sábado, 12 de mayo de 2007

Perro que ladra, no muerTe

A Beatriz Palermo Roccatagliata sólo la atendí un martes y un jueves. La recuerdo de buena presencia, el rostro inexpresivo pero con un cuerpo muy sugerente.

Su vestimenta era escueta y consistía en un vestido totalmente abotonado al frente, largo hasta las rodillas, de una tela que se adhería a sus intocables redondeces. Entre esta adherencia y la exhibición aleatoria que surgía entre botón y botón, podría haber sido una histérica famosa si no fuera porque estaba dotada de una obsesión casi completa. «De libro», como le llamamos en la profesión a todo cuadro clínico que se parece demasiado a los casos que se hicieron famosos.

Su discurso monocorde iba y venía, con un único punto constante: su mamá. La señora Roccatagliata más que concebirla y gestarla parece que la diseñó y la bordó sobre su propia anatomía, como si la hija fuera un tatuaje en relieve. Así de refinada era la sincronía que Beatriz mantenía con los deseos y necesidades de su «mami», como acostumbraba aludirla.

La personalidad de Beatriz se parecía a un búnker de gruesas e impenetrables paredes, que también podría haber sido usado para guardar desechos radiactivos. De esos que los países que procesan energía atómica nunca saben dónde tirarlos y que finalmente los dejan a escondidas en los países más debilitados por la corrupción, abonando un pequeño soborno a los funcionarios que hacen la vista gorda.

Algo muy importante en la tarea de un psicólogo es detectar los huecos significativos. Si bien Beatriz utilizaba sus cincuenta minutos hablando fluidamente, con mucha coherencia, hasta con rigor lingüístico, el gran ausente era el tema de la sexualidad. Ella parecía un personaje histórico, de esos que nos describen en la escuela y que tienen una existencia tan prolija que realmente nos hacen sentir a todos unos seres subnormales, promiscuos, incompetentes, cobardes, indolentes e irresponsables. El sistema educativo es el gran proveedor de nuestros consultorios.

Cinco minutos antes de la llegada de Beatriz a lo que debió ser su segundo martes, me llama la mamá para decirme que mi paciente había fallecido en la tarde del domingo. Me quedé mudo. La señora continuó diciéndome que un psiquíatra forense mencionó algo de «suicidio».

— ¿Y cómo fue?— atiné a preguntar.

— Se desvistió a la salida del clásico Peñarol-Nacional. Frente a la puerta de la tribuna Amsterdam.

Fin de Perro que ladra, no muerTe.

●●●

1 comentario:

Unknown dijo...

Me parece que me perdí en alguna parte...