VideoComentario
Algunas
personas normales necesitan ayuda cuando la natural propensión a la pedofilia y
al incesto no logran tramitarlas con facilidad.
Casi todos
resuelven estas dificultades sublimando los impulsos hasta convertirlos en
socialmente aceptables. Otros pueden necesitar una mayor elaboración hasta
obtener resultados satisfactorios.
Desde pequeña, Yolanda
prefería jugar «a las maestras». Su mejor amiga también disfrutaba de esta ficción,
pero no admitía otro rol que no fuera el de «directora». Yolanda pasaba bien
recibiendo las diatribas de su amiga. Los adultos de aquella época no entendían
este vínculo tan violento, agresivo, de sometimiento despótico de una niña
sobre la otra.
A veces, «la directora» golpeaba a «la maestra», seguramente porque en
esa corta edad los pequeños conocen muy pocas palabras como para canalizar
eficazmente la intensidad de sus impulsos.
Finalmente, Yolanda estudió para ser maestra y se recibió en corto
tiempo. Necesitaba desesperadamente ponerse la túnica blanca, ser mirada por
muchos niños, recibir preguntas, sentirse rodeada. Sin embargo no soportaba el
destrato de algún superior jerárquico. Aquella tolerancia en los juegos se
volvió intolerancia en la vida real.
Tal era su rechazo a la cadena de mando que terminó convertida en una
persona rebelde, reivindicativa, cuestionadora de los planes de estudio; un
incordio para los directores e inspectores de la institución escolar donde
trabajara.
Fue por este malhumor que, en uno de los tantos cambios llegó a una
escuela muy distante de su hogar. Empezó el año lectivo desmoralizada. El
primer día de clase se sintió cansada, agotada. Las perspectivas fueron
desalentadoras hasta que su mirada se cruzó con la de un niño de diez años.
Durante el largo trayecto de regreso a su casa revivió obsesivamente el
impacto de aquellos ojos. Descubrió, con horror, que su vocación se apoyaba en
un rasgo pedofílico de su personalidad. Ya alguien se lo había dicho y ella no
lo había aceptado, pero ahora todo le quedaba claro: los ojos inocentes,
frescos, puros de aquel niño, exaltaban su erotismo de mujer adulta.
Este descubrimiento la obligó a buscar ayuda psicológica. Tuvo que dejar
de trabajar.
Con grandes montos de angustia se entregó a un tratamiento
psicoanalítico impiadoso, cruel, descarnadamente honesto. La profesional fue
desconsiderada, quizá porque Yolanda demandaba una solución urgente, radical.
Sumida en estas peripecias, apareció en su vida el padre de Mariana, su
única hija. Él no colaboró con ella ni ella intentó que la ayudaran. Así fue,
entonces, que con mucho esfuerzo crió a su hija.
Todo esto parece estar vinculado con lo que sucedió muchos años después,
cuando Mariana creció y le presentó a su novio.
Otra vez la vida pareció derrumbarse. Este joven era el alumno que la
trastornó con la mirada. El cuerpo de Yolanda, habitualmente incapaz de
excitarse sexualmente, se erizó. La situación la perturbó de tal manera que no
pudo darse cuenta si él reconoció a aquella maestra de un solo día. Seguramente
la había olvidado. El caos emocional solo ocurría en el pensamiento de la ella.
Si bien hizo todo lo posible para evitar nuevos encuentros con el novio
de Mariana, algunas pocas veces tuvieron que verse por razones familiares.
La maestra se sintió tan mal que retomó el análisis con la misma
profesional. Esta la escuchaba y no le decía nada. Jamás le daba una opinión
sobre el deseo de Yolanda de seducir al compañero de su hija.
La situación emocional de la paciente se complicó de tal manera que
terminó ocurriendo lo que más temía.
En la siguiente sesión de análisis la maestra contó, con cierto
desparpajo, cómo había sido el encuentro sexual con el yerno.
La profesional apenas esbozó una mueca de aprobación presintiendo el fin
del análisis.
(Este
es el Artículo Nº 2.280)
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario