Se encontraron por casualidad y quizá un poco predestinados.
Fueron a escuelas distintas,
de barrios diferentes, pero a uno le decían Sancho y al otro Quijote,
precisamente por tener cuerpos semejantes a los que todos imaginamos de la
famosa comedia.
Ambos llegaron casados y sin
hijos a una casita de dos plantas. Quijote y su esposa alquilaron la casa del
primer piso y Sancho con la suya alquilaron la planta baja.
Estuvieron conviviendo sin
conocerse durante unos meses hasta que en unas elecciones nacionales
intercambiaron algunas palabras, no muy amistosas, porque las propagandas que
exhibieron en sus ventanas eran opositoras.
Imagino que Sancho habrá
aplicado alguno de sus proverbios, como por ejemplo aquel que dice: «Mal principio, buen
fin».
Las esposas entablaron conversación mucho antes de que los hombres
confrontaran sus diversidades políticas con miradas furiosas aunque tolerantes.
Efectivamente, algo ocurriría entre ellos pues no podían discutir como
era de esperar sino que más bien se miraban con dulzura, comprensión y una
mutua admiración proveniente vaya uno a saber de dónde.
Quijote casi nunca salía a la vereda y se le oía durante horas tocando
la guitarra y cantando melodías camperas, llenas de amargura, desengaños,
injusticias, reclamos, lamentaciones.
Sancho casi nunca salía a la vereda porque se iba antes del amanecer y
volvía al anochecer, cargado de bolsas con legumbres, frutas y otros víveres.
No sabían ellos que las esposas habían establecido un fluido intercambio
en el que la señora Panza (apellido de Sancho), le daba algo de lo que traía su
esposo y además le escuchaba las desventuras de su matrimonio, signado por la
escasez material dada la pobrísima contribución de Quijote.
No sabía Dulcinea, (esposa de Quijote), que Teresa, (esposa de Sancho),
pasaba horas escuchando las poesías cantadas por Quijote, con la cabeza llena
de fantasías, ilusiones, sueños que continuaba soñando cuando dormía.
No sabía Teresa que su esposo Sancho, trabajador incansable, poseedor de
un olor animal característico, intenso y muy agradable, también tenía sexo
furioso con Dulcinea.
Ambas quedaban exhaustas a pesar de tener muy buena alimentación y
escasas tareas hogareñas.
(Este es el Artículo Nº 1.752)
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13 comentarios:
La mayoría de mis amigas creen en la causalidad y la predestinación. Yo no. Yo creo mas bien en la casualidad. De todos modos me encanta escuchar los cuentos de lo que ellas llaman causalidades, destinos marcados, y todo eso. Me suena fascinante y romántico; además aporta una gran tranquilidad.
Teresa y Dulcinea... ¡Qué fichas! Y bueno, hay amistades extrañas.
Es verdad que las mujeres somos menos selectivas para vincularnos entre nosotras. Me da la impresión de que a los hombres les cuesta más brindar su confianza y hablar de temas íntimos entre ellos. Lo hacen más con nosotras.
Prefiero al loco Quijote, pero si ese Quijote no tiene algo de Sancho, puede llegar a volverse insoportable.
El hombre ideal tendría que reunir las mejores cualidades del Quijote y de Sancho. Como el hombre ideal no existe, y la mujer ideal tampoco, yo amo a mi negrito, que es adorable aún con todas sus imperfecciones.
Idealistas y prácticos hay en la derecha y en la izquierda. Vaya uno a saber para que lado se inclinaban sus personajes.
Me encanta que ese Quijote toque la guitarra, pero yo le cambiaría el repertorio.
Esa complementariedad que hacía a ambos personajes mirarse con comprensión y admiración mutua, es frecuente... aunque no demasiado.
Me gusta la idea que expuso en el videocomentario, que ambos personajes en realidad representan a una misma persona. Creo que es más fácil que los aspectos más característicos de Quijote y de Sancho se lleven bien reunidos en una misma persona, que entre personas diferentes.
Mal principio buen fin. Mmmm, no creo mucho en ese proverbio, pero a veces se da. El tiempo que lleva el conocimiento mutuo a veces logra eso.
¡Qué resistencia la de Sancho! Trabajaba como un burro y después tenía sexo furioso.
Yo quiero un esposo así.
Qué quiere que le diga... para mí es una suerte que el olor humano característico no se sienta demasiado. Por eso de que se nos atrofió el olfato, digo.
¿Ambas quedaban exhaustas? No entiendo por qué. Ahora, si vemos a las dos mujeres como una misma mujer, ahí si lo entiendo.
Yo a la que no entiendo es a Silvia. Una mujer que encuentre en su compañero o en sus amantes características complementarias, no tiene por que agotarse. Encontrará un equilibrio placentero.
Igual admito que a una misma mujer se le puede complicar el tener vínculo con dos hombres tan distintos. Debe ser difícil entenderlos a los dos, aunque no imposible.
Si pensamos a las mujeres del relato, como dos mujeres separadas, ahí entiendo más que queden exhaustas, porque el pasaje de un amante a otro les generaría un esfuerzo de adaptación importante, quizás.
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