¡No sabés lo que son las psicólogas como amantes! Estuve saliendo con una que se ve que el marido la tenía abandonada por completo porque no sabés la calentura que tenía encima. Pero eso sí: ¡Qué tetas hermano! Igualitas a las de Yésica. ¿Te acordás de aquella que estuvo arreglada conmigo? ¿Que le decían «Mucama lenta» porque en la escuela no pudo pasar de cuarto?
Al tiempo de estar saliendo, la psicóloga ya me tenía repodrido con las interpretaciones. Todo lo que yo decía era objeto de una opinión psicológica absolutamente descabellada. Te tiro una por ejemplo: Ella decía que yo trabajo doce horas diarias porque el taxi para mí es el pene de mi padre al que quiero manejar. ¿Te das cuenta qué piantada? ¡Ni se le ocurría pensar que para bancar a mi mujer, a mis hijos y a mi suegra me tengo que romper el lomo! Estaba más loca que una cabra. Ahí empecé a entender por qué el marido no le daba bola: ¡Lo tendría harto con su terapia-sin-demanda! Ella decía que él era un aburrido, que se la pasaba mirando fútbol en la televisión.
Antes de los dos meses ya no sabía cómo sacármela de encima porque parábamos de coger sólo para que yo descansara un poco y en esas interrupciones ¿qué te parece que hacía la tipa? ¡Por supuesto! Me psicoanalizaba. Vos sabés que como no le decía nada la mina se empezó a creer que estaba remetido con ella, entonces un día, con un aire de mujer fatal que no le pegaba ni con cola, va y me plantea:
— ¡Qué callado que sos! Nunca me decís si pasás bien conmigo.
¿Viste esos momentos de lucidez anual que suele tener uno? Le puse cara de enamorado y le digo susurrando:
— ¡Es que cuando estoy contigo me siento otro!
Y ahí le saltó la infaltable psicóloga y me dice muy canchera:
— Otro ¿quién?
— Tu marido.
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