domingo, 6 de julio de 2014

El error de los números



 
Cuando Mariana tenía nueve años los padres se divorciaron.

«¡Por suerte!», exclamó la niña, «no ser hija de padres divorciados me tenía cansada».

Sin embargo, las cosas no eran tan fáciles. Los compañeritos del colegio contaban una realidad diferente. Por ejemplo, su madre empezó a ponerse regañona y su padre ausente ya no cumplía el ritual de sentarla sobre las rodillas y rascarle la espalda, contándole increíbles historias donde la protagonista se parecía a la niña fascinada.

Si este cambio estaba siendo más complicado que la anterior vida aburrida pero previsible, entonces era obvio que el futuro es temible. Mariana se convenció: los cambios siempre son perjudiciales y el futuro es peor que el presente y mucho peor aun que el pasado.

Ciertas dificultades para comer, algunas incontinencias urinarias que la llenaron de vergüenza y de miedo, la aparición de señales cifradas que solo ella percibía la fueron induciendo a tomar una decisión sin consultar a la madre. Ella nunca la hubiera comprendido.

Una de esas señales provenía de los juegos de azar más populares. Al ver qué números salían sorteados, sintió que todos eran fáciles. Iguales a los que ella utilizaba con soltura en la escuela. Iguales a las interminables hojas que llenaba su mamá con estresantes conjeturas sobre el presupuesto familiar.

Como no tenía dinero para apostar, inició una investigación estadística tratando de encontrar la fórmula con la que día a día jugaban traviesos en el bolillero, a las escondidas, divirtiéndose y divirtiendo.

La mamá y la hija convivían en armonía, especialmente porque cada una estaba ensimismada en sus números. Unos que jugueteaban por llegar al fin de mes y otros, saliendo de su escondite.

Los años pasaron sin que ellas lo notaran: tan abstraídas estaban en la obsesión por vivir y en la obsesión por entender las picardías de los juegos de azar.

En el período liceal, Mariana esperaba afanosamente las clases de matemática, con la esperanza de que le surgieran nuevas hipótesis que explicaran los misterios de las casualidades.

Sin querer, indirectamente, fue enterándose de algunas posibilidades, para ella muy ingeniosas pero infantiles, sobre qué hacer con los números.

El cuerpo de Mariana comenzó a traicionar su pasión. Sintió un enorme deseo de tener un hijo y así lo hizo con un compañero de Facultad de Ingeniería.

Esta lucha entre los deseos maternales y la búsqueda de la fórmula del azar la puso en conflicto consigo misma. Llegó a un punto en el que sintió rechazo por las matemáticas, los números, los cálculos, las fórmulas, quizá abrumada por la frustración de haber dedicado tanto tiempo a algo tan estéril, siendo que tener un hijo la colmaba.

El matrimonio comenzó a aburrirla. Prefería dedicar toda su existencia a ser madre.

Vivía humanamente feliz hasta que lo descubrió. El pequeño pasaba horas en la computadora, llenando planillas de cálculo, ensimismado, sin mirarla. Sin mirarla como ella necesitaba y como seguramente su mamá también necesitó.

(Este es el Artículo Nº 2.228)

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