En este
relato se cuenta una historia que se vuelve trágica porque alguien no entiende
el deseo del otro y porque alguien no entiende la realidad tal cual es.
A todos nos
ocurre: o no entendemos qué quieren los demás o no entendemos qué es lo que
tenemos entre manos. Todos tenemos errores de interpretación respecto al deseo
ajeno o respecto a cómo es la realidad en la que vivimos.
Una tarde de verano, María fue
de visita a la casa de su novio, Juan. Comían, sin hambre, higos que arrancaban
de la higuera que les daba sombra.
Ella lo miró sin verlo recordando
algo que no lo incluía, pero Juan pensó que la muchacha lo estaba invitando a
tener relaciones sexuales. La tomó de la mano, la llevó al dormitorio y la
violó. Ella se resistió con tenacidad, pero él interpretó que el forcejeo se
trataba de una estrategia femenina para excitarlo.
Cuando Juan terminó, se dio
vuelta como para dormirse pero un llanto de la muchacha lo molestó. El corazón comenzó
a latirle frenéticamente. La cabeza se le llenó con escenas de un carnaval
diabólico. Las máscaras se le venían encima. Buscó a su mamá y su mamá no
estaba. María lloraba desconsoladamente. El hombre, atormentado por los
pensamientos, se suicidó con un revólver que tenía en la mesa de luz.
La mujer dejó de llorar, llamó
al 911, le explicó todo a la telefonista. Al poco rato la casa se llenó de
gente extraña. Alguien la tomó por un brazo violentamente y otro ordenó que se
la soltara. Los enfermeros pusieron a Juan sobre una camilla y se lo llevaron. Como
un monstruo de muchas cabezas, el pelotón de gente extraña salió dejándola
sola. Infructuosamente trató de limpiar las manchas de sangre con un pañuelo
seco.
Cuando Mariana, la hija de
María y Juan, tuvo 5 años, comenzó la escuela. Todos estaban de acuerdo en que la
niña era muy tenaz aunque no muy inteligente. Lo que su mamá le pedía la niña
lo hacía, así tuviera que intentarlo muchas veces. Llegó un punto en el que la
madre tomaba especiales precauciones en lo que le solicitaba a su hija porque
esta no abandonaba ninguna tarea sin terminar.
Cierta vez, cuando ya tenía
siete años, quiso comer durazno y así lo manifestó. La madre le dijo que no
había pero que compraría tan pronto fuera la estación del año adecuada.
Mariana desapareció. Cuando
María la llamó, la niña no estaba.
La angustia fue atroz; el
barrio se revolucionó, las radios y redes sociales no hablaban de otra cosa. Se
decía que la habían raptado para extraerle los órganos; en protesta contra la
inseguridad, los vecinos provocaron cortes de calles y de rutas. La
consternación general no paraba de crecer.
Finalmente encontraron a
Mariana. Estaba sentada en el umbral de una puerta, a pocas cuadras de
distancia de su casa. Según dijo, salió a buscar el durazno que deseaba. Buscó
en muchos lugares hasta que lo encontró. Sonriente, la niña convidó a su madre
con el delicioso manjar.
La coincidencia que convierte
a esta historia en paradojal es que el padre había interpretado mal la mirada y
los forcejeos de su novia y que su hija
interpretó mal las cualidades de un simple trozo de pan sucio.
(Este es el Artículo Nº 2.274)
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