento) gracias a la cual podemos seguir vivos (navegar). Tanto el ser humano como el velero, cuando tiene que soportar demasiada angustia (huracán), puede perecer (naufragio).

El psicoanálisis logra que el analizante disponga de la angustia necesaria: ni de más, ni de menos. Quien tiene angustia de menos corre tanto riesgo de perecer como quien tiene angustia de más. El psicoanálisis es un arte científico que ubica el monto de angustia en su justo nivel. Mejor que con el psicoanálisis no es posible vivir. Es el administrador perfecto de ese sentimiento esencial para la vida.

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sábado, 21 de julio de 2007

¿Lo mato ahora o espero un poco?

A — … si, lo que te convendría sería esperar la oportunidad más adecuada para hacerle el planteo.

B — Mirá, a las cosas no hay que darles tanta vuelta. Si el problema aparece ahora, yo se lo planteo ahora. ¿Qué voy a estar esperando?

A — ¿Pero vos qué querés: desahogarte o solucionar el problema?

B — ¡Quiero desahogarme solucionando el problema!

A — Vayamos por partes. ¿Estás de acuerdo conmigo que la molestia la tenés ahora y que querés desahogarte ahora?

B — ¡Sí, por supuesto, ya quiero cantarle cuatro verdades a ese señor!

A — ¿No te preocupa para nada que eso empeore las cosas?

B — ¿Vos de parte de quién estás? ¿Lo estás defendiendo? ¿Pretendés que lo deje tranquilo con lo que me está haciendo?

A — Lo que quiero que me entiendas es que no siempre coinciden en el tiempo el desahogo y la solución de un problema. Si lo que querés es sacarte la bronca, dejate llevar por el impulso y decile todo lo que se te ocurra, pero seguro que la relación se va a estropear y que el problema que te molesta no se resolverá.

B — ¿Qué proponés entonces?

A — Te sugiero que busques cómo solucionar lo que te molesta aunque tengas que postergar el alivio de tu disgusto. Así tendrás una ganancia mayor a mediano y largo plazo.

B — ¿Me estás pidiendo que sea hipócrita?

A — Te estoy invitando a que seas racional.

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sábado, 14 de julio de 2007

Vdo obelisco de granito, bien ubic

« ¡Te prometo fidelidad eterna!» me susurró Facundo cuando mi padre me dejó junto a él frente al altar de Las Carmelitas.

Adoro ese momento. Los flashes, el sacerdote con sus mejores arreos, los invitados bellamente vestidos, flores, luces, la grandiosa intimidad de la iglesia donde se casaron mis mejores amigas.

« ¡Te prometo fidelidad eterna!» sigue resonando en mi cabeza cual efecto especial de una película de penúltima categoría.

Dejemos de lado lo de «eterna» que fue una exageración tan flagrante que cualquiera la perdonaría. En realidad todos los allí presentes estábamos exagerando algo. Pero lo de fidelidad. ¿Cómo pude creer semejante barbaridad?

Hacía treinta y dos días que habíamos terminado de resolver un litigio que nos tuvo discutiendo durante ciento sesenta y ocho días. Bibí, esa maldita compañera de trabajo que no se conformó con que le presentara a mi novio sino que quiso conocerlo un poco más y el muy estúpido se creyó que Montevideo es una ciudad tan grande como San Pablo. ¡Acá todo se sabe! Bueno, me corrijo, mi cuñada todo lo sabe.

¿Sabe por qué puse como título «Vendo obelisco...»? Porque recién ahora estoy madura como para darme cuenta que nadie puede vender lo que no le pertenece y lo que no nos pertenece es el deseo. Este demonio que tiene un asentamiento en nuestra alma, es el único propietario de hecho y de derecho sobre lo que nosotros hacemos, no hacemos o deshacemos.

Recién ahora, después de vieja, logro entender que Facundo me prometió algo que él creía que podía prometer, así como alguien puede intentar vender aquello que cree que le pertenece. Fue un error casi jurídico: él se creyó que era dueño de su deseo y ahora me doy cuenta de que muchos creen lo mismo y actúan en esa suposición. Igual que alguien que quisiera vender el obelisco de buena fe.

Después de todo, no era un mal tipo. ¿Cómo se llevará con Bibí?

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Sinagoga S.A.

El siguiente relato encubre la intención de señalar la diferencia que existe entre quienes creen que deben recibir dinero de la sociedad porque son psicólogos y los que, por el contrario, asumen que para recibir dinero deben entregar un servicio tan verdadero como aquel dinero.

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Los neuróticos nos angustiamos pensando que el mundo está equivocado y no nos comprende. Estamos convencidos de que poseemos la verdad pero no nos creen. Esta existencia a contrapelo es dolorosa, llena de sinsabores y nos impone el sacrificio de tener que luchar para vivir.

Una de las principales discrepancia que sostenemos con este inhóspito entorno es que no nos valoran por lo que somos sino por lo que tenemos.

Por lo menos a mí, el paraíso se me terminó cuando mamá comenzó a tener otras ocupaciones, a prestarle más atención a mi papá, a mis hermanos, a su trabajo, a sus comedias. Ella no sólo me abandonó ostensiblemente sino que se volvió agresiva al extremo, pidiéndome primero, exigiéndome después y finalmente coaccionándome para que modificara mis hábitos, para que aprendiera destrezas que la independizaran a ella de la ayuda que hasta ese entonces me daba de muy buen grado.

¿Qué la llevó a perder el interés por mí? ¿Por qué ya no me quiere porque soy su hijo sino que me quiere porque tengo buena conducta y obtengo buenas notas en la escuela?

Alguna vez fui valioso sólo por existir ( por “ser”) pero ahora me valoran por lo que pueda dar. ¡He caído dolorosamente y tengo nostalgia de aquella etapa! Es más: reniego de esta nueva realidad e insisto en que valgo por lo que soy y no por lo que tengo y puedo dar.

El otro día escuché en un programa de chimentos de la televisión argentina, cómo una vedette decía, —con total desparpajo—, que ella sólo se vinculaba con hombres adinerados que estuvieran dispuestos a ofrecerle un buen nivel de vida. Sentí vergüenza ajena por ella y lástima ajena por los pobres incautos que se dejaran seducir por alguien tan materialista.

Con estas preocupaciones en mi cabeza, fui a charlar con mi rabino de confianza, quien me escuchó con mucha atención.

Comenzó mirándome a los ojos. Cuando captó que había terminado de desarrollar mi pregunta, siguió en la misma posición pero su mirada ya convergía en algún lugar lejano detrás de mí.

Amagó una respuesta, ... pero no. Repentinamente arrancó, hablando bajito, lentamente, balbuceando quizá.

— Mirá Jaimito, me estás haciendo preguntas que no son propias de tu edad. Se me ocurren algunas ideas pero no sé cómo decírtelas para que sean comprensibles y puedas seguir confiando en mí. ¿Por dónde empiezo? A ver ... intentemos por acá: Esa vedette fue muy sincera y quizá eso es lo más sorprendente. Todos intentamos reeditar aquella etapa en la que pudimos pensar que nos amaban por el solo hecho de existir y también todos lamentamos que aquella etapa no vuelva nunca más.

¿De qué vivimos mi familia y yo? Vivimos fundamentalmente de lo que ustedes nos dan, pero ¿por qué nos dan lo que nos dan? Porque las necesidades espirituales son tan importantes como las necesidades materiales y saben que yo vivo trabajando permanentemente para no fallarles nunca, para estar siempre en el momento que me necesitan, para estar al día con mis conocimientos de las Sagradas Escrituras y de cuanta solución exista que algún día pueda sacarlos de una dificultad. Ustedes no me dan dinero real a cambio de palabras huecas, sino que todos cuentan conmigo para recibir soluciones tangibles en el momento oportuno: ni antes —porque no es bueno para ustedes que alguien les esté augurando peligros—, ni después —porque cuando me consultan necesitan la solución enseguida. También saben que el dinero efectivo, real, verdaderamente útil que ustedes me entregan tiene que ser a cambio de mi trabajo efectivo, real y verdaderamente útil que yo habré de entregarles.

No estoy aquí porque ser un hombre que merece amor graciosamente, sino que soy un religioso que trabaja incansablemente para ganarse minuto a minuto el amor y el respeto de todos mis hijos espirituales. Pero a mi no me quieren por lo que soy sino que me quieren por lo que doy, y para poder dar, primero tengo que conseguir, trabajar, luchar, pelear por la vida.

Me cuesta confesártelo pero te debo respeto, consideración y esfuerzo. Esa vedette vende su glamour así como yo vendo mis conocimientos y una conducta ejemplar para todos ustedes.

— ¡Es mucha información Jacobo! Dame tiempo para digerir todo eso.

— ¿Le digo a Rebeca que te prepare un tecito de boldo, marcela, menta, manzanilla, mixto?

— No, no, era una metáfora.

— Entendí. Era una bromita para distendernos.

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sábado, 7 de julio de 2007

Incidente con un matón

El otro día cuando fui a votar al sindicato, mirá lo que me pasó. Cuando voy a salir por la única puerta disponible, me la encuentro bloqueada por una cantidad de niñas de ocho o nueve años.

Estaban enloquecidas con un tipo que hacía de mago y que tenía todas las características físicas y faciales de un patovica o matón. Y yo, atrás de él, preguntándome cómo hacía para salir, y el tipo haciendo desaparecer una moneda que antes había mostrado en su mano talle 44.

Las chiquilinas estaban enardecidas con el matón y le pedían a gritos para soplar su puño y así participar en la desaparición prometida.

El truco iba para largo y yo ahí, aguantando la vela, mirando todo aquello sin atinar a nada.

Cuando ya habrían soplado prácticamente todas las niñas, el patovica empieza a generar expectativa con el clásico «A la una,... a las dossss», y ahí no aguanté más y le llamé la atención tocándolo un par de veces con el índice en su hombro (¡casi tuve que ponerme en puntas de pies!).

El matón se dio vuelta medio confundido —se ve que nunca tuvo en cuenta que el mundo existía a sus espaldas— y antes de que él me dijera nada, le digo con voz clara y firme: «Perdón ¿los de acá atrás no soplamos?».

¿Te das cuenta? ¡El muy boludo pensaba dejarme sin soplar!

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