Aparentemente, Mariana es una mujer que
anda por la vida gobernando a su propio cuerpo. La mayoría de las mujeres, por
el contrario, suelen sentirse sometidas a los padres, a la sociedad, a un
hombre.
Mariana
llegó a esta ciudad deslumbrada por lo que le habían contado.
En
realidad casi todo se lo había contado su tío, hermano menor de la madre, que
tanto hablaba con las manos haciendo gestos como hablaba con las manos tocando
a la sobrina, para reafirmar sus dichos y para excitarla maliciosamente.
Ahora
que lo digo, no era tan “maliciosa” su forma de hablar tocándola porque ella,
al recordar las historias de la ciudad, reforzaba los recuerdos tocándose donde
su tío la había tocado.
Más
aún, era Mariana la que le pedía esas historias y la que se ponía vestidos muy
escotados porque los ademanes que más le gustaban eran los que deslizaban el
dedo índice sobre la parte superior, casi horizontal, de los senos.
La
muchacha soñaba con aquellos relatos escuchados con todo el cuerpo y contados
por unas manos inquietas, atrevidas y suaves...porque, esas yemas solo tocaba
las cuerdas de una guitarra y ningún otro objeto menos suave.
Cierta
vez, cuando la joven se aprestaba a escuchar una nueva historia sobre la ciudad
que el tío describía, lo encontró sentado en una silla muy baja. Faltaba poco
para que sus glúteos se apoyaran en las baldosas de la cocina. Mariana se le
acercó inevitablemente.
El
tío la vio venir, entrecerrando los ojos por el humo de un cigarrillo que pocas
veces se sacaba de la boca.
La
tarde amenazaba lluvia, relámpagos, truenos muy cercanos. Los demás habitantes
de la casa se reacomodarían en sus catres, se arroparían y en la cocina el aire
parecía gel, difícil de respirar aunque mentolado para estos dos parientes
excitados.
Se
acercó y el guitarrista no demoró en acariciar las pantorrillas y ascender. Ella
sintió un suave mareo. Para conservar el equilibrio apoyó una mano en el
cabello ensortijado del atrevido. Mariana frotó la manga del pantalón una vez y
en la segunda, le acarició los genitales como a escondidas lo había hecho con
otros animales.
El
hombre se puso de pie, la tomó por los glúteos para acercarla y, haciéndola
girar, la penetró tomándola por las caderas.
Con
la vista nublada por la emoción tuvo que sonreír al ver cómo el gato se paseaba
delante de ella, con la cola rígida, como un pararrayo.
Las
contracciones en los órganos huecos le indicaron que estaba siendo llenada de
vida. La tormenta eléctrica, los truenos, la lluvia sobre el techo de fibras
vegetales le propiciaron una entrada triunfal en la edad adulta.
El
familiar, que con palabras y caricias le hizo conocer la gran ciudad, también
la rescató de la obsoleta niñez, convirtiéndola en mujer.
Mariana
se fue a vivir a la ciudad. La encontró muy diferente a lo que el tío le había
contado. También eran diferentes las caricias de otros hombres. Quizá ninguno
tocaba la guitarra.
●●●
No hay comentarios.:
Publicar un comentario