Mariana felizmente se enteró de cuánto puede mejorar su calidad de vida conociéndose un poco más, enterándose de que algunas fantasías que parecían aberrantes y enfermizas, son normales siempre que no se pongan en práctica.
Después de muchas idas y venidas,
consultas, conversaciones telefónicas nerviosas, entrecortadas, Mariana se
decidió a iniciar un tratamiento analítico.
Las dificultades económicas
que me planteó como principal obstáculo para el inicio, me llevaron a pensar
que su mayor inhibición refería al deseo, a la represión del deseo. Por su
edad, (48 años), pensé en la menopausia y casi me convencí de que el deseo
frustrado tendría mucha vinculación con la sexualidad.
Un psicoanalista no debería
permitirse estas reflexiones, pero todos las hacemos, todos sentimos ansiedad
ante un nuevo caso, todos somos humanos, todos nos ponemos nerviosos e
inseguros ante cualquier nuevo desafío. Todos terminamos generalizando siendo
que técnicamente es contraproducente cualquier generalización.
Las primeras sesiones no
fueron muy interesantes. Bloqueaba las comunicaciones más comprometidas, fue
muy intrigante, a veces quería seducirme con miradas callejeras de alto impacto
y/o con cruces de piernas mejor ubicados en un pub.
Estos ataques eran efectivos.
Me provocó algunas sensaciones en la pelvis, pero lo importante era que venía
recomendada por un maestro de mucho poder en nuestro gremio y, además, yo
estaba muy necesitado de conseguir y mantener pacientes.
Por fin Ronaldo apareció en su
discurso. Me contó que tuvieron un noviazgo de elevada temperatura erótica, con
vacaciones en playas solitarias, con acciones demasiado expuestas a ser
castigadas por atentado violento al pudor. Un inesperado embarazo adolescente
los animó a formar un matrimonio. Llegaron los hijos y todo anduvo más o menos
bien, excepto en el aspecto sexual pues ella ya no gustaba de él y él se tornó
triste, desganado hasta para tener vínculos extramatrimoniales.
Estuvo aburriéndome durante
varias sesiones con agotadoras descripciones de Ronaldo y de su yerno. Los
componentes más fatigosos referían a la moral, al cristianismo, a la corrupción
en el gobierno. Estaba machaconamente santurrona. Para no desentonar, venía vestida
con pantalones y blusas cerradas hasta el cuello. Sin perfume.
¿Dónde estará escondido su
desbordante erotismo?, me preguntaba yo inútilmente.
Un día dejó de venir. Sin
mediar explicaciones, me envió los honorarios adeudados por intermedio de su
hija. Aparentemente había concluido el tratamiento de Mariana.
Sin embargo, no. Una mañana me
dijo por teléfono que necesitaba hacerme una consulta urgente, sin importar a
qué hora tuviera que venir. Me adelantó que la situación con Ronaldo se le
había ido de las manos.
Aunque no hubiese tenido
tiempo disponible igual le habría hecho un lugar en mi agenda porque logró excitar
mi curiosidad.
Cuando vino a las seis de la
tarde, lucía pálida. El consumo de cigarros era compulsivo. Sus pies se movían
fuera de control. Me dijo que con su esposo estaba teniendo una conducta
sexualmente descontrolada. Que lo deseaba como si fuera una ninfómana; que él
primero se había alegrado pero que ahora estaba esquivo, abrumado. Quizá
asustado por la acometividad de ella.
Creo que quiso sorprenderme y
yo también pensé que toda esa comunicación tendría que haberme sorprendido.
¿Por qué no me sorprendió?
Una vez vomitada su novedad
erótica, nos quedamos en silencio. Yo no sabía qué estaba ocurriendo con mi
falta de reacción, hasta que apareció una pequeña idea en mi cabeza.
— Hablemos de incesto,
Mariana—, le dije casi sin pensarlo y ella saltó en el asiento.
Se puso de pie como para irse,
llegó a tocar el pestillo de la puerta, lo soltó con un gesto bastante teatral
e histérico, se sentó nuevamente y me dijo:
— Bueno, está bien. He tenido
fantasías aberrantes con mi nieto de 10 años. Que lo bañaba, lo acariciaba, que
su pene se endurecía, que, ante esa escena, mi fascinación era diabólica. Mi
deseo de hacer el amor con Ronaldo estaba provocado, en realidad, por esa
inconfesable fantasía. Estoy loca, no me mientas, me aterra lo que me está
pasando.
— No, Mariana, no estás loca.
Casi nadie sabe que la prohibición del incesto sirve precisamente para excitar
la sexualidad, no para bloquearla. Cuanto más prohibido esté tu nieto para tí más
intenso y duradero será tu deseo sexual hacia tu esposo. Estás teniendo suerte.
¡Disfrutala!
(Este es el Artículo Nº 2.204)
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