domingo, 14 de junio de 2015

El silencio de Mariana




Mariana, en algún momento, perdió y ganó un hijo. Nada menos que un hijo.

En este relato no está dicho qué sintió ella y apenas está esbozado qué sintió él, sin embargo, es precisamente esta falta de información lo que habilita al lector para imaginar, casi en detalle, a los personajes y hasta identificarse con ellos. Sobre todo con el hijo.

Los domingos de tarde son las peores ocho horas de cualquier semana. Esto es así, acá y en la China. Si alguien dice lo contrario, miente.

Con mi mamá pasamos cada uno en su dormitorio, mirando televisión, a veces el mismo programa; pero no estamos cómodos usando el mismo aparato. Yo no quiero ir a su dormitorio y ella, como represalia, no quiere venir al mío.

¿Nunca tuvo novio o es que no quiere contar esa parte de su vida?

Mamá es una mujer callada y silenciosa. Juraría que nunca la oí toser o estornudar. Siempre usa chancletas con suela de goma. Dice que le tiene miedo a la electricidad y que usa zapatos aislantes para evitarse un accidente.

Toda la vida me compró zapatos con suela de goma, así que yo también estoy alcanzado por la doctrina del aislamiento.

Casualmente estamos aislados de la familia. Sé que tengo tías y primos, pero nunca vamos a visitarlos ni ellos vienen a visitarnos. Fuera de nuestra casa hacemos casi lo mismo que hacemos con nuestros dormitorios: nadie va al dormitorio del otro.

¿Qué pudo ocurrir un domingo de tarde? Falleció repentinamente. Sentí unos ruidos muy fuertes en su dormitorio, pensé que le había dado por acomodar la ropa en su placar, pero el silencio que volvió cuando cesaron los golpes era un silencio distinto.

Después que terminó la película que estaba mirando, fui al baño, tomé un poco de agua y cuando volvía para mi cuarto tuve la necesidad de preguntarle qué íbamos a cenar. La falta de respuesta provocó un frío helado en mi espalda.

No me animé a tocar el pestillo de su puerta. Sentí un pánico atroz.

Llamé al 911, no sé qué les dije, pero en quince minutos estaba golpeando la puerta de mi apartamento una mujer policía. ¿Sola? ¡Qué raro!

Se ve que la mujer captó en el aire que yo estaba muerto de miedo. Balbuceé que algo pasaba en el dormitorio de mi madre. Ella me pidió permiso, se fue derecho a abrir la puerta, por encima de ella vi que todo estaba desordenado, avanzó dos pasos impulsivamente, vi a mi madre tirada con los ojos desorbitados. La mujer me dijo: «Se ve que tuvo un paro cardiorrespiratorio hace unas horas».

¡¿Qué sería de mí?! Me di tanta lástima que comencé a llorar. De aquello hace más de tres meses. Hoy también es domingo de tarde y me decidí a entrar en el dormitorio.

Encontré muchos recuerdos. Inclusive un frasquito con mis dientes de leche. Muchas fotos mías con ella. Muchísimas.

En el fondo de una caja con fotos, encontré un diario con la noticia de que habían encontrado, a punto de morir, un niño tirado en un recipiente para basura; que personal del hospital Pereira Rossell había hecho un trabajo excelente devolviéndole los signos vitales al pequeño moribundo; que «la enfermera Mariana Funes, desde su domicilio donde se recuperaba de un reciente aborto espontáneo, participó en el heroico salvataje adoptando al pequeño, al que llamaría Mariano Funes».

(Este es el Artículo Nº 2.273)

No hay comentarios.: