Mariana, en
algún momento, perdió y ganó un hijo. Nada menos que un hijo.
En este
relato no está dicho qué sintió ella y apenas está esbozado qué sintió él, sin
embargo, es precisamente esta falta de información lo que habilita al lector
para imaginar, casi en detalle, a los personajes y hasta identificarse con
ellos. Sobre todo con el hijo.
Los domingos de tarde son las
peores ocho horas de cualquier semana. Esto es así, acá y en la China. Si
alguien dice lo contrario, miente.
Con mi mamá pasamos cada uno
en su dormitorio, mirando televisión, a veces el mismo programa; pero no
estamos cómodos usando el mismo aparato. Yo no quiero ir a su dormitorio y
ella, como represalia, no quiere venir al mío.
¿Nunca tuvo novio o es que no
quiere contar esa parte de su vida?
Mamá es una mujer callada y
silenciosa. Juraría que nunca la oí toser o estornudar. Siempre usa chancletas
con suela de goma. Dice que le tiene miedo a la electricidad y que usa zapatos
aislantes para evitarse un accidente.
Toda la vida me compró zapatos
con suela de goma, así que yo también estoy alcanzado por la doctrina del
aislamiento.
Casualmente estamos aislados
de la familia. Sé que tengo tías y primos, pero nunca vamos a visitarlos ni ellos
vienen a visitarnos. Fuera de nuestra casa hacemos casi lo mismo que hacemos
con nuestros dormitorios: nadie va al dormitorio del otro.
¿Qué pudo ocurrir un domingo
de tarde? Falleció repentinamente. Sentí unos ruidos muy fuertes en su
dormitorio, pensé que le había dado por acomodar la ropa en su placar, pero el
silencio que volvió cuando cesaron los golpes era un silencio distinto.
Después que terminó la película
que estaba mirando, fui al baño, tomé un poco de agua y cuando volvía para mi
cuarto tuve la necesidad de preguntarle qué íbamos a cenar. La falta de
respuesta provocó un frío helado en mi espalda.
No me animé a tocar el
pestillo de su puerta. Sentí un pánico atroz.
Llamé al 911, no sé qué les
dije, pero en quince minutos estaba golpeando la puerta de mi apartamento una
mujer policía. ¿Sola? ¡Qué raro!
Se ve que la mujer captó en el
aire que yo estaba muerto de miedo. Balbuceé que algo pasaba en el dormitorio
de mi madre. Ella me pidió permiso, se fue derecho a abrir la puerta, por
encima de ella vi que todo estaba desordenado, avanzó dos pasos impulsivamente,
vi a mi madre tirada con los ojos desorbitados. La mujer me dijo: «Se ve que tuvo un
paro cardiorrespiratorio hace unas horas».
¡¿Qué sería de mí?! Me di tanta lástima que comencé a llorar. De aquello
hace más de tres meses. Hoy también es domingo de tarde y me decidí a entrar en
el dormitorio.
Encontré muchos recuerdos. Inclusive un frasquito con mis dientes de
leche. Muchas fotos mías con ella. Muchísimas.
En el fondo de una caja con fotos, encontré un diario con la noticia de
que habían encontrado, a punto de morir, un niño tirado en un recipiente para
basura; que personal del hospital Pereira Rossell había hecho un trabajo
excelente devolviéndole los signos vitales al pequeño moribundo; que «la
enfermera Mariana Funes, desde su domicilio donde se recuperaba de un reciente
aborto espontáneo, participó en el heroico salvataje adoptando al pequeño, al
que llamaría Mariano Funes».
(Este es el Artículo Nº 2.273)
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