domingo, 23 de agosto de 2015

La mirada de aquel niño


VideoComentario 
 
Algunas personas normales necesitan ayuda cuando la natural propensión a la pedofilia y al incesto no logran tramitarlas con facilidad.

Casi todos resuelven estas dificultades sublimando los impulsos hasta convertirlos en socialmente aceptables. Otros pueden necesitar una mayor elaboración hasta obtener resultados satisfactorios.

 
Desde pequeña, Yolanda prefería jugar «a las maestras». Su mejor amiga también disfrutaba de esta ficción, pero no admitía otro rol que no fuera el de «directora». Yolanda pasaba bien recibiendo las diatribas de su amiga. Los adultos de aquella época no entendían este vínculo tan violento, agresivo, de sometimiento despótico de una niña sobre la otra.

A veces, «la directora» golpeaba a «la maestra», seguramente porque en esa corta edad los pequeños conocen muy pocas palabras como para canalizar eficazmente la intensidad de sus impulsos.

Finalmente, Yolanda estudió para ser maestra y se recibió en corto tiempo. Necesitaba desesperadamente ponerse la túnica blanca, ser mirada por muchos niños, recibir preguntas, sentirse rodeada. Sin embargo no soportaba el destrato de algún superior jerárquico. Aquella tolerancia en los juegos se volvió intolerancia en la vida real.

Tal era su rechazo a la cadena de mando que terminó convertida en una persona rebelde, reivindicativa, cuestionadora de los planes de estudio; un incordio para los directores e inspectores de la institución escolar donde trabajara.

Fue por este malhumor que, en uno de los tantos cambios llegó a una escuela muy distante de su hogar. Empezó el año lectivo desmoralizada. El primer día de clase se sintió cansada, agotada. Las perspectivas fueron desalentadoras hasta que su mirada se cruzó con la de un niño de diez años.

Durante el largo trayecto de regreso a su casa revivió obsesivamente el impacto de aquellos ojos. Descubrió, con horror, que su vocación se apoyaba en un rasgo pedofílico de su personalidad. Ya alguien se lo había dicho y ella no lo había aceptado, pero ahora todo le quedaba claro: los ojos inocentes, frescos, puros de aquel niño, exaltaban su erotismo de mujer adulta.

Este descubrimiento la obligó a buscar ayuda psicológica. Tuvo que dejar de trabajar.

Con grandes montos de angustia se entregó a un tratamiento psicoanalítico impiadoso, cruel, descarnadamente honesto. La profesional fue desconsiderada, quizá porque Yolanda demandaba una solución urgente, radical.

Sumida en estas peripecias, apareció en su vida el padre de Mariana, su única hija. Él no colaboró con ella ni ella intentó que la ayudaran. Así fue, entonces, que con mucho esfuerzo crió a su hija.

Todo esto parece estar vinculado con lo que sucedió muchos años después, cuando Mariana creció y le presentó a su novio.

Otra vez la vida pareció derrumbarse. Este joven era el alumno que la trastornó con la mirada. El cuerpo de Yolanda, habitualmente incapaz de excitarse sexualmente, se erizó. La situación la perturbó de tal manera que no pudo darse cuenta si él reconoció a aquella maestra de un solo día. Seguramente la había olvidado. El caos emocional solo ocurría en el pensamiento de la ella.

Si bien hizo todo lo posible para evitar nuevos encuentros con el novio de Mariana, algunas pocas veces tuvieron que verse por razones familiares.

La maestra se sintió tan mal que retomó el análisis con la misma profesional. Esta la escuchaba y no le decía nada. Jamás le daba una opinión sobre el deseo de Yolanda de seducir al compañero de su hija.

La situación emocional de la paciente se complicó de tal manera que terminó ocurriendo lo que más temía.

En la siguiente sesión de análisis la maestra contó, con cierto desparpajo, cómo había sido el encuentro sexual con el yerno.

La profesional apenas esbozó una mueca de aprobación presintiendo el fin del análisis.

(Este es el Artículo Nº 2.280)

No hay comentarios.: