Las mujeres gobiernan a la humanidad pero lo hacen a través
de los varones.
Como en el actual estado de evolución seguimos guiándonos por
las apariencias, seguimos creyendo que el sexo masculino es el dominante, sin
reparar en quienes están detrás de esos hombres.
Son puras apariencias milenarias: ellas no se dan cuenta del
poder que tienen y ellos prefieren suponer que son los realmente poderosos.
El primer día de escuela, la
madre de Mariana volvió para su casa con un nudo en la garganta porque su hijita adorada se había soltado de la
mano y se había perdido entre los otros niños, sin darse vuelta para hacerle
algún gesto que pudiera traducirse en algo así como «¡Chau, mamá, qué
triste estaré lejos de ti!», o que pudiera traducirse en algo así como «¡Qué
tristeza siento por alejarme de ti. Toda la mañana anhelaré volver contigo!».
Mariana no se dio vuelta con cara de llanto; además se soltó de la mano
para acelerar el alejamiento, para apurarse más en mezclarse con esos niños
desconocidos que no se cansaban de hacerles gestos a sus madres desgarradas por
la brutal separación escolar.
Ese primer día de clase casi no habló con nadie y fue dedicado a la
observación. La maestra la etiquetó como «la monita envidiosa», porque le llamó
la atención la abundancia de cabello negro y la pequeñez de sus ojos. Es
probable que también haya decidido no pasarla de grado porque, seguramente,
Mariana era torpe, tonta, con escasa motricidad fina, que no se haría querer
por sus compañeros.
En el otro extremo de la escala zoológica diagnosticada por la maestra,
estaba un niño, algo gordito, vestido con una túnica nueva, del tamaño exacto
porque cuando crezca podrán comprarle otra. Sobre todo, el niño era
inteligente, simpático, de buena conducta porque tenía ojos celestes y cabello
rubio.
El olfato de la maestra era casi infalible...o su conducta trataba por
todos los medios de provocar los pronósticos. Ni ella ni nosotros podremos
averiguarlo.
Efectivamente, Mariana fue una mala alumna. Muy desprolija, desatenta,
aunque tan carismática que antes del día viernes ya había organizado una
pandilla de secuaces, compuesta por otra niña y cinco varones, ninguno de los
cuales era el rubio de ojos celestes.
El nombre «Mariana» se convirtió en famoso en ambos turnos de la
escuela. Quienes la admiraban la llamaban «la monita», los demás le decían por
su nombre, inclusive su madre, por supuesto..., y la niña tomaba buena nota de
esa distinción entre amigos y no amigos, entre compinches y no compinches. Sin
embargo, en el fondo, recelaba de todos. Intuía que debía mostrarse confiada
pero no confiar en nadie. Por puro instinto.
Aunque con las calificaciones mínimas, siempre logró pasar de un grado
al siguiente hasta que pudo ingresar en el nivel liceal. No descarto que los
maestros hubieran decidido sacarla del nivel escolar cuanto antes, haciendo la
vista gorda ante las ineficiencias de la alumna.
Como fuimos a liceos diferentes, dejé de ver a Mariana. No supe más de
ella hasta hace poco, cuando llegó a mis manos un expediente con su historia.
Según esa documentación, Mariana anduvo de mal en peor. En su
adolescencia, tuvo relaciones sexuales con un profesor, quedó embarazada y tuvo
un hijo al que mató, o dejó morir a causa de sus prolongadas borracheras. Quiso
hacer desaparecer el cuerpo del bebé apelando a un procedimiento que prefiero
no describir.
En aquella lejana época escolar, nuestra maestra se hizo amiga de mi
madre. Por eso supe mucho de Mariana y de lo que la docente pensaba de ella.
Creo que la mujer la envidiaba por la increíble capacidad de liderazgo manifestada
desde muy pequeña.
Ahora me encuentro en una situación difícil. Mi único hijo, de 6 años,
padece una enfermedad que los médicos no saben curar. Como abogado tengo una
formación netamente positivista, pragmática, absolutamente exenta de
misticismo. Mi esposa es como yo pero, desesperada por la salud de nuestro
pequeño, me ha planteado la posibilidad de consultar a Mariana porque en
nuestro país se hizo famosa con varias curaciones milagrosas.
Con Mariana fuimos compañeros de clase y siempre la odié porque
envidiaba su carisma, su audacia, su facilidad de palabra. Yo, el gordito rubio
de ojos claros, intenté infructuosamente liderar el combate a la mala alumna y
creo que ella me odió también.
Estoy casi convencido de que mi esposa tendría que llevar a nuestro hijo
para que Mariana aplique su poder sanador. A lo que no estoy decidido es si
decirle quién es el padre de su paciente u ocultarme, porque si se lo digo
quizá no quiera atenderlo, pero si se lo digo y me entero que Mariana nunca
reparó en mí, me voy a sentir muy mal.
(Este
es el Artículo Nº 2.276)
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