Desde que nuestra
Marianita se divorció de Uberto Maschio las cosas no le han rodado bien. Sobre
todo en el plano económico.
Quisimos ayudarla
pero la criamos con demasiado amor propio. Se niega rotundamente a vivir con
nosotros. Es tan orgullosa que se avergüenza de pedirnos dinero; si lo hace,
deja de visitarnos hasta que consigue la forma de pagarnos el préstamo.
Con mi esposa
estamos seguros de que hicimos algo mal. Nosotros queríamos que ella fuera una
mujer íntegra, trabajadora, responsable, sincera, pero no contamos con que
también sería extremadamente rigurosa con el cumplimiento de estas cualidades.
Tiene
dificultades para pedirnos otro préstamo si no pasa por lo menos un mes desde
la última cancelación. La madre le hizo notar esta limitación innecesaria y
Marianita le contestó que devolver y volver a pedir era una forma de que, al
fin y al cabo, ese dinero estuviera más tiempo en sus manos que en las
nuestras.
Últimamente se la
ve más delgada. La ropa le queda grande y hasta sus pies parecen haber
adelgazado. Según parece, la dueña del apartamento donde vive le aumentó
demasiado el alquiler; ella no puede mudarse a una habitación más barata porque
se perdería la buena locomoción que usa para ir a trabajar y a estudiar.
El otro día nos
llamó la atención que mencionó a Uberto. Había dejado de nombrarlo. ¡Qué raro!,
pensamos con mi esposa.
Este pequeño
detalle nos mantuvo varios días haciendo conjeturas. A menudo queda en
evidencia nuestra esperanza de que vuelvan a juntarse.
Por un comentario
que Mariana deslizó al pasar, parece que el esposo tiene algo que ver en las
carencias que sufre nuestra hija. Ya hemos aprendido que si queremos saber algo
más, no podemos preguntarle ni directa ni indirectamente.
Un día ocurrió
algo inesperado.
Llamó para
preguntarnos si podía venir a darse una ducha. ¡Por supuesto!, hubiésemos cancelado
cualquier ocupación con tal de reunirnos con ella.
La madre le
preparó su comida predilecta. Puedo asegurarles que esa ocasión era para mi
esposa y para mí, una fiesta más importante que cualquier otra.
Llegó puntualmente
y no mencionó la deuda que en otra ocasión habría cancelado al trasponer la
puerta.
—
¿Puedo
pasar al baño, mamá?—, dijo, demostrando además que había quedado fascinada con
el perfume de la comida casera que antaño la esperaba cuando vivía con
nosotros.
Salió de la ducha
con un turbante hecho con una toalla y envuelta en una salida de baño de su
mamá.
—
La
cena está pronta, ¿querés comer ya?—, le preguntó mi esposa en forma retórica
porque la cara de hambre de nuestra niña es inconfundible.
Comió con voracidad, quizá con ferocidad, seguramente con hambre…,
probablemente hambre atrasada.
La carita de nuestra niña, reconfortada por la ducha y por el plato de
comida, nos emocionó hasta las lágrimas. Reprimimos un comentario evidente: vivía
con carencias. Quizá no tenía un baño donde ducharse con comodidad ni accedía a
una alimentación satisfactoria.
Finalmente no
pude aguantar y sin atreverme a mirar a mi señora, le pregunté:
—
¿Estás
segura que no querés volver a vivir con nosotros? Tu dormitorio de soltera está
como lo dejaste.
—
¡Nooo,
papá!—me dijo con su rutilante sonrisa— Si no fuera porque Uberto me dejó y
nunca me ayuda, jamás podría haber disfrutado tanto esta ducha y esta comida
con ustedes.
…
1 comentario:
Me gusta mucho tu blog. Saludos!
Publicar un comentario