Aunque es difícil saberlo, aceptarlo y reconocerlo, la desgracia ajena nos provoca tranquilidad (alegría) cuando usamos un razonamiento de «suma cero» equivocadamente.
En varias ocasiones (1) he comentado sobre los fenómenos de «suma cero», originalmente estudiado en la «teoría de juegos» y que básicamente conceptualiza los equilibrios que ocurren en aquellas situaciones en las que «cuando uno gana es porque otro pierde».
Cuando el criterio de «suma cero» funciona automáticamente en nuestro discernimiento, quedamos en condiciones de actuar de formas notoriamente equivocadas.
Sólo para refrescar la idea, uno de los casos que ya mencioné refiere a la monogamia: No es cierto que si queremos a una persona con todo nuestro amor, sólo la querremos un 50% si queremos a dos y así sucesivamente.
La idea de la que aún no les hice comentarios refiere a otro asunto.
Puede ocurrir que, utilizando este criterio de «suma cero» de forma equivocada y por tanto peligrosa, se nos ocurra pensar que la desgracia ajena nos deja a salvo, como si el infortunio fuera un mal limitado, que si ataca a unos no alcanza para perjudicar a otros.
Este disparate, esperable en personas inteligentes como usted y como yo, funciona presionado por el «principio del placer», por el deseo.
Es indudable que deseamos lo mejor para nosotros, pero pocas veces se oyen comentarios sobre esta vocación por el mal ajeno en defensa propia.
Anestesiado nuestro sentido común por este error, podemos convertirnos en grandes consumidores de la crónica roja para enterarnos de cuántas personas fueron asaltadas, heridas, violadas, incendiadas, para luego sentir la tranquilidad de que las desgracias ya se agotaron con los infortunados semejantes que tuvieron mala suerte.
Si decimos o pensamos «a mí no me va a pasar», es porque estamos aplicando un criterio de «suma cero» cuando no corresponde.
(1) Los ricos son campeones
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11 comentarios:
La desgracia ajena tiene un imán que nos atrae. Cuando observamos lo malo que le sucedió al otro estamos identificándonos, calculando como nos sentiríamos si nos hubiera pasado a nosotros, imaginando cómo resolveríamos los problemas.
Una cosa es sentir alivio porque no estamos sufriendo la desgracia que sufre el otro, y otra muy distinta es sentir alegría por la desgracia ajena.
Para muchas personas significa lo mismo decir "a mí ni me va a pasar", que "no quiero que a mí me pase". Porque muchas personas creen que querer es poder.
El que piensa que la desgracia va por barrios, desconoce la omnipresencia que la caracteriza.
Otra creencia falsa es la de la distribución homogénea de la desgracia. A unos les toca más y a otros menos, como todo en la vida.
Algunas personas son tan "optimistas" que aún estando en plena desgracia, se compadecen de los demás.
Lo más común es que cuando uno gana, chiquicientos pierden.
Cuando un partido político gana, los otros ganan un poco menos. Pero ninguno pierde.
Mi vieja también piensa que la tranquilidad y la alegría son la misma cosa. Por eso pasamos todos los veranos en La Floresta.
Los masones tradicionalmente quieren un 33%.
El mono y la gama lograron un buen trato; acordaron vivir en monogamia.
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