Mis padres me enseñaron
que a los Reyes Magos no hay que pedirles nada porque ellos aplican su magia
para saber qué desea cada niño. Lo cierto es que cada 6 de enero fue para mí el
mejor día. Creo que mi madre, sin tener poderes especiales, era tan observadora
e inteligente como para adivinar mis intenciones.
Cuando ya tenía 11 años
en mis zapatos apareció un casette. Ellos siempre me acompañaban y se hacían
los sorprendidos con la magia de los Reyes. El audio era un prolongado ronquido.
Entonces me explicaron que desde que yo roncaba ya era hombre, ¡mi mayor anhelo!
Tuvo que pasar mucho
tiempo para que empezara a suponer que no podía pedir nada porque escaseaba el
dinero y que los ronquidos no eran míos.
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