sábado, 14 de julio de 2007

Sinagoga S.A.

El siguiente relato encubre la intención de señalar la diferencia que existe entre quienes creen que deben recibir dinero de la sociedad porque son psicólogos y los que, por el contrario, asumen que para recibir dinero deben entregar un servicio tan verdadero como aquel dinero.

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Los neuróticos nos angustiamos pensando que el mundo está equivocado y no nos comprende. Estamos convencidos de que poseemos la verdad pero no nos creen. Esta existencia a contrapelo es dolorosa, llena de sinsabores y nos impone el sacrificio de tener que luchar para vivir.

Una de las principales discrepancia que sostenemos con este inhóspito entorno es que no nos valoran por lo que somos sino por lo que tenemos.

Por lo menos a mí, el paraíso se me terminó cuando mamá comenzó a tener otras ocupaciones, a prestarle más atención a mi papá, a mis hermanos, a su trabajo, a sus comedias. Ella no sólo me abandonó ostensiblemente sino que se volvió agresiva al extremo, pidiéndome primero, exigiéndome después y finalmente coaccionándome para que modificara mis hábitos, para que aprendiera destrezas que la independizaran a ella de la ayuda que hasta ese entonces me daba de muy buen grado.

¿Qué la llevó a perder el interés por mí? ¿Por qué ya no me quiere porque soy su hijo sino que me quiere porque tengo buena conducta y obtengo buenas notas en la escuela?

Alguna vez fui valioso sólo por existir ( por “ser”) pero ahora me valoran por lo que pueda dar. ¡He caído dolorosamente y tengo nostalgia de aquella etapa! Es más: reniego de esta nueva realidad e insisto en que valgo por lo que soy y no por lo que tengo y puedo dar.

El otro día escuché en un programa de chimentos de la televisión argentina, cómo una vedette decía, —con total desparpajo—, que ella sólo se vinculaba con hombres adinerados que estuvieran dispuestos a ofrecerle un buen nivel de vida. Sentí vergüenza ajena por ella y lástima ajena por los pobres incautos que se dejaran seducir por alguien tan materialista.

Con estas preocupaciones en mi cabeza, fui a charlar con mi rabino de confianza, quien me escuchó con mucha atención.

Comenzó mirándome a los ojos. Cuando captó que había terminado de desarrollar mi pregunta, siguió en la misma posición pero su mirada ya convergía en algún lugar lejano detrás de mí.

Amagó una respuesta, ... pero no. Repentinamente arrancó, hablando bajito, lentamente, balbuceando quizá.

— Mirá Jaimito, me estás haciendo preguntas que no son propias de tu edad. Se me ocurren algunas ideas pero no sé cómo decírtelas para que sean comprensibles y puedas seguir confiando en mí. ¿Por dónde empiezo? A ver ... intentemos por acá: Esa vedette fue muy sincera y quizá eso es lo más sorprendente. Todos intentamos reeditar aquella etapa en la que pudimos pensar que nos amaban por el solo hecho de existir y también todos lamentamos que aquella etapa no vuelva nunca más.

¿De qué vivimos mi familia y yo? Vivimos fundamentalmente de lo que ustedes nos dan, pero ¿por qué nos dan lo que nos dan? Porque las necesidades espirituales son tan importantes como las necesidades materiales y saben que yo vivo trabajando permanentemente para no fallarles nunca, para estar siempre en el momento que me necesitan, para estar al día con mis conocimientos de las Sagradas Escrituras y de cuanta solución exista que algún día pueda sacarlos de una dificultad. Ustedes no me dan dinero real a cambio de palabras huecas, sino que todos cuentan conmigo para recibir soluciones tangibles en el momento oportuno: ni antes —porque no es bueno para ustedes que alguien les esté augurando peligros—, ni después —porque cuando me consultan necesitan la solución enseguida. También saben que el dinero efectivo, real, verdaderamente útil que ustedes me entregan tiene que ser a cambio de mi trabajo efectivo, real y verdaderamente útil que yo habré de entregarles.

No estoy aquí porque ser un hombre que merece amor graciosamente, sino que soy un religioso que trabaja incansablemente para ganarse minuto a minuto el amor y el respeto de todos mis hijos espirituales. Pero a mi no me quieren por lo que soy sino que me quieren por lo que doy, y para poder dar, primero tengo que conseguir, trabajar, luchar, pelear por la vida.

Me cuesta confesártelo pero te debo respeto, consideración y esfuerzo. Esa vedette vende su glamour así como yo vendo mis conocimientos y una conducta ejemplar para todos ustedes.

— ¡Es mucha información Jacobo! Dame tiempo para digerir todo eso.

— ¿Le digo a Rebeca que te prepare un tecito de boldo, marcela, menta, manzanilla, mixto?

— No, no, era una metáfora.

— Entendí. Era una bromita para distendernos.

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1 comentario:

Carlos dijo...

Hola Fernando, escribo para decirte que leo tu blog cada vez que se actualiza aunque nunca dejo comentarios porque no se me ocurre que decir, me imagino que a otros les pasa lo mismo. No por silenciosos no significa que no tengas lectores.

esta vez me sentí particularmente agradado por la manera como describes los sinsabores de la vida del neurótico. Me resultan agradables tus historias porque comprendo el lenguaje de la "clave psicoanalítica", soy un novato en la profesión de la psicología y como te digo es una grado leerte


Saludos,
Carlos