sábado, 3 de marzo de 2007

El sentido común es un mal tipo

Atisbo, barrunto, sospecho, que la sentencia popular «No le hagas a los demás lo que no querés que te hagan a vos» y su versión positiva: «Hacele a los demás lo que vos querés que te hagan», llevaría a la conclusión de que el gusto personal de cada uno debería determinar su Código Ético, su Código Procesal, su Manual de Procedimiento, su manera correcta de vincularse con el prójimo.

Lo que sucede es que acá aparece un dato incógnito, velado, misterioso quizá, y es que uno no conoce totalmente su estructura de deseo (léase: su gusto personal más profundo y genuino). Existe una buena parte que es inconciente... siempre suponiendo que Freud, Lacan y otras luminarias del firmamento psicoanalítico estén en lo cierto.

Veamos un caso a modo de ejemplo:

Mi paciente Rosario del Luján Rodríguez Gurméndez (es un nombre tan ficticio como podría ser Dora o Juanito) tiene con su mamá una relación deliciosamente horrible. Está convencida de que dicha señora prefiere por amplio margen a su hermano menor y que ella es despreciada.

El sentido común (un verdadero traidor: acuérdense lo que les digo) indicaría que Rosario del Luján jamás alentaría esos sentimientos hacia sus hijos porque a ella le disgustan, razón por la que nunca le haría a los demás algo que a ella le disgusta. Lo que suele no tenerse en cuenta es que en realidad sí le gusta, pero desde ese tramo inconciente de su estructura de deseo y observando el caso con total prescindencia del sentido común (Mal tipo. Insisto. ¡Cuídense de él!)

Por lo tanto mi querida Rosario tiene unos líos terribles con sus hijos porque, bueno, no viene al caso por qué, el hecho es que ellos le hacen recriminaciones que mi paciente considera absolutamente injustas, irreales y que además la ofenden porque sabe muy bien lo que es sufrir por tener una madre frustradora, algo indiferente, con inestabilidad emocional.

Si nosotros pudiéramos despejar, iluminar, conocer, todos los recovecos de la estructura de deseo de Rosario del Luján podríamos apreciar que ella depende mucho del vínculo que tiene con su mamá pero que no puede entender cómo es porque el sentido común le indica con prepotencia sanguinaria que ella no puede disfrutar (depender) de ese afecto tan contradictorio, irritante, maligno me aventuraría a decir.

La parte más resistente del conflicto responde a que las personas en general:

- perciben lo que quieren percibir,
- no perciben lo que no quieren percibir, (se deduce del anterior, pero «lo que abunda no daña»)
- perciben aquello que ya conocen (y quieren percibir), y
- no perciben aquello que aún no conocen.

(¡No es perder el tiempo releer estos cuatro puntos hasta asumirlos!)

No sé cuanto tiempo tendré que esperar para que Rosarito pueda percibir lo que ahora no quiere percibir, esto es:

- que necesita a su mamá y que —sólo por esto— la quiere;
- que el deseo de todo el mundo está alineado con lo que cada uno necesita y quiere para sí mismo;
- que en su inconciente (el de Rosario), el destrato que recibe de su mamá está asociado a lo bueno (como concepto abstracto que condensa lo necesario, lo conveniente y lo útil);
- que lo que ella sabe (entiende, supone, intuye) que es bueno para ella, no siempre es bueno para los demás y viceversa (o sea que el dicho popular «No le hagas a los demás...» ¡Es falso!).

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reflex1@adinet.com.uy

proverbio refran dicho popular

2 comentarios:

Carlos dijo...

Yo soy apenas un estudiante de psicología que está por terminar la carrera, pero este sencillo ejemplo es muy ilustrativo para comprender el psicoanálisis.

Saludos

Anónimo dijo...

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