domingo, 21 de junio de 2015

La locura saludable de Mariana




Mariana felizmente se enteró de cuánto puede mejorar su calidad de vida conociéndose un poco más, enterándose de que algunas fantasías que parecían aberrantes y enfermizas, son normales siempre que no se pongan en práctica.

Después de muchas idas y venidas, consultas, conversaciones telefónicas nerviosas, entrecortadas, Mariana se decidió a iniciar un tratamiento analítico.

Las dificultades económicas que me planteó como principal obstáculo para el inicio, me llevaron a pensar que su mayor inhibición refería al deseo, a la represión del deseo. Por su edad, (48 años), pensé en la menopausia y casi me convencí de que el deseo frustrado tendría mucha vinculación con la sexualidad.

Un psicoanalista no debería permitirse estas reflexiones, pero todos las hacemos, todos sentimos ansiedad ante un nuevo caso, todos somos humanos, todos nos ponemos nerviosos e inseguros ante cualquier nuevo desafío. Todos terminamos generalizando siendo que técnicamente es contraproducente cualquier generalización.

Las primeras sesiones no fueron muy interesantes. Bloqueaba las comunicaciones más comprometidas, fue muy intrigante, a veces quería seducirme con miradas callejeras de alto impacto y/o con cruces de piernas mejor ubicados en un pub.

Estos ataques eran efectivos. Me provocó algunas sensaciones en la pelvis, pero lo importante era que venía recomendada por un maestro de mucho poder en nuestro gremio y, además, yo estaba muy necesitado de conseguir y mantener pacientes.

Por fin Ronaldo apareció en su discurso. Me contó que tuvieron un noviazgo de elevada temperatura erótica, con vacaciones en playas solitarias, con acciones demasiado expuestas a ser castigadas por atentado violento al pudor. Un inesperado embarazo adolescente los animó a formar un matrimonio. Llegaron los hijos y todo anduvo más o menos bien, excepto en el aspecto sexual pues ella ya no gustaba de él y él se tornó triste, desganado hasta para tener vínculos extramatrimoniales.

Estuvo aburriéndome durante varias sesiones con agotadoras descripciones de Ronaldo y de su yerno. Los componentes más fatigosos referían a la moral, al cristianismo, a la corrupción en el gobierno. Estaba machaconamente santurrona. Para no desentonar, venía vestida con pantalones y blusas cerradas hasta el cuello. Sin perfume.

¿Dónde estará escondido su desbordante erotismo?, me preguntaba yo inútilmente.

Un día dejó de venir. Sin mediar explicaciones, me envió los honorarios adeudados por intermedio de su hija. Aparentemente había concluido el tratamiento de Mariana.

Sin embargo, no. Una mañana me dijo por teléfono que necesitaba hacerme una consulta urgente, sin importar a qué hora tuviera que venir. Me adelantó que la situación con Ronaldo se le había ido de las manos.

Aunque no hubiese tenido tiempo disponible igual le habría hecho un lugar en mi agenda porque logró excitar mi curiosidad.

Cuando vino a las seis de la tarde, lucía pálida. El consumo de cigarros era compulsivo. Sus pies se movían fuera de control. Me dijo que con su esposo estaba teniendo una conducta sexualmente descontrolada. Que lo deseaba como si fuera una ninfómana; que él primero se había alegrado pero que ahora estaba esquivo, abrumado. Quizá asustado por la acometividad de ella.

Creo que quiso sorprenderme y yo también pensé que toda esa comunicación tendría que haberme sorprendido. ¿Por qué no me sorprendió?

Una vez vomitada su novedad erótica, nos quedamos en silencio. Yo no sabía qué estaba ocurriendo con mi falta de reacción, hasta que apareció una pequeña idea en mi cabeza.

— Hablemos de incesto, Mariana—, le dije casi sin pensarlo y ella saltó en el asiento.

Se puso de pie como para irse, llegó a tocar el pestillo de la puerta, lo soltó con un gesto bastante teatral e histérico, se sentó nuevamente y me dijo:

— Bueno, está bien. He tenido fantasías aberrantes con mi nieto de 10 años. Que lo bañaba, lo acariciaba, que su pene se endurecía, que, ante esa escena, mi fascinación era diabólica. Mi deseo de hacer el amor con Ronaldo estaba provocado, en realidad, por esa inconfesable fantasía. Estoy loca, no me mientas, me aterra lo que me está pasando.

— No, Mariana, no estás loca. Casi nadie sabe que la prohibición del incesto sirve precisamente para excitar la sexualidad, no para bloquearla. Cuanto más prohibido esté tu nieto para tí más intenso y duradero será tu deseo sexual hacia tu esposo. Estás teniendo suerte. ¡Disfrutala!

(Este es el Artículo Nº 2.204)

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