Suele ocurrirnos que al buscar una solución para nuestras circunstancias problemáticas busquemos en realidad a un culpable inexistente.
Son entretenidas las películas
en las que gran parte de la acción ocurre en un juicio en el que se acusa o se
defiende a un sospechoso de haber cometido un ilícito.
El placer surge de las sucesivas
sorpresas que vamos recibiendo con los argumentos que utilizan una y otra
parte.
Imagino que el más divertido
podría ser el juez que observa cómo los demás se pelean por convencerlo de algo
que, al ser anciano como la mayoría de los jueces cinematográficos, le importa
muy poco el contenido de la discusión porque preferiría estar en su casa
jugando con el perro.
Este recurso dramático atrae a
los espectadores que creen en la existencia de la verdad, pues ven en la
situación del juicio, una metáfora, una alegoría de sus propias dudas
existenciales: «me caso con fulano o sigo soltera»; «¿pido un aumento de sueldo o mejor
espero para más adelante?»; «¿qué ocurrirá con la salud de mamá?».
En otras palabras, el espectador piensa: «En esta película ocurrió un
homicidio; existe un criminal; quizá sea el que están enjuiciando o no, pero
alguien mató al ahora fallecido». Llevándolo a la vida real el espectador
compara (metáfora) y piensa: yo tengo un problema (homicidio), existe alguna
solución que no sé cuál es (criminal, homicida, culpable), si aplico mi razonamiento
pensando en las diferentes opciones (juicio, abogado defensor y fiscal), podré
encontrar la solución de mi problema (¿casamiento?, ¿pedir aumento?, ¿salud de
mi mamá?).
Quienes confunden lo cinematográfico con la realidad, suponen que
cualquiera de sus problemas tienen un culpable, cuando en realidad solo se trata de una
dificultad, un obstáculo, una circunstancia adversa, sin culpables.
Nunca encontrarán la solución buscando un culpable inexistente.
(Este es el Artículo Nº 1.856)
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10 comentarios:
De acuerdo con Ud. Doc. No existen culpables. Sólo se pueden identificar responsables. La culpa podría llegar a existir únicamente si existiera el libre albedrío.
Para encontrar soluciones no podemos distraernos buscando culpables. ¿Qué sentido tiene?
Buscamos culpables porque el odio que generan algunas acciones causadas por otros que nos perjudican en gran medida, nos estimula el deseo de venganza. Necesitamos un culpable para vengarnos.
Muchas veces sospecho que he cometido un ilícito. Así es que me termino culpabilizando y de ese modo no logro nada productivo.
Las soluciones a nuestros problemas pueden venir del exterior, pero sólo sirven si internamente estamos preparados para aprovecharlas.
La culpabilidad surge de una valoración de la conducta de un individuo o un grupo de individuos. Esas valoraciones provienen de un conjunto de leyes que hemos acordado como sociedad. Aunque son unos pocos los que participan en su elaboración, y aunque el desconocimiento de la ley no exime de pena, esas leyes están, nos preceden y expresan nuestro grado de evolución, una ética determinada, nuestros miedos, nuestros deseos.
Si no toleramos las numerosas circunstancias adversas que se nos van presentando a lo largo de la vida, es probable que reaccionemos con violencia. La falta de tolerancia a la frustración quizás sea uno de los ingredientes que inciden en la violencia que tanto nos preocupa y que se manifiesta tanto en las calles como en los hogares.
Me confunde la cantidad de opciones diferentes que se pueden adoptar para resolver un mismo problema.
El juez sabe qué se espera de él. Tiene claro su rol. Y lo más extraño: lo ejerce con seguridad y convicción.
La situación del juicio captura nuestra atención porque actúa como metáfora de nuestras dudas y valoraciones a la hora de decidir un camino.
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